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Mazzucato y los Límites de la Realización: Finanzas, Robots y Sobreacumulación

Hace unos días, Mariana Mazzucato protagonizó una campaña en el Foro Económico Mundial en la que trataba el fenómeno automatización desde la perspectiva de la financialización de la dinámica acumulativa general en las economías avanzadas. En ella, Mazzucato utilizaba el marco Ricardiano de la inversión empresarial para afirmar que, en una economía en la que el beneficio es sistemáticamente invertido en realidades productivas sucesivas, el factor trabajo nunca es desplazado por la mecanización. Un marco en el que la inversión productiva, al aumenta el nivel de eficiencia medio de la economía, induce una expansión general de la producción capaz de crear el volumen de empleo necesario para cubrir espacialmente el trabajo destruido.

Utilizando este marco interpretativo, Mazzucato pretendía así defender la idea de que, reprimiendo la esfera acumulativa financiera, el beneficio empresarial volverá a revertir en un impulso inversor real y ello aplacará definitivamente el miedo social a la figura del robot. En otras palabras, para Mazzucato, en la esfera del empleo, el único escoyo macroeconómico que impide que la reproducción del capital sea mutuamente beneficiosa para el flanco empresario y para la fuerza trabajadora es un núcleo financiero cuya expansión reciente ha cambiado por completo la geografía macroeconómica de nuestras sociedades.

En este plano, Mazzucato no está sola. La idea de que la creciente relevancia acumulativa de la realidad financiera internacional constituye el problema central del capitalismo tardío no es nueva. Gran parte de la esfera progresista de la academia anglosajona tiene como pilar ontológico principal la problemática naturaleza privada del dinero y la dinámica extractiva de la gran banca comercial. El Post-Keynesianismo de Keen, Pettifor o Montgomery gira en torno al diseño sistémico de la escasez monetaria, a la deuda, y a la solución práctica de gran parte de los problemas de nuestro tiempo por medio de una nueva y más activa banca central. Un marco teórico donde la realidad macroeconómica no incluye una lucha política por la supremacía social, sino un conjunto de marcos teóricos erróneos y «policy mistakes» que estos brillantes académicos nos ofrecen solucionar.

Este mismo esquema interpretativo se reproduce y funde instintivamente con la rama académica que aboga por replantearnos el concepto de valor en aras de diferenciar entre los creadores de soluciones –o cosas- y los creadores de problemas –valores negativos, deuda-. La corriente de pensamiento que dispone al polo financiero en su punto de mira, que comparte la misma Mazzucato y que tiene la difícil tarea de defender el diseño activo de un “valor público” genérico como una “revolución” cuando todo contexto macroeconómico es siempre el producto político de una actuación consciente y militante del Estado.

Quienes que comparten la tesis de que la decomodificación de la potestad monetaria y la represión pública de la esfera especulativa solucionará el problema de la robotización y del pobre impulso macroeconómico actual, se apoyan en una concepción del mundo productivo bastante poco probable. Si el plano financiero privado es un cáncer a extirpar de un cuerpo económico real que puede reproducirse infinitamente gracias a un soporte monetario público, entonces operamos en una geografía de valores de uso tan espacialmente extensa que el sesgo pro-capital de la tecnología nunca llegará a afectar al “precio” general del trabajo. De hecho, bajo una perfecta gestión del mercado, el plano del estancamiento secular / el grado sobreacumulación contemporáneo constituiría un supuesto imposible. La participación de la renta nacional del trabajo sería constante y el impulso acumulativo-desarrollista un vector de una tracción estable. Este es un supuesto falso tanto a nivel lógico como histórico.

Para entender nuestra propia trayectoria acumulativa durante los últimos 250 años y exponer cómo de equivocado está este marco interpretativo macroeconómico, podemos idear un supuesto relativamente simple. Imaginemos que toda nuestra economía girara en torno a un mismo campo de labranza en el que solo se pudieran producir tres tipos de bienes. Un producto A, un bien de naturaleza básica que es indispensable para la vida, un producto B, cuyo coste de producción es mayor y cuya utilidad satisface necesidades no-primarias sencillas, y un producto C, cuyo consumo responde a necesidades aún más complejas y sofisticadas. Para simplificar este ejercicio, no existirán necesidades ajenas al campo de utilidad de estos tres productos, la población será estable y la masa de trabajo disponible se mantendrá constante a lo largo de toda la trayectoria vital del caso.

En un principio, este campo de labranza es explotado colectivamente por una comunidad relativamente primitiva. Por razones técnicas y de necesidad, el producto A monopoliza toda la esfera de la producción. El ciclo de cultivo resultante es extremadamente ineficiente, tanto espacialmente como en términos de volumen de trabajo por unidad de producto. Al fin y al cabo, la productividad en este primer escenario es una variable dependiente en gran medida de la fuerza y la resistencia del cuerpo humano. Por ello, en aras de satisfacer sus necesidades calóricas en el menor tiempo posible, se requiere que todo el espacio cultivable de dicho campo se emplee en producir este único producto. Si bien este esquema productivo es manifiestamente mejorable, esto nunca ha supuesto ningún problema para esta comunidad. Viven una vida relajada y austera. Una rutina vital marcada por el proceso híper-extensivo de la siembra y la posterior recogida, pero también por el disfrute del descanso durante todo el proceso de maduración. Un ejemplo muy similar a la rutina medieval europea.

Llegado un determinado momento, una facción de dicha sociedad se alza en armas e impone un orden socio-económico regido por la ley del valor y la propiedad capitalista de la tierra. Por medio de este nuevo marco, la gran mayoría de los miembros de esta comunidad perderán todos sus derechos de acceso a la tierra y a su producto. Se abolirá el vínculo directo entre la producción de aquello que cubre las necesidades de un individuo y el vector de su propio trabajo. El campo se dividirá y vallará, y todos los miembros no propietarios se verán obligados a trabajarán por un salario en parcelas privadas.

Bajo la ley del valor y en un contexto de competición de capitales, la maximización de la producción rentable cambiará por completo la relación que esta comunidad mantiene con el producto A. El trabajo socialmente necesario para producir una unidad de producto caerá rápidamente a medida que los límites físicos del cuerpo humano den vida métodos de producción –mecanizados- cada vez más eficientes. El precio de este seguirá una trayectoria paralela. La batalla por la realización impulsará una competición a la baja del precio en la que la penetración por coste derivará en la centralización gradual de la oferta y en un colapso final del dinamismo del mercado. En su fase madura, pocos capitales dominarán la provisión del producto A, pero este será abundante.

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La industrialización de la producción del producto A hará posible dos cosas. A pesar de la petrificación acumulativa de la geografía productiva encargada de suplir al mercado el producto A, el dinamismo agregado del sistema no se verá afectado. El volumen de trabajo, la renta disponible y el espacio cultivable liberado por medio de la productividad rentable podrá desplazarse a la esfera de la producción del producto B, cuyo consumo comenzará a generalizarse.

La dinámica de la geografía productiva responsable de la producción del producto B imitará lo ocurrido anteriormente con el producto A. La composición orgánica del capital tenderá a la mecanización y al abaratamiento termodinámico-espacial y monetario del precio por unidad de producto. La maduración del mercado derivará en la centralización del espectro de la realización de este y, con el tiempo, el dinamismo acumulativo de estos ciclos reproductivos se estancará. Pero los indicadores generales del sistema no se verán afectados. La densidad material accesible por persona continuará creciendo y el volumen laboral, espacial y de renta liberado se desplazará de nuevo hacia al espectro de los valores de uso aun no cubiertos por la geografía productiva. La comercialización del producto C constituirá la nueva veta acumulativa responsable de propulsar acumulativamente a todo el sistema.

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La mecanización del tracto productivo del producto C marcará el comienzo de la saturación espacial del campo de necesidades existentes dentro de nuestra sociedad ejemplo. El punto en el que las dinámicas económicas darán a luz a una fenomenología distribucional y acumulativa marcada por la polarización, el estancamiento y el despliegue de poder sistémico-extractivo multidimensional por parte del capital. Donde la reproducción del sistema entrará de lleno en el plano de un marco productivo marcado por un suma-cero distribucional.

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Sin nuevo espacio de valores de uso que colonizar, el factor trabajo se enfrentará a una posición sistémica cada vez más precaria. Su peso sistémico agregado entrará aquí en el campo de un conflicto frontal con el sesgo pro-capital de la productividad y la homogeneidad distribucional de la fase económica expansiva comenzará a polarizarse en torno a diferencias en la composición del capital humano. El escenario en el que el polo cognitivo-especializado necesario para gobernar las grandes formaciones de capital convivirá con su alter ego, la cada vez más poblada extensividad manual que la realidad mecanizada habrá forzosamente convertido en híper-precaria.

En el campo del impulso acumulativo, el agotamiento espacial de los vectores de valores de uso dará lugar a la intensificación de la explotación en múltiples frentes. La rentabilidad no solo ejercerá presión sistémica salarial contra el factor trabajo empleado que por su naturaleza resulte acumulativamente redundante, también consolidará la extracción del plusvalor por la vía del poder de mercado y la presión monopsónica. Jornadas más largas, salarios modales en declive e informalidad contractual convivirán con el uso y abuso de la estructura monopolística que la centralización de la realización ha contribuido a crear.

El debate empresario entre la opción intensivo-tecnológica e intensivo-extractiva de la productividad se verá en último término afectado por la represión espacial de la rentabilidad, por la llegada del contexto sobreacumulado. En cualquier mercado regido por la ley del valor, la búsqueda de ventajas acumulativas en el campo de la realización -la venta- posee tres fases relativamente diferenciables: la penetración, la optimización y la sobreacumulación. La penetración hace referencia a la captura espacial comercial de un valor de uso no cubierto por el mercado. A la expansión de la producción -ya sea mecanizada o manual- con el fin de agotar un espacio rentable aun no explotado. El supuesto que constituye el punto de partida originario del movimiento acumulativo posterior en toda su extensión.

La optimización representa el punto en el que dicha expansión choca con el espacio de realización de un capital rival o esta alcanza el límite espacial de los valores de uso presentes en dicho mercado. En aras de evitar la pérdida de una rentabilidad sostenida, la respuesta lógica frente a este contratiempo pasa por optimizar la estructura de costes propia. La utilización de tractos productivos más eficientes con el fin de aumentar el margen propio o de combatir el espacio de realización de nuestros competidores para adquirir una mayor presencia rentable en el mercado.

Por último, llegamos a la fase de la sobreacumulación. Al contexto acumulativo en el que carece de sentido económico -en términos de la ley del valor- reinvertir productivamente el plusvalor. La sobreacumulación hace referencia a las condiciones acumulativas en las que la composición orgánica del capital pierde todo incentivo para avanzar en su trayectoria mecanizadora. Un supuesto que tiene lugar en la intersección de dos tendencias económicas generales y que marca el punto de partida de la “huelga” inversora capitalista que dará como resultado el estancamiento general y reproductivo del sistema.

Por una parte, la sobreacumulación se deriva del hecho de que la reinversión tiene, como norma general, un coste creciente en el tiempo. Con el fin de optimizar el tracto productivo y de no perder competitividad, cada vez es necesaria la movilización –compra- de una masa de capital mayor. La preparación y adquisición de una cadena de montaje automovilística rentable hoy, por ejemplo, requiere de una organización escalar robótica que resulta proporcionalmente mucho más cara que la adquisición y gestión de una equivalente a principios de siglo. Esta pendiente positiva del coste de la reinversión convive con una tendencia paralela que afecta al componente diferido de la rentabilidad, a su retorno en el tiempo.

En un supuesto de un mercado maduro, el retorno de una inversión sigue, generalmente, una tendencia decreciente. Un resultado que puede derivarse de una fuerte oposición por parte de capitales rivales, del agotamiento espacial de los valores de uso que dan vida a la cuota de mercado propia o de una combinación de ambas. Todas ellas tienen en común la capacidad de generar un horizonte de retorno de una inversión en el que el volumen de apropiación de nuevo plusvalor decrece con cada ciclo acumulativo.

En resultado de la colusión de ambas tendencias es el punto en el que coste creciente y retorno decreciente convierten a la reinversión empresarial en una iniciativa económicamente inviable. El agotamiento de los marcos de negocio donde más capacidad o una mejor capacidad no se traducen en una penetración de la realización lo suficientemente amplia como para que dichas inversiones resulten rentables a largo plazo. A partir de entonces, el capitalista entrará en una huelga inversora de la que solo podrá escapar asistido por la fórmula intensiva-extractiva. Por medio de la explotación del trabajador tanto en su vertiente salarial como en su vertiente de consumo por medio del precio. La lógica responsable de que, coronando el punto donde nuestra capacidad de generar prosperidad agregada es máxima, nuestro sistema se haya vuelto adicto a la precariedad.

El fenómeno de la sobreacumulación, el cual la teoría convencional ha traducido nominalmente como el estancamiento secular o el surplus-surplus por la masa potencial de inversión que nunca llega a reintegrarse en la producción, es una de las señas de identidad de la fase terminal que hoy experimentan las economías maduras. Una masa creciente de dinero líquido monopolístico derivado del milking del mercado incapaz de encontrar opciones reales de reinversión. Un dinamismo decreciente plasmado en la petrificación productiva y una centralización gradual del espacio de la realización consolidado de una manera oligopolística. Tres tendencias derivadas de un mismo fenómeno, la saturación espacial de las utilidades rentables existentes.

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Como importante añadido espacial, cabe mencionar que, de la adaptación productiva a un plano necesidades rentables agotadas en un contexto acumulativo estancado, se deriva también otro fenómeno determinante para entender nuestro contexto socio-político actual. Si el rango de necesidades es una dimensión acotada y el proceso de optimización acumulativa tiende a la centralización espacial de la producción, entonces, tarde o temprano, la asimetría regional ganará una importancia política cada vez mayor. Pronto dejarán de existir nuevos vectores de utilidad que den vida a realidades productivas que ocupen espacios físicos anteriormente ajenos a la industrialización. Y los que existan se concentrarán. Debido a que la solución productiva a un volumen de producto máximo no admite otra configuración rentable posible que no gravite en torno a la centralización, el campo de labranza que hemos utilizado como ejemplo será cada vez más espacialmente asimétrico. El mismo vector de asimetría espacial que ha contribuido decisivamente a cambiar el panorama político internacional occidental a partir del año 2016.

Si bien nuestro escenario hipotético nos ha ayudado a presentar el plano espacial y acumulativo de nuestra economía y a prever sus consecuencias distribucionales y sistémicas de una manera bastante efectiva, existe una diferencia fundamental entre nuestro ejemplo y la realidad socio-económica en la que habitamos. El campo de labranza es un supuesto enteramente real en el que, al contrario que en nuestra realidad macroeconómica, no se admite dinámica financiera alguna. Y este es un factor que explica, entre otras cosas, la razón acumulativa principal por la que nuestro mundo no ha colapsado bajo la presión reproductiva y distribucional que ejerce la sobreacumulación.

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La esfera financiera, otrora un componente auxiliar de la geografía acumulativa nacional e internacional, ocupa actualmente una posición central dentro de la red de la circulación y la reproducción del capital. La esfera de los futuros –la deuda- es el mecanismo por el cual toda la macroestructura capitalista modula y amortigua hoy los efectos y las consecuencias de la trampa sobreacumulativa derivada de los límites espaciales del valor de uso. Entre otros motivos, el ascenso del polo financiero tiene como una de sus causas principales la necesidad de crear salidas acumulativas a todo el plusvalor realizado que no puede ser reinvertido en esquemas de negocio reales. La financialización de la geografía reproductiva real equivale entonces a la participación empresarial en una dimensión artificial diseñada para obtener una trayectoria reproductiva fuera de los límites impuestos por las necesidades humanas. Donde la ausencia de mercancías crea un escenario de valores de cambio puros cuyo sostenimiento depende única y exclusivamente de la producción de un bien que carece de coste y de utilidad real alguna, el dinero.

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Junto con el despertar del polo financiero y la creciente dependencia sistémica de la manufactura de dinero con ajenidad al plano de la inversión real, la deuda ha emergido como la piedra angular de la sustitución del plusvalor actual como elemento tractor del sistema. En esencia, las finanzas han logrado transformar y diferir en el tiempo el conflicto de clase capitalo-céntrico derivado de la sobreacumulación por medio de las dinámicas acumulativas financializadas y de su impacto real. El espacio laboral afectado por las realidades productivas y distributivas de la sobreacumulación ha visto transformado su déficit salarial estructural en crédito personal para poder contar con un nivel de consumo sostenido. El polo propietario ha intercambiado un peligroso ajuste intensivo-extractivo en el plano de la remuneración del trabajo por una reproducción de capital encuadrada en la esfera híper-privilegiada de los activos financieros y juntos han propiciado un recorido social de la acumulación más sostenible.

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Prueba de la utilidad contrainsurgente de las finanzas es que la perfectamente dirigida inflación que garantiza retornos constantes a la clase social con acceso a dicha cima trófica ha constituido el instrumento sistémico más útil a la hora de acomodar socialmente al post-fordismo. Ejemplo de ello es el paradigma de la property-owning-democracy, el instrumento que garantizó a los baby-boomers una trayectoria vital estable gracias a precios inmobiliarios permanentemente ascendentes derivados del desarrollo paralelo del sector FIRE. Un recorrido “democrático” de la inflación financiera que ya no existe y que provoca hoy que las nuevas generaciones ocupen unas coordenadas sistémicas exclusivamente pasivo-deudoras. La primera hornada generacional completamente vulnerable a la realidad productiva y distribucional de la sobreacumulación.

Si bien el impacto distribucional directo actual de polo financiero es extremadamente heterogéneo, la esfera especulativa aún posee efectos sistémicos más allá de la inmediata revalorización de carteras de activos cuyo impacto es más difícil de contabilizar. Podemos argumentar que la híper-financialización a la que Mazzucato acusa de condenarnos a una guerra abierta contra la automatización no posee los efectos agregados que se le atribuyen, sino, en gran medida, los efectos opuestos. De esta manera, cabe preguntarnos si el mismo desarrollo salvaje de la esfera especulativa que ha contribuido a crear un campo reproductivo ajeno a la realidad sobreacumulada no ha prevenido un colapso real de consecuencias distribucionales igualmente salvajes. Gracias a dicha artificialidad, la presión reproductiva reciente del capital ha recaído sobre vectores contables digitales de deuda futura, no –directamente- sobre un trabajo encadenado a una dimensión económica totalmente vinculada a la espacialidad de una utilidad agotada. Teniendo en cuenta que, actualmente, gran parte del movimiento macroeconómico y del ajuste real es fuertemente dependiente impulso financiero, este parece ser el caso.

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Además de su potencial acumulativo general, el polo financiero es, por su naturaleza centralizada, regulada y dependiente de la banca central, extremadamente útil a la hora de lanzar operaciones quirúrgicas dentro de nuestra realidad macroeconómica sin alterar su marco. De esta manera, junto con su impulso inflacionario, la macrocefalia financiera es también el instrumento por el cual las élites de nuestro tiempo, por necesidad política, mantienen con vida a la facción más trabajo-céntrica e ineficiente de nuestra geografía productiva. Una esfera que, de no ser por un mercado de bonos corporativos basura sostenido artificialmente, perecería ante la ola de la mecanización y la centralización de la realización en torno a las súper-firmas. Un destino sistémico que sería devastador para un empleo que carece de escapatoria productiva alguna.

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En ese sentido, el desarrollo de una dimensión de valores cambio funcionalmente ajenos al campo de la utilidad y la rentabilidad real, ha desvinculado parcialmente al marco de clase original del imperativo de la híper-explotación salarial en un entorno sobreacumulado. Gracias a la financialización de la realidad acumulativa, existe un punto de quiebra política del sistema relativamente gestionable por medio de la inflación. Un mecanismo que, de no existir, forzaría la intervención general del capital real, el equivalente práctico al fin del capitalismo. Por ello, aunque imperfecto e insostenible en el tiempo, las finanzas constituyen hoy un buffer sistémico parcial al sesgo pro-capital de la economía. Y ello es, en potencia, pro-trabajo.

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Evolución del Crédito / PIB y del Crédito Empresarial-Producivo. Media de 17 economías avanzadas.

Otra posible crítica a la tesis de Mazzucato es el tratamiento espontáneo de la hipertrofia financiera y su crítica parcial a la naturaleza extractiva de la ley del valor. Colocar a la híper-financialización en el centro del debate de la problemática acumulativa actual sin exponer la deriva acumulativa que le otorgó funcionalidad sistémica a su existencia equivale a operar sobre una ontología de la explotación completamente idealizada. Un punto de vista interpretativo que nunca podrá producir soluciones completas y coherentes al puzle de la automatización.

Es un hecho probado que una macrocefalia financiera desatada termina adquiriendo una agencialidad acumulativa propia que se traduce en un menor potencial de crecimiento de la economía real.  Pero ello no nos dice nada sobre la masa salarial resultante ni sobre la evolución de la composición orgánica del capital. Este hecho solo nos revela que, con el tiempo, el polo financiero ha adquirido una utilidad acumulativa funcional sistémica de tal magnitud que este puede desarrollar una voluntad extractiva propia que hoy puede imponerse frente a rivales extractivos terceros. En este caso, frente a parte del potencial reproductivo-reinversor de los capitalistas exclusivamente reales.

En términos más abstractos, dicha economía, siguiendo la ley del valor, ha gravitado de la explotación salarial de la producción a la explotación multidimensional del trabajo por medio del pillaje financiero. Un ajuste natural, no un accidente. No existe ninguna base para argumentar que la represión extractiva de la abundancia tiene lugar únicamente en el campo económico financiero, y afirmar que el polo financiero reprime la producción de cosas –en PIB- es absurdo. La explotación salarial limita la producción, el poder de mercado real limita la producción y el mismo concepto de la rentabilidad monetaria reprime la producción de cosas útiles al servir exclusivamente a los valores de cambio. La naturaleza del modo de producción capitalista es la manufactura del beneficio, nunca la producción de cosas. Las adaptaciones sistémicas derivadas de la geografía sobreacumulada son consecuencia directa, precisamente, de la incapacidad de reproducir marcos extractivos reales en los que poder acumular nuevo plusvalor.

Por ello, de aplicarse, la tesis de Mazzucato resultaría sistémicamente desastrosa y fracasaría en resolver el conflicto de clase en su vertiente robótica y del empleo. La naturaleza osmótica de las finanzas internacionales y su potencial para implementar el Keynesianismo privatizado es la clave para entender cómo la socialización de la inversión mediante el programa masivo de compras por parte de la banca central es la única vía capaz de rescatar el sistema sin alterar las relaciones de producción del modo de producción capitalista. Por ello, la represión activa de la esfera inter-bancaria derivaría en un escenario real sistémicamente insostenible sin una intervención distribucional pública masiva. Ejemplo de esto es la trayectoria de la economía internacional posterior al crash financiero de 2008. Sin el “efecto riqueza” inflacionario de la especulación, el sector privado capitalista nunca hubiera encontrado los marcos de negocio reales rentables suficientes como para recuperar el momentum acumulativo general de la economía. La disyuntiva no es entre las finanzas y el empleo como pretende hacernos creer Mazzucato,  es entre las finanzas y una inversión ajena a la ley del valor.

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Prueba de esto es que, sin las posibilidades reproductivas de la especulación financiera, toda la fortuna líquida monopolística actual se debatiría entre navegar a un paraíso fiscal o permanecer enterrada en zulos contables de nulo rendimiento. En el momento en el que la realidad sobreacumulada hiciera acto de presencia, todo el peso del ajuste de la rentabilidad lo soportaría el trabajo, quien necesitaría competir por precio con la geografía mecanizada. En ese sentido, el conflicto de clase adquiriría una temática decimonónica cuasi-perfecta. La pauperización acelerada en el plano del trabajo conviviría con cifras líquidas obscenas en el campo de la propiedad. Sin un vector de impulso acumulativo alternativo independiente de la utilidad rentable, nuestra sociedad se vería forzada a suplicar a nuestras élites que multiplicaran su consumo privado para evitar que el dinamismo del sistema entrara en barrena. Terminaríamos rogando que hicieran materialmente efectiva su vanidad con el fin de impedir nuevos ajustes en el campo de la producción. Y este sí que es un escenario políticamente insostenible.

Por último, cabe retomar aquí la importancia del factor temporal y escalar a la hora de analizar fenomenología económica. Mazzucato apoya su argumento en la experiencia empírica de un economista que vivió hace dos siglos. Una evidencia empírica de un tiempo en el que las sociedades más avanzadas de la época no solo no habían optimizado la realidad productiva del equivalente de nuestro producto A, sino que tampoco habían llegado a avances significativos en la manufactura escalar de los primeros prototipos del producto B. Bajo la perspectiva Ricardiana en la que la trayectoria productiva escalonada de una renta per cápita creciente parece no conocer límite alguno en términos de empleo y abundancia material, la receta de Mazzucato es indudablemente lógica. Bajo la dimensionalidad sobreacumulada en la que los límites espaciales de la realización condicionan la reproductibilidad del capital, el argumento de la reinversión y del crecimiento del empleo es absurdo. Hoy no existen valores de uso rentables suficientes para que la producción y la utilidad del empleo puedan expandirse.

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Nuestra trayectoria innovadora reciente, la cual ha consistido en crear estructuras empresariales light (como Uber, Glovo o Airbnb), es testigo de nuestra incapacidad de generar espacios de mercado nuevos en los que alojar modelos de negocio donde el factor trabajo pueda encontrar un sentido productivo modalmente bien remunerado. Estamos actualizando digitalmente servicios físicos, facilitando la centralización de la realización y la represión salarial, no sirviendo un espectro de necesidades no cubiertas sobre las que es posible implementar nuevos modelos de negocio sosteniblemente rentables. La única razón por la que la masiva perdida de peso sistémico del salario no se ha traducido en altos niveles de desempleo es la naturaleza trabajo-intensiva y fraccionable del sector terciario. Si Mazzucato acepta que el sesgo pro-capital de la productividad existe, necesitará exponer qué sectores no explotados actualmente constituyen la veta acumulativa mágica que proveerá de nuevo plusvalor al sistema y relanzará el peso sistémico del trabajo. Irónicamente, es posible que último de estos sectores mágicos haya sido el financiero.

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Del presente análisis, podemos deducir que toda doctrina socio-económica que parta de la base de una relación crecientemente antagónica entre el capital y el trabajo debe, necesariamente, concebir la realidad acumulativa como una dimensión eminentemente regida por la espacialidad. De esta manera, por medio de la productividad, la combinación entre la saturación espacial de la utilidad rentable y el sesgo pro-capital de la eficiencia produce, tarde o temprano, un enfrentamiento distribucional entre el capital y el trabajo modal imposible de solventar. Por ello, la socialización de la inversión, aquello con lo que el sector financiero ha conseguido experimentar pero que ningún post-keynesiano se atreve a proponer, es el único instrumento que, en conjunción con la legitimidad colectiva para con lo producido, es capaz solventar tanto las consecuencias sistémicas de la sobreacumulación, como también el miedo al antagonismo mecánico. Una solución lógica a un problema relativamente sencillo que nadie que se autodenomine defensor(a) de los trabajadores puede considerar sin evitar entrar en el campo teórico de una crítica general al capitalismo.

 

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* Salvo indicación expresa, todas las tablas de este artículo muestran datos de la economía Estadounidense.

8 respuestas a «Mazzucato y los Límites de la Realización: Finanzas, Robots y Sobreacumulación»

[…] Si bien la crisis financiera se ha presentado como la razón económica primaria del desarrollo político “populista” reciente, las causas del colapso general del consenso socialdemócrata occidental son macroeconómicamente más profundas. Tras la involución del cuadro interpretativo de nuestro tiempo se encuentra la completa transformación del suelo distribucional y productivo de nuestras sociedades. La llegada de la híper-productividad robotizada industrial y la consiguiente terciarización precaria de la masa laboral modal. En esencia, la desarticulación natural-acumulativa de la arquitectura Fordista por la cual el ecosistema econó…. […]

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