La competición dialéctica entre el modo de producción capitalista y sus rivales ajenos a la ley del valor tiende a obviar en demasiadas ocasiones que las comparaciones históricas entre ambos están mediadas por una dimensión material relativamente ajena a una realidad puramente sistémico-agencial. En ese sentido, un determinado modo de producción tiene condicionada su gestión de la productividad a una serie de variables político-sociales y espacial-materiales que normalmente carecen de un vínculo directo con la lógica dinámica del sistema sobre el que estas actúan. El tamaño de la élite dirigente y la fortaleza de su posición extractiva son dos de los factores que pueden determinar la distribución del esfuerzo político dentro del eje entre el crecimiento y la redistribución. Entre la acumulación y la construcción de marcos socio-económicos inclusivos. Igualmente, todo esfuerzo político dirigido a la consecución de una base productiva más capaz depende a su vez de unas condiciones espaciales y materiales muy particulares de cuyo ámbito causal ninguna sociedad puede escapar. Esta segunda variable es el objeto de estudio de esta entrada.
La gestión espacial de la escala económica es una de las facetas más marginadas del análisis económico. La causa de este activo abandono teórico es doble. Por un lado se pretende obviar una dimensión cuyo estudio daría hoy como resultado políticas que entrarían en un conflicto funcional directo con el modo de producción dominante. Por otro, se pretende magnificar el papel de un determinado modo de producción en la trayectoria socio-darwinista de la competición geopolítica. El modo de producción capitalista se nos presenta así como la estructura responsable de todo resultado distribucional virtuoso y la parada escalar última del desarrollo. Una estructura inmune a toda geografía contextual cuya capacidad de producir desarrollo socio-económico resulta causalmente independiente de la realidad física y social en la que este se desarrolla.
En el caso contrario, todo modelo productivo ajeno a la ley del valor nos es expuesto como una estructura lógica destinada a colapsar. El sistema de organización social cuya naturaleza mecánica lo destina al estancamiento tecnológico y civilizacional en cualquier contexto social o geográfico. Un marco teórico que transforma lo que inicialmente son buenas intenciones en resultados distribucionales inmorales debido a un problema crítico de diseño. El responsable último de que este modelo haya fracasado una y otra vez al enfrentarse al test de la historia.
Tradicionalmente, aquellos que defienden un marco productivo ajeno a la ley del valor no han sabido cómo enfrentarse a las consecuencias interpretativas de este marco analítico. No han sabido salir de él y ello les ha supuesto un importante caveat político a múltiples niveles. Este hecho se deriva directamente de la ambigua e irresuelta relación que la deliberación estratégica progresista ha tenido siempre con respecto a la cuestión espacial. Un condicionamiento que, a pesar de haber estado subconscientemente presente en toda teoría de la victoria revolucionaria, nunca ha dispuesto de un espacio analítico propio.
La búsqueda del método político mediante el cual institucionalizar con éxito el contenido del manifiesto comunista se enfrentó desde sus inicios a una realidad insurreccional sobre la que nadie había teorizado antes. El paradigma socialista se sustenta y basa su funcionalidad en una realidad escalar que implica necesariamente un grado de interconectividad espacial creciente. Y ello es así porque la gradual centralización del trabajo bajo un mismo capital provoca y tiene lugar en un contexto de vectores de integración espacial cada vez más intensos. La realidad política y macroeconómica son variables cada vez más transnacionales y la revolución se ve forzada a adaptarse en sus formas y objetivos. En este nuevo teatro estratégico, el acceso al poder nacional-doméstico ya no garantiza el nacimiento de un vector histórico independiente como lo hacía antaño. Ahora, la toma del Estado constituye únicamente el primer paso de una larga lista de desafíos a superar.
En consecuencia, una de las constantes de la trayectoria analítica socialista será el estudio de los equilibrios transnacionales a los que los vectores revolucionarios tendrán que hace frente si estos llegaran a tomar el poder doméstico. Aquí, sin embargo, las conclusiones a las que los distintos autores llegarán serán extremadamente ambiguas, político-céntricas y macroeconómicamente poco técnicas. Mientras que el estudio de la correlación de fuerzas políticas adquirirá pronto una dimensionalidad internacional, la exploración de la realidad material quedará en gran medida relegada al ámbito doméstico. La biblioteca insurreccional socialista reconocerá el nuevo tiempo escalar del mundo, pero, más allá de interpretaciones geopolíticas de naturaleza neorrealista, esta nunca abordará de manera independiente y científica la vertiente productiva de la globalización.
De esta manera, ya en 1858, Marx describirá a Engels cómo la creciente operatividad global de la burguesía condicionará un hipotético triunfo revolucionario en el viejo continente. Una narrativa similar a la que podemos encontrar en el prefacio al Manifiesto Comunista en su versión rusa de 1882. Un documento en el que se hablará de los límites estratégicos de un triunfo revolucionario en la Rusia agraria y de cómo su éxito está supeditado a un efecto contagio en las economías desarrolladas. Aun así, el texto no expondrá ningún razonamiento causal que lo justifique.
Alimentado por las posibilidades disruptivas de la Gran Guerra, la primera teorización semi-coherente sobre el imperativo internacional del socialismo vendrá de la mano de Lenin al tratar de conjugar el contexto revolucionario ruso con el plano industrial europeo. El corazón interpretativo de esta teorización es un imaginario insurgente que se deriva directamente de la constatación de las nuevas posibilidades revolucionarias reveladas por la convulsión popular-continental de 1848. Desafortunadamente, una vez más, la construcción causal emergente será extremadamente confusa con respecto a qué elementos condicionan la imposibilidad práctica del triunfo de la revolución en un marco exclusivamente nacional. A continuación, Lenin interpretando dicho condicionamiento:
“Las cosas resultaron de modo distinto a como lo esperaban Marx y Engels, concediéndonos a las clases trabajadoras y explotadas de Rusia el honroso papel de vanguardia de la revolución socialista internacional, y ahora vemos claro cuán lejos irá el desarrollo de la revolución; ha comenzado la obra el ruso, la llevarán a cabo el alemán, el francés y el inglés, y triunfará el socialismo. […] “Jamás nos hemos dejado de engañar por la esperanza de que podríamos terminarlo sin la ayuda del proletariado internacional, jamás nos hemos equivocado en esta cuestión. […] pero estamos en el deber de decir que nuestra República de los soviets es socialista porque hemos emprendido ese camino, y estas palabras no serán vanas […] cuando se nos pintan las dificultades de nuestra obra, cuando se nos dice que el triunfo del socialismo solo es posible en escala mundial vemos en ello únicamente un intento, condenado al fracaso de modo singular, de la burguesía y de sus partidarios voluntarios e involuntarios de tergiversar la verdad más indiscutible. Naturalmente, naturalmente, el triunfo del socialismo en un solo país es imposible. ”
Discurso de Lenin en el 3er Congreso de los Soviets.
“Si examinamos la situación en escala histórica mundial, no cabe la menor duda de que si la revolución se quedase sola, si no existiese un movimiento revolucionario en otros países, no existirá ninguna esperanza de que llegase a alcanzar el triunfo final. Si el partido bolchevique se ha hecho cargo de todo, lo ha hecho convencido de que la revolución madura en todos los países, y que en fin de cuentas –y no al comienzo- cualesquiera que fuesen las dificultades que hubiéramos de atravesar, cualesquiera que fuesen las derrotas que estuviésemos condenados a padecer, la revolución socialista internacional tiene que venir […] Nuestra salvación de todas estas dificultades -repito- está en la revolución europea”.
Los Fundamentos del Leninismo (citado por Stalin).
El elemento común a toda esta trayectoria teórica es la colusión conceptual entre la teoría marxista y la realidad geopolítica internacional. Entre la noción de las condiciones objetivas industriales del nacer socialista, el control revolucionario del capital y el neorrealismo político. Una visión que emplea un marco insurreccional nacional de base material-doméstica combinado con un análisis de la problemática política que inevitablemente termina adquiriendo una perspectiva internacional. Sin embargo, el gran vacío teórico de todo este compendio analítico sigue siendo la realidad económica de carácter global. Un vacío que primero Parvus y después Trotsky tratarán accidentalmente y por primera vez al intentar engendrar un cuerpo estratégico capaz de solventar definitivamente la problemática escalar de la revolución.
Como desarrollo lógico del leninismo, la teoría de la revolución permanente hizo suyas dos máximas de Lenin y las combinó en una forma teórica más compleja y funcionalmente completa. Bajo este prisma, las particularidades nacionales de cada escenario revolucionario ya no son compartimientos analíticos estancos, sino expresiones de una gran contradicción que nace de un sistema global. De aquí se deriva que, si la revolución quiere triunfar, esta debe ser internacionalista por necesidad. Pero esta condición es prácticamente insuficiente por sí misma. La consecución de una revolución internacional depende, en términos marxistas ortodoxos, de la colusión espontánea de una ola de revoluciones nacionales dependiente de la teoría de las dos etapas. Un supuesto virtualmente imposible en la realidad política internacional. Para resolver este problema, la doctrina trotskista incorpora un elemento de iniciativa proactiva que emana del mismo análisis leninista de la experiencia rusa. En base a este, la clase trabajadora es perfectamente capaz de llevar a cabo tanto la revolución democrático-burguesa como la socialista en un proceso revolucionario doble y permanente. La luz de la Revolución dispondrá entonces de un marco teórico por el cual manufacturar activamente el contexto internacional que le permita sobrevivir, ganar impulso y finalmente triunfar.
La mecánica causal que la teoría de la revolución permanente trabaja y resuelve es la hipótesis de que el capitalismo global será capaz de ahogar espacialmente cualquier brote lógico alternativo que pretenda destronarlo. Trotsky inaugura así un marco teórico en el que la dinámica y estructura de un determinado modo de producción sobrepasa escalarmente el marco interpretativo doméstico. En el que existe una clara asimetría entre la pugna política nacional y la realidad macroeconómica trans-nacional. Aun así, la teoría de la revolución permanente nunca nos revela qué mecanismos económicos son los responsables de dicho ahogamiento ni cuánto componente agencial portan. De esta manera, Trotsky se une a la larga lista de autores revolucionarios que teorizarán sobre la creciente problemática práctica de una dimensión insurreccional global sin profundizar en sus engranajes internos. Sin separar conceptualmente el modo de producción de su contexto manufacturero.
La separación teórica entre el contexto material-productivo y la lógica de un determinado modo de producción resulta imprescindible si queremos identificar qué mecanismos macroeconómicos condicionan la problemática espacial de la revolución. Como hemos establecido anteriormente, a pesar de ser variables sistémicas de una gran estructuralidad, los distintos modos de producción dependen de elementos ajenos a su ámbito de control para propulsar su rendimiento material. Para reproducirse acumulativamente en el tiempo. La supervivencia de todo proyecto político que decida escindirse de un plano productivo regido por la ley de valor depende pues de una fenomenología ajena al contexto político inmediato en el que este madure.
La vía más directa para analizar esta fenomenología es atender a las bases productivas de la prosperidad. El nivel de densidad material de una sociedad depende de la productividad de su economía, del grado de segregación y explotación escalar de procesos que pueda gestionar su red productiva. De esta manera, si describimos el grado de prosperidad de una sociedad como el resultado de una mejor o peor gestión de la complejidad económica, podemos concluir entonces que todo incremento agregado de esta depende un grado creciente de interconectividad productiva.
Podemos definir la interconectividad como el elemento funcional que gestiona la apertura de opciones de explotación cada vez más especializadas dentro de una misma red productiva. Una variable que, dada una masa laboral relativamente estable, crece a medida que el tiempo social necesario para producir determinados bienes se reduce por medio de la productividad. El ejemplo más paradigmático de este fenómeno en la historia económica humana es la revolución agrícola, la expulsión del campesinado y la vinculación de la tierra a la ley del valor y a la propiedad. El golpe político que cambió por completo el campo, hizo posible el despunte poblacional y sentó las bases de la explosión industrial al vectorizar el trabajo a la ciudad. La institucionalización del marco relacional destinado a maximizar la producción agrícola posibilitó en último término la geografía productiva manufacturera sobre la que, posteriormente, Marx confeccionaría su crítica.
La doctrina revolucionaria marxista ganó tracción teórica paralelamente al contexto escalar que consolidó las relaciones socio-productivas del capitalismo. El cuerpo lógico del manifiesto se deriva, precisamente, del resultado relacional de operar con estructuras de capital cada vez más densas, de la centralización gradual de los vectores de trabajo. Con el flanco calórico cubierto, la producción manufacturera se dispuso a emprender su propio vector expansivo y pronto el grado de complejidad de las estructuras productivas nacionales cambió completamente el paisaje del mundo.
El marco socio-político que liberó el potencial productivo de la división del trabajo por medio del imperativo rentable catapultó el impulso escalar y llevó la realidad económica más allá de su tradicional marco y contexto local-regional. Las cadenas de suministro nacional e internacionales –imperiales- vieron entonces la luz y el grado de especialización general de las redes productivas que componen la economía internacional comenzó a crecer de manera exponencial. De la mano de la lógica capitalista, la producción y la realización adquirieron una dimensionalidad expansiva transnacional, la realidad que Marx describía a Engels en su carta de 1858.
Este gran impulso escalar-espacial a la productividad media de las estructuras productivas humanas en la Tierra transformó mediante olas sucesivas de spillovers retroalimentados una realidad geopolítica global completamente nueva. Un contexto internacional cada vez más mediado por una red de relaciones políticas y productivas crecientemente complejas que hizo del paradigma insurreccional tradicional una receta obsoleta de cara a los desafíos insurgentes del futuro. En consecuencia, como mencionábamos anteriormente, la simple toma del Estado ya no certificará el éxito revolucionario. En el mejor de los casos hará falta una efectiva gestión diplomática para consolidar la victoria, en el peor, la activa manufactura de un contexto geopolítico más asequible –la revolución permanente-.
La Unión Soviética aterrizó en el contexto político y productivo de la globalización temprana con un enorme reto ante sí. La revolución había fracasado en el continente, estaba sola. Ante un ecosistema internacional de naciones hostiles, el país tuvo que recortar el diferencial de desarrollo que le separaba de sus rivales más avanzados a marchas forzadas. Gracias a la planificación –la gestión escalar activa-, la Unión Soviética alcanzo dicho potencial justo a tiempo para sorprender al mundo repeliendo a la Wehrmacht y tomando después Berlín. El modo de producción ajeno a la ley del valor, a pesar de operar en un contexto cuasi-autárquico, demostró aquí su imbatible capacidad como fórmula de movilización de recursos y personas en esquemas productivos de reproductibilidad escalar nacional.
Tras Yalta, el Kremlin entró en la segunda mitad del siglo XX convencido de disponer del instrumento organizacional definitivo con el que no solo manufacturar una cómoda paridad con sus rivales occidentales, sino también –en palabras de su propio Premier- enterrarlos. Todo parecía indicar que los miedos transnacionales a los que toda la biblioteca insurreccional socialista había hecho referencia previamente eran infundados. Al fin y al cabo, el potencial de la planificación nacional soviética había demostrado ser más que capaz de producir independencia geopolítica bajo las condiciones más duras. Una tesis compartida incluso por el gurú macroeconómico al mando del paradigma social antagónico.
No fue hasta la década de 1970 -y especialmente la de 1980- cuando este diagnóstico macroeconómico tuvo que enfrentarse a una realidad eminentemente distinta a la que el zeitgeist soviético hacía referencia en la propaganda. La productividad se había estancado, no había indicios de computerización y la represión del consumo que antaño había repercutido en la industrialización del país parecía no tener ahora contrapartida alguna. Lo único que parecía retener el impulso desarrollista de la posguerra a la llegada de la segunda mitad del mandato de Brézhnev era el inmenso y distribucionalmente hambriento complejo militar-industrial de la URSS.
La transformación del optimismo estadístico de los años cincuenta en un país productivamente petrificado, dependiente del precio internacional del petróleo para articular momentum económico y cuyo único polo puntero yacía en la industria militar aeroespacial, se debía a un culpable conocido. La segunda mitad del siglo XX introdujo al mundo a una realidad macroeconómica cada vez más modulada por la administración de la interdependencia. Tras el ínterin bélico de las dos guerras mundiales, la geografía productiva del planeta recuperó el impulso escalar de la productividad catapultando la gestión del comercio internacional a una centralidad política sin precedentes. Los grandes tratados y bloques comerciales verían la luz y la tecnología de la containerización del transporte marítimo revolucionaría el movimiento y el rango comercial de las mercancías.
En el contexto de la Guerra Fría y condicionada por su inherente incompatibilidad sistémica, la Unión Soviética se vio forzada a gestionar su propia escalaridad con los recursos humanos y materiales al alcance de su limitada jurisdicción política. Bajo la lógica operacional de un modo de producción ajeno a la ley del valor, el país pudo reproducir nacionalmente las estructuras proto-fordistas de sus rivales a una velocidad sin precedentes en el campo del desarrollo. Todos los activos productivos humanos y materiales se movilizaron para articular de la nada una red productiva que pasó de un grado de complejidad decimonónico temprano a uno nacional industrial propio de 1950 en cuestión de tres décadas.
El éxito de esta política de industrialización forzosa se debió a dos factores interrelacionados. Por un lado, constató que la lógica ajena a la ley del valor es infinitamente más eficiente a la hora de erigir y reproducir estructuras productivas de una complejidad y base tecnológica conocidas. En el caso soviético, la industria proto-fordista occidental de mediados de siglo. Por otro, este masivo ejercicio de movilización y diseño activo de complejidad económica solo fue posible porque dicha base escalar tecnológica partía de un marco escalar eminentemente nacional. Un marco susceptible de ser imitado dentro de las fronteras de la URSS. En el momento en el que la complejidad de los flujos productivos internacionales generaron un escenario productivo y tecnológico frontera ajeno a un escenario escalar eminentemente nacional, la Unión Soviética estuvo condenada a detenerse en el tiempo.
Mientras que la URSS de Brézhnev se veía impotente frente a un marco competitivo escalar cada vez más global, el Japón de Ikeda sorprendía al normal económico global con una fórmula de desarrollo alternativa. Japón, quien era ajeno a los caveats internacionales de la URSS, institucionalizó una arquitectura acumulativa marcada por la dirección nacional de la economía y la gestión keiretsu de la producción. El país empezó a operar como una fábrica unitaria, pero integrada en los circuitos acumulativos internacionales. Reprimiendo activamente la importación y priorizando la conquista de cuota de mercado ultramar frente al interés accionarial. Su estrategia de penetración forzosa de los circuitos de tecnología y escala internacional terminó siendo un éxito rotundo. Japón no solo consiguió la completa industrialización y la paridad desarrollista trans-pacífica, sino que llegó a liderar la frontera tecnológico-industrial de su tiempo. Un desarrollo que tuvo una especial influencia en las coordenadas doctrinales del segundo politburó más importante del mundo, el de Pekín.
China interpretó acertadamente que, en un mundo escalar dominado por los supercontenedores, el modelo de desarrollo soviético presentaba una problemática espacial insalvable. Si la batalla por el control político del espacio estaba perdida, la solución pasaba por maximizar la potencialidad del mal menor. Por medio de una hábil estrategia diplomática, el país logró crear las condiciones políticas bajo las que este pudo integrarse en los circuitos globales de la producción y obtener a cambio un rédito desarrollista masivo. China seguiría el modelo japonés, pero a una escala y puridad doctrinal mucho mayor. El país utilizó la apertura comercial en ley del valor para capturar complejidad económica y base tecnológica creando compatibilidad sistémica local, las zonas económicas especiales. Se apoyó en la planificación económica para reproducir dichos esquemas internamente y potenciar su estrategia de penetración comercial y combinó ambas para avanzar de manera sostenida a través de la escalera de la productividad. Hoy, China es la superpotencia que marcará la frontera tecnológica del siglo XXI.
Analizar la trayectoria económica soviética en conjunción con el modelo acumulativo asiático nos proporciona una perspectiva única sobre la dimensión espacial de la complejidad económica global. Sobre cómo el imperativo de la productividad ha propiciado un grado de interconectividad creciente en el que los flujos productivos y tecnológicos internacionales determinan el acceso a la corriente agregada del desarrollo socio-económico. Tanto el ejemplo de la URSS como el caso Chino evidencian también que, frente a un modo de producción que controla la escalaridad del desarrollo, la cuestión macroeconómica termina inevitablemente fundiéndose con la realidad neorrealista. La independencia política de la Unión Soviética estaba en último término garantizada por su masa crítica, la misma escala que hizo posible que su episodio desarrollista tuviera una vida acumulativa sostenida tan larga. En el caso chino ocurre algo parecido. El uso político por parte del PCC de la enorme masa crítica del Estado chino es el garante definitivo de que ni el capital extranjero ni el nacional puedan imponer condicionantes extractivos a la trayectoria desarrollista del país.
En base a esto, podemos concluir entonces que, en su intento por prevenir la defunción política del proyecto revolucionario, la biblioteca insurreccional socialista supo prever inconscientemente un escenario macroeconómico futuro en unos términos extremadamente avanzados para su tiempo. Frente una ciencia económica generalista actual que sigue siendo incapaz de distinguir entre realidad material y la lógica operacional de un modo de producción, los viejos teóricos ya supieron pronosticar que el control político del espacio constituía una variable crítica del desarrollo productivo. Una variable de naturaleza política pero de base escalar que condiciona todo intento de transformar materialmente la realidad social.
En ese sentido, en un mundo en el que incluso los activos estratégicos nacionales más valiosos requieren de redes productivas transnacionales inmensas para ver la luz, los dilemas insurgentes que ya existían hace un siglo ganan hoy una centralidad estratégica aún más extrema. Si el secuestro de la función de producción es un instrumento de manufactura ideológica crítico al que resulta difícil combatir, el secuestro de la espacialidad escalar es incluso más temible. Teniendo en cuenta esta dimensión: ¿Puede el polo insurgente acceder al poder prometiendo un colapso general de las redes productivas que hoy sostienen nuestro particular grado de bienestar? ¿Resulta viable materializar sus promesas distribucionales reconfigurando un complejo productivo interconectado transnacionalmente a una estructura exclusivamente nacional? ¿Puede un Estado socialista emplear la doctrina de la revolución permanente en el contexto geopolítico y económico-social actual? ¿Con qué consecuencias para las partes?
La realidad espacial impone así un dilema para el que la narrativa progresista nunca fue confeccionada. Un escenario en el que la emancipación no universal esté, al menos temporalmente, reñida con la manufactura efectiva de bienestar material. La inevitabilidad de la accidental represión de las fuerzas productivas. Una relación extremadamente difícil de comunicar de manera política a una sociedad que es completamente ajena al contenido de los distintos elementos de este puzle causal. Que es incapaz de separar la complejidad económica de la lógica sistémica y que argumentaría sin ruborizarse que una Cuba hayekiana en un mundo comunista cabalgaría la punta de lanza de la frontera del desarrollo.
- Aquí puedes leer sobre cómo la framentación política inter-repúblicas en 1990 desarticuló la gestión dirigida y centralizada de la complejidad económica soviética en el espacio. Un fenómeno que, en ausencia de un mecanismo gestor transnacional alternativo -el mercado-, provocó la ruptura de la red escalar existente.
– Puedes apoyar a Anthropologikarl vía Paypal –
2 respuestas a «La Macroeconomía Escalar de la Revolución»
[…] cápita sin precedentes. La naturaleza de dicha explosión escalar creó un contexto acumulativo e internacional en el que el fenómeno de la globalización resultó inevitable. El mercantilismo desarrollista […]
Me gustaMe gusta
[…] atraer inversión directa extranjera. La víctima de un chantaje estructural continuo por el cual la privatizada escalaridad global puede imponer la condicionalidad distributiva y fiscal que mejor convenga a sus intereses. En el […]
Me gustaMe gusta