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¿Es el Capitalismo una Constante en el Universo?

El renovado interés en el Área 51 expone una vez más que la existencia –o no- de vida compleja más allá de la Tierra constituye la cuestión cósmica que mayor atractivo despierta en nuestro imaginario colectivo. Al respecto, actualmente, ya sea por nuestro limitado alcance de rastreo, por nuestra incompatibilidad comunicativa o por los escenarios propuestos como respuesta a la paradoja de Fermi, no podemos descartar que estemos solos en el universo. A pesar de ello, si en algo hemos invertido ingentes cantidades de creatividad desde hace milenios es en intentar predecir la forma de los potenciales seres que pueden existir más allá de nuestro alcance sensorial. De interpretar unas formas de vida que actualmente no somos capaces ni de comenzar a pre-visualizar.

Por pura proyección interpretativa, la ciencia ficción siempre ha fantaseado con seres anatómicamente similares a nosotros, y poco se ha innovado sobre estructuras potencialmente distintas de organización social. En especial, sobre la forma de transformar su entorno natural en utilidad propia; sobre su economía. De esta manera, tanto Star Wars como también el universo Star Trek reproducen la extensividad fisiológica en el plano socio-productivo. Nos exponen, en mayor o menor medida, sociedades relativamente humanas. Modos de producción y lógicas productivo-distributivas que podemos identificar y contraponer conceptualmente ante desarrollos ideológicos e históricos homo-sapiens conocidos.

Ante esta mecánica interpretativa, cabe preguntarse si nuestros sesgos frente a lo desconocido suponen vías de exploración analítica sin fundamento causal o si, por otra parte, la especie humana puede servir de modelo macroeconómico a la hora de estudiar cualquier otra forma de vida extraterrestre. En definitiva, si nuestra historia económica constituye una trayectoria socio-material a la que toda especia inteligente se adhiere llegado a un determinado plateau evolutivo dentro de su propio contexto natural. Particularmente, dado nuestro estadio macroeconómico actual, si el capitalismo representa una forma socio-organizativa de la producción que ni el ser humano ni cualquier otra especie alienígena puede evitar en su persecución de la hegemonía biológica.

En aras de abordar esta cuestión debemos trazar un marco interpretativo que englobe todo desarrollo evolutivo desde la constitución orgánica más simple hasta episodios naturales más avanzados. En lo que respecta a este artículo, hasta el punto en el que un determinado organismo pueda terraformar su entorno con una capacidad que ostenta actualmente el ser humano sobre la Tierra. Para ello, definiremos el éxito evolutivo como la combinación fisiológica que mayor productividad potencial otorgue a una determinada especie. En otras palabras, una determinada especie será exitosa en la medida que su adaptación evolutiva derive en un mayor dominio efectivo sobre su entorno natural. En un potencial mayor para lograr que los recursos existentes se movilicen de acuerdo con su interés –reproductivo- propio.

De esta manera, como ejemplo, podemos separar hegemonías naturalmente cuasi-neutras –los dinosaurios- de triunfos evolutivos sistémicamente disruptivos por medio de la producción –como el actual homo-sapiens-. De supremacías biológicas que, por medio del ejercicio de su capacidad transformadora de su entorno, pueden, potencialmente emprender la aventura espacial. En este sentido, estudiaremos si la forma en la que las especies capaces de ejercer un dominio natural intenso –industrial- tienen que seguir, necesariamente, un patrón socio-organizacional compartido.

Como punto de partida evolutivo común, estudiando la función de producción como el resultado material de la explotación del trabajo y, en su caso, del capital, podemos asumir que toda forma de vida de alta capacidad debe ostentar una serie de cualidades fisiológicas muy particulares. En primer lugar, debemos asumir que la habilidad de utilizar herramientas constituye necesariamente un plateau funcional sin el cual –sin su efecto multiplicador y adaptativo- ningún organismo puede alcanzar un alto dominio natural. Debemos asumir también que, dada esta capacidad individual, una determinada vía biológica necesita del componente social para generar la escala y la coordinación productiva suficiente como para alterar y controlar su entorno de una manera decisiva. La sociedad y su superestructura funcional y cultural es, en esencia, un instrumento de coordinación general de las unidades biológicas que transforman input natural en utilidad reproductiva: de la economía.

Por último, conjugando estos dos puntos, podemos afirmar que la dimensión común-social resulta igualmente necesaria para garantizar que el saber mecánico de una determinada especie no se pierda con la muerte de un individuo. El conocimiento –y el capital- desarrollado por una unidad biológica se almacenan y posteriormente se distribuyen por medio de la política, por medio de la socialización de la capacidad transformadora de cada individuo. En otras palabras, de su productividad. Así, bajo cualquier forma de vida híper-capaz, ningún individuo partirá del cero técnico al nacer, este comenzará su andadura vital bajo una estructura en la que el potencial transformador será generacionalmente acumulable y acumulado. La sociedad constituirá, funcionalmente, una entidad productiva en sí misma.

Ante este potencial marco fisiológico común, la historia humana puede arrojar luz sobre la cadena de acontecimientos político-sociales, espaciales y productivos que resultaron necesarios para alcanzar la etapa industrial del desarrollo evolutivo. Ante todo, la escala política es el factor más crítico para explicar cómo el ser humano dispuso de las palancas causales que posibilitaron el nivel de dominio natural del que dispone hoy en día. Las dispersas sociedades humanas primitivas evolucionaron durante centenares de miles de años en un contexto marcado por la escasez, la inclemencia atmosférica y la precariedad vital. Pequeños grupos cuya reducida masa crítica convertía cualquier riesgo en una amenaza existencial. De esta situación se derivaron dos variables fundamentales que perviven hoy en día.

A consecuencia de este punto de partida natural, podemos asumir –y es asumido– que aquellos grupos humanos en los que reinaba la estabilidad política –la sumisión a la jerarquía establecida- no solo eran más resistentes frente la adversidad, sino que dichas sociedades podían movilizar el trabajo disponible de una manera más efectiva y escalarmente mayor –lo que mejoraba a su vez sus posibilidades de supervivencia-. Consecuentemente, la justificación sistémica –la defensa activa y subconsciente de un orden de clase- emergió como una ventaja evolutiva social mediante la cual aquellos grupos humanos marcadamente jerárquicos pronto dominaron la estirpe homo-sapiens. Frente al riesgo, como especie competitiva, el ser humano necesitó ser social e interpretativamente dúctil para sobrevivir. Un componente psicológico por el cual la gobernanza del potencial transformador –productivo- agregado del grupo se volvía una cuestión política más sencilla.

Unido al potencial superviviente del gobierno elitista de la sociedad, el hecho de que la especie humana comenzara –inevitablemente- su trayectoria hacia la hegemonía natural de una manera dispersa contribuyó al ascenso del capital social excluyente –tribal- como la lógica política que gobernaría las relaciones inter-polity. El neorrealismo geopolítico y su constante competición fomentaron, en conjunción con el interés reproductivo de las élites, una carrera militar donde la productividad económica dejó de ser un objetivo político opcional. De esta manera, si una polity y sus élites querían ver sobrevivir a su ventajoso orden social, entonces la movilización de fuerza económica debía constituir un vector gubernativo capital. Por encima del nivel de subsistencia, el crecimiento económico devendría así un imperativo sin el cual todo orden social corría el riesgo de ser militarmente –políticamente- eliminado de la historia. El motor darwinista evolutivo que filtraría los distintos sistemas de movilización y organización de la economía en base a su músculo productivo.

Así, en la medida en la que la reducida escala política inicial de las sociedades humanas provocó el brote evolutivo natural de la coordinación social elitista y la competición geopolítica por la cual el crecimiento económico devino sistémicamente obligatorio, esta también posicionó a nuestra especie en la autopista de la expansión productiva. Sin embargo, esta trayectoria evolutiva tendría que cumplir con un último requisito indispensable para consolidar el dominio industrial del entorno. Por encima de la dimensión fisiológica y de las derivas socio-políticas de la precariedad escalar inicial, el homo-sapiens tendría que dar con la arquitectura institucional capaz de adaptarse a la naturaleza físico-conceptual de la productividad. A la expansión escalar de los procesos económicos.

Al respecto, toda especie que aspire a modelos sociales de una eficiencia productiva ascendente debe seguir las reglas físicas detrás de la dinámica escalar de la eficiencia productiva. En esencia, debe entender el hecho de que la capacidad manufacturera es una función de la habilidad de disgregar procesos –la complejidad económica- dentro de un determinado tracto manufacturero con el fin de explotarlos, con posterioridad, de manera masiva. Este hecho, en la medida en la que la optimización escalar de la aplicación del trabajo constituye una regla universal, sería válido para cualquier especie y en cualquier contexto natural. Siendo esto verdad, en el plano evolutivo, el problema radica en como una determinada sociedad es capaz de gestionar la manufactura activa de productividad laboral bajo un espacio económico crecientemente complejo.

Si un proceso productivo puede dividirse sucesivamente por medio de una creciente especialización funcional aumentando así la complejidad económica del sistema, entonces todo incremento de productividad tiene que llevar aparejado un crecimiento de la interdependencia económica. Consecuentemente, el número de relaciones económicas entre los ahora separables nodos productivos crece a medida que una geografía productiva se vuelva más eficiente. Para administrar esta tendencia, podemos decir que una determinada sociedad requiere de un volumen de capacidad gerencial creciente. Una capacidad de administrar flujos económicos que puede cultivarse organizacionalmente en cualquier ámbito y espacialidad social.

Tradicionalmente, el Estado ha constituido el motor y creador principal de orden social y por tanto de la habilidad de una sociedad –de unas élites- de gestionar los flujos económicos de la polity. A pesar de esto, la capacidad gerencial del Estado depende tanto de la lógica política como también de su habilidad ejecutiva efectiva –de su financiación material y de la movilización del funcionariado-. Consecuentemente, si obviamos los impedimentos político-sistémicos a la productividad, podemos decir que la capacidad gerencial del Estado depende de la base económica de la que este se nutre por la vía fiscal, y esto presenta un problema funcional. En esencia, si la capacidad gerencial estatal de la economía no crece por falta de recursos económicos, entonces la productividad potencial derivada que financiaría dicho instrumento no puede tener lugar dentro de la economía de la polity. Sin recursos, el Estado no puede abarcar la administración de una mayor complejidad económica y, sin dicha administración, la economía no puede generar la productividad necesaria para materializar la mencionada mayor habilidad gubernativa. Existe por tanto un bloqueo macroeconómico al crecimiento de la producción que es, por esta vía, funcionalmente insalvable.

En nuestro caso histórico, la especie humana pudo solventar dicho salto administrativo por medio del mercado –bajo unas circunstancias político-escalares muy concretas-. Ante el políticamente anti-productivo Estado esclavista de la Antigüedad y el anémico potencial de la realidad posterior feudal, la presión geopolítica forzó una transformación completa de los objetivos y las aspiraciones de la iniciativa pública. A partir de entonces, el Estado cultivaría nacionalmente los circuitos interdependientes de la productividad por medio de la descentralización de la capacidad gerencial, por medio del sistema de mercado, del comerciante y de la empresa. Los nuevos gestores de una economía cada vez más compleja. Los productores del volumen económico que fiscalmente nutrirían a una capacidad estatal en rápida expansión.

Así pues, más que la variable tecnológico-técnica, la gobernanza institucional de la economía constituyó la variable crítica sin la cual el marco maltusiano nunca pudo romperse para el homo-sapiens. Las naturaleza escalar de la productividad impuso el desarrollo capitalista de mercado como la forma funcional de evitar la imposibilidad productiva derivada de la limitada capacidad gerencial estatal primitiva. El nacer de un sistema administrativo descentralizado que, movilizando vía desposesión al trabajo y fomentando mediante la ley del valor la mecanización, nos condujo a la revolución industrial. Un desarrollo socio-productivo que, al igual que el modelo esclavista y servil anterior, nunca hubiera sido posible sin la propensión institucionalizada e individual a la sumisión política incrustada en nuestra psicología.

Ante esta trayectoria causal, cabe preguntarnos qué posibilidades existen de que nuestra historia socio-económica se repita en un contexto extraterrestre hasta la condición industrial. Si existen especies fisionómicamente capaces de usar herramientas y eminentemente sociales, no es difícil exponer la lógica causal que desembocará en una economía capaz de condicionar el entorno natural de una forma decisiva. La baja escala política inicial impondrá la coordinación elitista y la competencia inter-polity, ambas darán luz al darwinismo sistémico inter-polity y solo el capitalismo podrá desbloquear el impedimento gerencial a la alta productividad. Salvo el caso en el que, por alguna razón, la competencia geopolítica se estancara antes de provocar el desarrollo funcional del mercado -un Imperio Romano eterno-, resulta difícil imaginar qué factor alternativo orgánico –no natural externo- podría impedir esta cadena de acontecimientos evolutivos. El capitalismo, como sistema de mercado, sería causalmente universal para toda civilización cósmica de altas capacidades productivas.

Si asumimos el escenario en el que toda gran especie inteligente sigue la trayectoria descrita con independencia de su hogar natural planetario, podemos especular también sobre qué repercusiones puede tener la universalidad de la situación humana actual en la supervivencia y en el potencial espacial de una determinada civilización. Como base común a todos los escenarios posibles, hemos de explicar aquí el principal problema al que se enfrenta toda estirpe biológica que vea su capacidad productiva multiplicada por la vía anteriormente descrita: la adaptación interpretativa a la revolución de la escalaridad derivada de la progresión gradual a lo largo de la escalera de la productividad. La adaptación al marco ideológico en el que la especie constituye la unidad subjetiva primaria.

Suponiendo el descrito desarrollo causal, la expansión de la escala económica tiene lugar, necesariamente, en paralelo a un proceso de centralización política y productiva. Así, a mayor espacialidad económica interdependiente, mayor es volumen geográfico macroeconómico integrado que requiere ser gestionado. Que necesita ser operado y planificado por un instrumento gerencial –“público” o “privado”-. En el caso del homo-sapiens, el desarrollo histórico de este proceso ha sido, tras el colapso Romano, relativamente lineal. Gracias a la promoción mercantil de la interdependencia y de la escala económica pasamos del castillo medieval europeo al Estado Nación. Del Estado Moderno a la escala de la gobernanza económica de la actual Globalización. Un contexto productivo donde capitales privados emplean y gestionan volúmenes de trabajo y recursos incluso superiores al de muchos Estados Nación.

El problema de la llegada sobrevenida de la actual escala política y económica es que nuestra realidad psicológico-ideológica no ha dispuesto del tiempo ni de la presión evolutiva para abrazar esta nueva realidad politico-productivo-gerencial. Un tema que bien puede guardar relación con las razones causales detrás de varias las posibles soluciones a la paradoja de Fermi. Al respecto, podemos tratar con varios escenarios bajo los cuales el potencial superviviente de una especie se deteriora críticamente como consecuencia de la mencionada incapacidad para adaptarnos interpretativamente a este contexto.

En primer lugar, el desarrollo macroeconómico industrial otorgó al Estado Moderno un potencial letal perfectamente capaz de erradicar cualquier opción del homo-sapiens de continuar con su aventura cósmica en cuestión de minutos. Con posterioridad a la guerra industrial-Fordista, la era nuclear y la consiguiente naturaleza estratégica de la Guerra Fría demostraron en demasiadas ocasiones que la conjunción entre el paradigma inter-nacional tribal y las nuevas capacidades escalares bien podía acabar con nuestra historia. Sin una conciencia planetaria que erradique barreras político-identitarias, el volátil coctel entre el desarrollo de la proyección de fuerza derivado del crecimiento de la productividad y nuestra primitiva psicología geopolítica intra-especie (heredera de nuestra baja escala política inicial) podrían explicar por qué la vida inteligente no es tan común en el cosmos.

De la misma manera, paradójicamente, la falta de competición política puede resultar tan evolutivamente letal como la existencia –nuclear- de ella. En un mundo en el que la escala económica ha creado armas de destrucción masiva y  promovido el nacimiento de un orden político operativamente transnacional, los incentivos para el crecimiento de la productividad pueden desaparecer. Y ello puede, potencialmente, volvernos evolutivamente vulnerables. Si la guerra ya no es políticamente rentable –la destrucción mutua asegurada- ni funcionalmente posible –una potencial escala política pública o privada planetaria-, entonces el motor inter-élite que catapultó económicamente a los homo-sapiens a través de distintos modos de producción se detendrá. El estancamiento sistémico tendrá lugar y, consecuentemente –dada la sobreacumulación capitalista-, también el impulso productivo alcista. Dado que, históricamente, ha sido el interés reproductivo de la élite quien ha movilizado –forzosamente- el trabajo dentro de esquemas pro-productivos, la ausencia de amenazas a su posición social puede significar un fin de la historia evolutivamente letárgico. La base antropológica de un eterno estancamiento de la productividad que puede sentenciarnos a una situación civilizacional en en la que retos futuros que hoy no podemos ni prever nos barrerán de la existencia en el cosmos.

Más allá de la cuestión escalar política y en relación a este escenario, la justificación sistémica constituye también un vector de vulnerabilidad evolutiva de cuyos múltiples riesgos podemos dar cuenta en la actualidad. Nuestra incapacidad interpretativa de cuestionar los paradigmas establecidos nos condena a la irracional –y peligrosa- realidad política inter-nacional, nos impide manufacturar y coordinar una respuesta decisiva frente al desastre medioambiental y evita que nuestra especie deseche funcionalmente al agotado capitalismo como sistema gubernativo de la macroeconomía homo-sapiens. Si bien la sumisión política podía tener sentido evolutivo hace decenas de miles de años operando con volúmenes sociales y económicos diminutos, la resistencia a la plasticidad ontológica puede hoy devenir letal.

En el campo de la irracionalidad humana contemporánea podemos resaltar el hecho de que parecemos no entender que nuestro modo de producción es hoy funcionalmente incapaz de hacer crecer nuestra productividad. Que la ley del valor no tiene sentido operativo en un contexto económico donde el tamaño de los capitales y el agotamiento de la espacialidad rentable la vuelven anti-productiva y socialmente regresiva. No podemos concebir la socialización y organización planetaria de la producción bajo la cual, con ajenidad al trabajo, todo ser humano obtendría los beneficios de la alta productividad. Bajo la cual la sostenibilidad natural sería alcanzable y bajo la cual la explotación escalar de procesos podría alcanzar su máxima capacidad productiva. Algo que el actual Estado –ya- es capaz de gestionar y que la realidad empresarial atomizada nunca estará en condiciones de abrazar. De esta manera, la primitiva justificación sistémica no solo puede matarnos, puede también puede encadenarnos a una realidad histórica en la que el ser humano nunca podrá implementar la gestión efectiva de una potencialidad escalar mayor.

Prueba del valor explicativo de esta teoría, las limitaciones supervivientes expuestas anteriormente desaparecerían en el caso de que, hipotéticamente, descubriéramos una especie extraterrestre capaz de amenazarnos bélicamente. Tras el descubrimiento, los presupuestos militares de los distintos países se fusionarían, el capital humano total se movilizaría sin atender a los criterios de rentabilidad y los flujos económicos se planificarían con el fin de obtener el grado de productividad global máximo. No hacerlo significaría, esencialmente, arriesgar poner un explosivo fin a nuestra trayectoria evolutiva. En consecuencia, el reto actual homo-sapiens consiste en alcanzar dicho grado de preparación competitiva cósmica sin la necesidad de encontrarnos en la mencionada –precaria- tesitura. En desechar nuestra ontología y psicología originaria antes de que sus efectos comprometieran nuestra existencia.

La incapacidad de adaptar nuestro punto de vista interpretativo –de dejar atrás los activos evolutivos primitivos que hoy carecen de sentido- y de recalibrar nuestra perspectiva social a la alta –planetaria- escalaridad es lo que se interpone entre nosotros y dicho –preferible- futuro. Consecuentemente, al igual que la potencialidad universal capitalista, este deprimente escenario sería, en potencia, perfectamente real para casos en los que elucubremos sobre civilizaciones extraterrestres. Siguiendo la causalidad explicada, por los mismos motivos, ellos también se verían igualmente limitados en su capacidad de crear sostenibilidad local –planetaria- y de avanzar tecno-escalarmente con el fin de alcanzar un mayor potencial como especie. Situaciones que, en su caso y por su naturaleza incapacitante, podrían contribuir a explicar la paradoja de Fermi.

Si bien la potencial explicación causal presentada puede valerse para justificar la universalidad capitalista y el estancamiento dentro de toda aventura evolutiva híper-capaz, esta perspectiva puede, también, revelar una realidad cósmica altamente desconcertante. Al respecto, si bien las dispersas y económicamente incapaces poblaciones primigenias podían ser sujeto de la presión evolutiva generando soluciones organizacionales y biológicas optimas, esta fuerza no dispone de espacio temporal ni físico para actuar en un contexto de alta productividad. En este escenario, sencillamente, no puede existir la prueba y error evolutiva. La incapacidad de abolir la posibilidad de un holocausto nuclear, natural o de perder una guerra inter-estelar reprimiendo nuestros más enraizados instintos no deviene en la selección natural de la mejor población. A este nivel escalar no pueden quedar supervivientes para generar “adaptación”. Toda la población humana o extraterrestre, ante el calibre y la escala de retos que pueden surgir a este nivel, perece.

De esta manera, el hecho de que el capitalismo y el estancamiento puedan constituir una constante socio-económica universal en el cosmos puede explicar, también, la razón por la que, potencialmente, no existan grandes civilizaciones estelares. Sin evolución posible, en un escenario en el que, dada la conjunción entre la productividad y la alta escala política, la justificación sistémica y la lógica de la reproducción elitista conducen siempre al desastre o al estancamiento, no existen vías de escape. Todas las especies entrarían en barrena evolutiva limitando su potencial de convertir recursos naturales en utilidad. De conquistar territorio y energía estelar. Una –triste- constante universal de la que, probablemente, tampoco nosotros podamos escapar.

 

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