Paralelamente a la entrada en la terminalidad macroeconómica posterior al año 2008, la figura de Karl Marx ha ganado peso interpretativo tanto en el plano analítico convencional, como también en el campo de la vectorialidad política más joven. Marx se relaciona con los instrumentos teóricos detrás de la creciente concentración espacial y subjetiva de los flujos de valor y estos, fundamentalmente, con la predicción de un antagonismo distribucional sistémico destinado a hacer saltar por los aires el orden sistémico de nuestro tiempo. Sin embargo, el despertar contemporáneo del valor causal del marxismo no ha generado un imaginario homogéneo de escenarios socio-económicos futuros. El retorno de Marx a la mesa de debate social ha dado a lugar al nacimiento de dos planos contrapuestos de acomodamiento sistémico de las tesis recogidas en El Capital: el plano de la evolución adaptativa y el de la lógica revolucionaria disruptiva.
El campo de la interpretación evolutiva del marxismo está íntimamente vinculado hoy al estudio de la desigualdad y al análisis de los límites reproductivos de las dinámicas acumulativas del modo de producción capitalista. De esta manera, la teoría marxista ha entrado en el campo del debate económico mainstream actual de la mano de la realidad monopolística, del arbitraje laboral internacional y del conflicto tecnológico. Marx se utiliza para relativizar que la noción de que el salario es la magnitud pecuniaria paralela a la productividad marginal, para testificar que las relaciones de poder son el origen causal de todo resultado distribucional y para justificar en casos la gradual colectivización del plusvalor. Para el diagnóstico económico tradicional Marx es, en definitiva, una vara –crítica- de medir los excesos del sistema en una geografía socio-económica post-fordista. Una herramienta de identificación y clasificación del riesgo político cuyo fin es el diseño de un marco (re)distribucional y acumulativo general capaz de reproducirse económica y políticamente en un contexto de gran financialización y alto grado de heterogeneidad social y productiva. De adaptar y acomodar definitivamente la propiedad privada de los medios de producción a los retos termodinámicos y distribucionales de nuestro futuro macroeconómico más inmediato.
En ese sentido, la batería de medidas propuesta para blindar una función de producción gobernada por el capital privado reflexiona sobre gran parte de la longitud del tracto acumulativo. La renta básica se presenta como el medio perfecto para resolver la problemática circulatoria del capital a todos los niveles. De acomodar sistémicamente una geografía productiva dominada por la realidad monopolística, la concentración de la realización, la automatización, el subempleo, el monopsonio y la necesidad termodinámica de desescalar gradualmente el trabajo. La herramienta fiscal se presenta como el instrumento lógico para modular nuestra huella contaminante y la colaboración “público-privada” à la Mazzucato parece estar llamada a dar forma a un sistema de gobernanza acumulativa más estable. En otras palabras, la propuesta adaptativa derivada de la ósmosis marxista pretende dejar atrás la estructura social de acumulación neoliberal-financializada mediante el rejuvenecimiento sistémico del papel macroeconómico del Estado. Mediante una estructura social de acumulación donde la cuenta de resultados y el ratio de reproducción del gran capital este, en mayor medida si cabe, (pre)determinados por un aparato de gobierno público-privado centralizado. Marx, en este caso, constituye el guía crítico encargado de indicar qué espacios sistémicos deben de ser potencialmente abordados por los artistas del diseño socio-acumulativo.
Frente a esta perspectiva sistémica en la que el diagnóstico marxista constituye una vacuna frente al desmoronamiento del núcleo arquitectónico de la realidad capitalista, existe una visión totalitaria y mecánica que aspira a presenciar una implosión general política inevitable. A consecuencia de la actual -magnificada- aptitud de los instrumentos teóricos del marxismo, la corriente que entiende el sistema como un ente unitario e irreformable incapaz de manufacturar consentimiento más allá de la sucesiva presentación electoral de “males menores” también ha ganado tracción interpretativa. Esta noción del movimiento sistémico aborda las dinámicas acumulativas desde una visión altamente condicionada por la estructura causal del Manifiesto Comunista. Entiende que el agotamiento de las fuentes de movimiento acumulativo es definitivo, que no existen mecanismos lo suficientemente flexibles como para acomodar una realidad propietaria en constante concentración y que los efectos políticos dicho doble movimiento terminarán por engendrar una fuerza contra-hegemónica intransigente. En esencia, esta conceptualización construye un nexo causal entre el colapso de la estructura social de acumulación neoliberal y el ascenso político del socialismo.
En relación a esta perspectiva causal, la interpretación disruptiva del despegue narrativo del diagnóstico marxista ha probado disponer de cierta validez. A día de hoy Marx ocupa una posición política privilegiada en el espacio social más marcado por la negación estructural de los medios para acceder a la prosperidad y a la estabilidad vital, en la juventud. En el caso anglosajón, las generaciones cuyas trayectorias vitales han sido cercenadas por la crisis financiera y su posterior normal macroeconómico presentan un ratio de adopción del ideal socialista –y de renuncia política del capitalismo- estadísticamente desproporcionado en relación a cualquier otra cohorte. Perciben la realidad distribucional del sistema como injusta y anti-meritocrática y conciben la arquitectura acumulativa como incompatible con el imperativo de la sostenibilidad ambiental. En este sentido, la fractura del eje generacional no interpreta el ascenso del instrumental marxista como un vector de cambio incremental, lo interpreta como un fin de ciclo civilizacional. Como un paradigma de futuro que se impondrá mecánicamente al modo de producción capitalista dando comienzo a una nueva era socio-económica marcada por la total gestión medioambiental, el repliegue del trabajo y una explosión del ocio.
Lejos de ser una cuestión trivial, el análisis político de ambas interpretaciones de nuestro futuro sistémico nos conduce, inevitablemente, a discutir sobre el componente más central, abstracto y a la vez olvidado del marxismo, a debatir sobre la interpretación económico-material de la historia. Para Marx, el análisis del contexto insurgente dentro del modo de producción capitalista no es más que un breve episodio dentro de una gran trayectoria civilizacional humana marcada por el desarrollo gradual de las fuerzas productivas. La geografía mecánico-física constituye pues el epicentro causal de una teoría en la que el tracto extractivo del valor-trabajo adquiere su forma mediante unas relaciones de producción sensibles a la composición física de los medios para producir. De la relación personal-directa violenta vinculada a marcos productivos basados en la explotación extensiva del trabajo -esclavitud y servidumbre- a la ajenidad salarial inherente a los procesos productivos centralizados en torno a un capital mecánico. De la producción no intermediada por un episodio manufacturero a la industrialización moderna de la economía.
En base a esta cosmología del desarrollo social, la lógica socialista puede ser interpretada como el resultado de una concepción escalar de las relaciones de producción. Por medio de la acumulación -la capitalización del proceso productivo-, la sociedad capitalista se reproduce socialmente en torno a una ajenidad propietaria cada vez más marcada que, tarde o temprano, genera un antagonismo de clase políticamente explosivo. En otras palabras, la necesidad mercantil de articular productividad engendrará un contexto productivo donde la centralización y la tecnología no solo otorgarán al capitalista un poder distribucional inmenso, sino que le forzarán a usarlo contra el trabajo creando un clima socio-económicamente insostenible. Para Marx, el coste distribucional de la ajenidad obrera con respecto a los medios para producir es pues una función creciente derivada del desarrollo gradual de las fuerzas mecanizadas en un contexto de mercado. El imperativo de la productividad y sus efectos son así el centro causal de la totalidad de la teoría marxista, el fundamento que construye la proyectada inevitabilidad del colapso político del sistema.
Llegados a este punto, resulta sencillo entender por qué algo tan aparentemente ajeno a las grandes preguntas de la economía política como el universo de Star Wars constituye un supuesto socio-económico potencial tan valioso desde el punto de vista interpretativo. Siguiendo la lógica marxista por la cual el marco productivo es el vector constituyente de la forma de organización social, podemos certificar aquí que la economía política de Star Wars refleja un universo socio-económico completamente ajeno a la trayectoria sobre la cual Marx construyó su arquitectura teórica histórica. Una ruptura con la cosmología mecánica de la capitalización que puede generar espacios analíticos de una gran utilidad para estudiar la realidad social actual e intentar predecir nuestro futuro sistémico más inmediato.
Si atendemos a la geografía socio-económica general de La Guerra de las Galaxias, podemos decir que el distintivo espectro laboral-material inter-galáctico se caracteriza principalmente por tres elementos. En primer lugar, resulta evidente que las formas civilizacionales que cohabitan la galaxia disponen de una base tecnológica extremadamente avanzada si las comparamos con el nivel de desarrollo técnico humano contemporáneo. Disponen de fuentes de energía de un nivel de rendimiento desconocido para nosotros, de un plateau robótico y de inteligencia artificial increíblemente complejo y de una capacidad terraformadora, extractiva y manufacturera de escala cuasi-planetaria. Esencialmente, disponen de una capacidad mecánica para transformar la realidad material de una magnitud y alcance que resulta difícilmente imaginable para el ser humano actual.
El segundo elemento más característico del universo de Star Wars es el estancamiento acumulativo general inter-planetario. La mayor parte de los escenarios en los que transcurre la saga reflejan el abandono gradual de las estructuras productivas y el espectro técnico de la galaxia parece no evolucionar con el transcurrir intergeneracional. Espacialmente, la integración social y económica parecen haber entrado en barrena y la penetración de la estructura y el orden público-civil muestran un grado de degradación mucho más allá de lo que cabría esperarse de los efectos inmediatos de una guerra civil. La galaxia se reproduce materialmente en un entorno tecnológicamente petrificado en el que el comercio inter-planetario y su infraestructura mercante parecen haber desaparecido. En el que las realidades locales, informales y criminales del wild-west galáctico gozan de una relevancia distribucional cada vez más central.
La única excepción que podemos encontrar a la regla del inmovilismo acumulativo es el complejo militar-industrial imperial y el de sus herederos políticos. La facción oscura muestra una estructura de alta escalaridad, centralizada y que despliega altos grados de especialización a múltiples niveles funcionales. Una estructura con el suficiente alcance y grado de integración como para diseñar, movilizar y coordinar el conocimiento, los materiales y la fuerza de trabajo necesarios para la construcción de tres colosales cañones planetarios. Una proeza económica que ninguna otra estructura política parece ser capaz de reproducir en un universo ficticio de un PIB anual estimado de 4.6 sextillones (1036) de dólares.
El tercer y último elemento del coctel macroeconómico del universo de la saga es la presencia generalizada de esquemas de gobierno del trabajo humano, alienígena y robótico de naturaleza esclavista. La esclavitud parece ser una institución social perfectamente aceptada a lo largo y ancho de la galaxia y nadie –personaje principal o no- parece cuestionar ni su legitimidad ni su eficiencia. Si bien la historia nos dice que han existido voces –humanas- que abogan por su abolición, el comercio de agentes morales autónomos parece ser una rentable realidad a la que, en el fondo, ningún actor político tiene la intención de renunciar. Una práctica que no entiende de especies o culturas y que se reproduce con independencia al grado tecnológico al que opera una determinada sociedad.
De la interpretación conjunta de estas tres características surgen incógnitas de una alta relevancia en el campo de la economía política. La primera hace referencia al pasado socio-económico de la galaxia, a los procesos civilizacionales que cristalizaron en la realidad material que se nos muestra a lo largo de la saga. En este sentido, ¿es el presente grado técnico y escalar de las estructuras productivas galácticas el resultado material del gobierno y la aplicación del trabajo esclavo? ¿Puede un modo de producción de explotación directa y violenta de la persona utilizarse para crear la estructura material de un sistema de producción basado en la automatización? ¿Con qué fin? ¿Qué sentido tiene emplear preciosos recursos en forzar la acción de trabajar si la relación salarial permite obtener el mismo resultado con un horizonte de productividad infinitamente mayor? ¿Nos encontramos entonces ante el supuesto de un orden político que, temiendo ser destronado por unas relaciones de producción alternativas, se encomendó a los límites del trabajo extensivo para sobrevivir? ¿Cómo es que el imperativo geopolítico no acabó con un régimen de gestión del trabajo tan ineficiente? Resulta evidente aquí que, si asumimos que la institución de la esclavitud ha estado presente de manera ininterrumpida desde los inicios productivos de la galaxia, el pasado socio-económico de esta carece de sentido alguno utilizando como punto comparativo la trayectoria socio-productiva humana en la Tierra.
En el caso de la Tierra, ninguna estructura política rindió voluntariamente las relaciones de producción sobre las cuales articulaba su gobierno sistémico. La esclavitud cayó con el colapso político romano. La servidumbre medieval solo pudo nacer de un contexto poliárquico europeo en el que una pobre capacidad de Estado imposibilitaba el establecimiento de un marco violento y directo sobre el trabajo a escala sistémica. La misma servidumbre fue abolida como consecuencia del nexo material entre el desarrollo del mercado nacional y el imperativo geopolítico y quienes se negaron a emprender la transición se vieron abocados a la derrota militar (España, Austria-Hungría, Rusia, China etc.). Con esto en mente, cabría preguntarse: ¿constituye Star Wars el escenario equivalente a si Roma o la China imperial nunca hubieran sufrido el colapso político? ¿Para qué articular entonces productividad mediante la formación de capital y arriesgar una implosión sistémica de naturaleza interna? Ante esta serie de incongruencias, en lo que respecta al pasado socio-productivo de la galaxia, las posibilidades causales para un escenario en el que la esclavitud nunca haya sido abolida carecen de sentido en aplicación de nuestra experiencia terrestre. Marx, aquí, parecería que tiene razón.
La interpretación socio-económica del espacio temporal en la que la saga tiene lugar resulta más aún más interesante y posee, además, una alta aplicabilidad a nuestro propio contexto sistémico. Sin embargo, para poder extraer conclusiones validas de este análisis, necesitamos asumir un escenario pasado coherente con nuestra experiencia socio-productiva propia. Debemos asumir que, en un pasado muy lejano, la esclavitud fue efectivamente abolida y que el desarrollo técnico y escalar presente en la geografía en la que transcurre la historia es el producto de un modelo social y macroeconómico de gestión de la escala lineal e incremental. La cuestión es, ¿qué pasó después?
Si partimos de un escenario en el que la economía galáctica gestionó la interconectividad productiva por medio de un esquema de mercado modulado por la propiedad privada de los medios de producción, la respuesta puede ser una transición sistémica asimétrica. Una adaptación en la que el trabajo rompe con su naturaleza subjetiva sistémica unitaria. Imaginemos un mundo económico gobernado por el capitalismo en el que el antagonismo de clase no adquiere una lógica revolucionaria socialista y el trabajo se encomienda, pasivamente, a todo arreglo distribucional que la élite de turno disponga para él. Al igual que en nuestra realidad actual, llegado un momento, el avance sectorial de la automatización desplazará al componente humano de la producción provocándole una crisis distribucional laboralmente focalizada. Mientras que el trabajo necesario para gobernar los medios técnicos híper-capaces obtendrá un enorme poder sistémico, aquel que resulte redundante para la reproducción de los ciclos acumulativos estará condenado a una precariedad distribucional creciente. Lógicamente, si ningún elemento de la estructura (re)distribucional del sistema cambiara y esta tendencia continuara con su curso, llegaría un momento en el que parte de la población carecería de las condiciones subjetivas necesarias para obtener renta del mercado. Es aquí donde el equilibrio político del momento tendría una importancia capital.
Si el peso político de la cada vez más numerosa facción trabajadora precaria es muy bajo, nada impide al capital utilizar su poder negociador para imponerle las condiciones distribucionales más humillantes posibles. Para ofrecer empleo a cambio de un plato de comida y un techo, sin prestación salarial alguna y con amplios condicionantes de naturaleza personal-feudal. En otras palabras, bajo estas condiciones, el desarrollo de las fuerzas productivas puede conducir a la reintroducción por parte del capital privado de la gestión esclavista del trabajo. No tan sorprendentemente, esta es una tendencia perfectamente identificable en grandes espacios económicos de nuestro tiempo, desde la híper-extensiva economía “Gig” en la que el salario en su naturaleza fordista prácticamente no existe a la explosión contractual de cláusulas abusivas de naturaleza personal en multitud de esferas profesionales (cláusulas de no-competencia, trabajo sobre medios propios, ordenación de la disponibilidad, etc.). En definitiva, esto no constituye un escenario exclusivo de la ciencia ficción.
Además de las devastadoras consecuencias que este fenómeno puede proyectar frente a un volumen creciente de personas, existe otra consecuencia sistémica que tanto el universo socio-económico de Star Wars como nosotros podemos potencialmente compartir. Uno de los posibles factores que explica la falta de movimiento acumulativo en la galaxia es, precisamente, la existencia misma de la gestión de la vectorialidad del trabajo esclavista. Si el trabajo está tan sistémicamente sometido como para no suponer un coste más allá de la provisión de una retribución de subsistencia, entonces carece de sentido económico –hasta un cierto volumen de output– invertir en tecnología.
En base a esta lógica, es posible que la esclavitud como institución social galáctica no sea un elemento anacrónico en un plano geográfico-productivo futurista. Es posible que esta sea, al fin y al cabo, su consecuencia. La esclavitud como la consecuencia distribucional de un plateau tecnológico y escalar altamente capaz que, en manos privadas, ha hecho uso de su privilegio propietario para imponer un orden social extra-salarial igualmente asimétrico. Un modelo de sociedad que, con el tiempo, podría incluso haber abandonado el sistema de mercado –debido a la sobreacumulación– para restituir un orden social feudal que asegurara un statu quo político inmune a las fuerzas técnico-materiales y de mercado. El progreso material y el gran comercio inter-planetario se detendrían y el mantenimiento de la productividad existente dejaría de tener sentido –ya no es necesario maximizar la producción-. Todo ello con el fin de consolidar en el tiempo un orden socio-económico blindado ante el cambio. Esta doble tendencia podría explicar cómo el universo de Star Wars alcanzó, desde una prospera base productivo-social, su condición actual. La paradoja esclavo-tecnológica estancada tendría así un sólido pasado causal. Quien erraría en su diagnóstico sería, como hemos visto, el propio Karl Marx.
Lejos de la gran pantalla, esta compleja construcción causal no es muy distinta al desarrollo macroeconómico de nuestro tiempo. Así, gran parte del decreciente crecimiento de la productividad en nuestro ecosistema acumulativo es atribuible a los efectos del abaratamiento del precio del trabajo en el sector servicios. El fenómeno conocido como “el retorno del lavado a mano”, la expulsión tecnológica del factor trabajo en determinados sectores como la base causal de la abundancia laboral precaria que reprime la productividad en los espacios económicos subsiguientes. Un mecanismo de estancamiento de primer orden cuya importancia crece paralelamente al agotamiento mecánico del output del sector primario y secundario. El progreso mecánico decrece a medida que nuestro modo de producción se vuelve adicto a la explotación extensiva del trabajo.
En segundo lugar, la hipertrofia financiera actual no refleja otra cosa que un proceso de feudalización de la economía por el cual el capital simplemente falsifica su realidad contable para evitar caer y poner en riesgo el actual orden socio-económico. Nuestro sistema depende cada vez en menor medida de la fenomenología de mercado –oferta y demanda- y cada vez más de las grandes decisiones tomadas en los consejos de gobierno de la banca central, esto no constituye ningún secreto. Si ambas tendencias maduran, es muy posible que dentro de pocas décadas seamos testigos de una economía dual. Una economía en la que un reducido número de súper-capitales operados por un reducido número de súper-trabajadores se reproduzcan acumulativamente en un espacio económico totalmente artificial y ajeno a su polo opuesto, al de la híper-precariedad no-propietaria.
Bajo nuestro actual equilibrio político, es de esperar que la renta básica sea la encargada sistémica de manufacturar el consentimiento político para la introducción de dicho “capitalismo nominal”. Un sistema donde las reglas de mercado dejarán de tener sentido y donde la explotación adquirirá un significado completamente nuevo lejos de la lógica retributiva laboral. En esencia, un Gosplan donde el racionamiento y la planificación “público-privada” de la economía reordenarán ambos extremos de la división propietaria de la clase social. Una re-feudalización del mundo donde, al igual que en el caso de Star Wars, las dinámicas acumulativas se detendrán y el espectro técnico dejará de avanzar. En este nuevo escenario, solo será necesario un sutil cambio en la distribución de fuerzas políticas para que la renta básica derive, rápidamente, en un modelo de esclavitud de hecho. La misma paradoja socio-económica anti-marxista imaginaria que resultó ser más real y causalmente lógica de lo que muchos pensaban.
En base al cuerpo de este análisis, podemos empezar a esbozar la amalgama de errores potenciales en los que Marx incurrió a la hora de construir el repertorio causal detrás de la interpretación económica de la historia. Gran parte de la noción marxista del movimiento socio-económico gira en torno a la idea de que el crecimiento de la productividad es un una constante en el tiempo. Asume, de manera poco crítica, la idea moderna de que la historia humana es una trayectoria ascendiente marcada por la lucha de clases cuyo reflejo material es una base productiva en constante desarrollo y expansión. Evidentemente, esta es una idea falsa. La productividad no es una variable independiente del contexto político. De hecho, resulta totalmente plausible argumentar que, de no haber existido marcos de explotación del trabajo ajeno en la historia humana, nuestra plataforma productiva nunca hubiera abandonado el plateau mecánico más rudimentario.
Como construcción humana, la productividad tiene, necesariamente, un sentido y un fin político. Ese fin político no es un interés socialmente difuso anclado a un imperativo de un progreso constante, ese fin político no es otro que el de la clase social que ostenta el gobierno de la vectorialidad macroeconómica. Consecuentemente, el grado de movimiento técnico y acumulativo es, en mucha parte de la casuística de nuestra historia, un reflejo del interés reproductivo de una élite en un contexto determinado. Derivado de este error, Marx asume, además, una condición que resulta totalmente incompatible con el gobierno político de la productividad. Marx asume que la clase dirigente y su sistema socio-económico se encuentran estructuralmente forzados a reproducirse mediante la arquitectura acumulativa más productiva posible. Conclusión que deviene falsa si atendemos, por ejemplo, a la economía zombie actual o a todo esquema socio-económico que, como en el caso de Star Wars, carece de ningún tipo de amenaza sistémica interna o externa. Por ello, apoyándonos en nuestra trayectoria socio-productiva, podemos definir el estancamiento como el plano técnico en el que una clase dirigente puede reproducirse materialmente sin ver peligrar su posición. No por nada tanto la China imperial como el Japón pre-Meiji despertaron macroeconómicamente al encontrarse con el fenómeno de la gunboat diplomacy.
De esta manera, podemos concluir que nada impide a un modo de producción que goza de poco riesgo político interno y externo reconfigurarse en torno a un esquema productivo más ineficiente si con ello consigue perpetuar su estructura de poder. Un diagnóstico que, dado el punto civilizacional en el que nos encontramos, resulta imperativo explorar si queremos proyectar escenarios sistémicos futuros. Que ataca frontalmente las tesis marxistas y que explicaría cómo la paradójica geografía socio-productiva de Star Wars puede, en el transcurso de este siglo, abandonar definitivamente la esfera interpretativa de la ciencia ficción. En base a este análisis, podemos afirmar que el desarrollo de las fuerzas productivas no derivará mecánicamente en un mundo socialista gobernado por la propiedad compartida del gobierno macroeconómico. El desarrollo de las fuerzas productivas impondrá una presión de cambio creciente que podrá derivar tanto en un escenario socialista de creciente productividad como en un modelo ajeno a la ley del valor alternativo. Un esquema altamente feudal e incompatible con el ideal ilustrado en el que nuevas formas de explotación y el estancamiento macroeconómico serán más que capaces de producir un fin de la historia propio de la ciencia ficción.
El error de Marx significa que la clase trabajadora no puede depender del “inevitable” colapso del sistema para presenciar un cambio socio-económico en favor de sus intereses. Significa que la contienda política es y seguirá siendo la piedra angular de la batalla distribucional y de la pugna por el gobierno político de la economía. Podemos decir entonces que, en último término, es Tatooine y no Marx quien esconde la respuesta a una de las cuestiones más centrales de la economía política. Un lugar que, lejos de parecer un planeta causal y geográficamente distante, contiene las dinámicas causales que resultarán críticas a la hora de explicar las grandes tendencias de nuestro futuro socio-económico. May the force be with us.
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3 respuestas a «Marx en Tatooine: Star Wars y la Interpretación Económica de la Historia»
[…] lo que el Laconia buscaba cuando Licurgo se dispuso a minar la interconectividad monetaria. El control de clase sobre la escalara de la productividad. El sostenimiento del orden tradicional agrario ajeno al difícilmente fiscalizable dinamismo […]
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[…] consultoría, etc.) y el factor trabajo redundante sería forzosamente expulsado de la producción. Al contrario que con la ontología de la rentabilidad, la intensidad laboral y la obcecación interpretativa con el “empleo” carecen de sentido bajo […]
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[…] de transformar su entorno natural en utilidad propia; sobre su economía. De esta manera, tanto Star Wars como también el universo Star Trek reproducen la extensividad fisiológica en el plano […]
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