Si hay algo por lo que el Mundial de Fútbol de Rusia 2018 ha destacado, es por su imprevisibilidad eliminatoria. Ninguna de las selecciones favoritas alcanzó los cuartos de final y Goldman Sachs está protagonizando el meme inversor del momento al verse forzado a recalibrar su modelo predictivo en cada fase del torneo. Para los aficionados al fútbol, este nivel de paridad competitiva en cada ronda es una realidad fantástica, una cualidad que garantiza que el entretenimiento esté uniformemente distribuido en el tiempo. Para aquellos que siguen la actualidad económica y son incapaces de no relacionar la fenomenología extra-acumulativa con ella, también. El fútbol es al fin y al cabo un ejemplo paradigmático de mercado donde uno puede observar tanto el potencial de la escalaridad liberalizada como la tendencia natural de la economía a la centralización.
Si utilizamos un enfoque extra-deportivo, podemos interpretar la geografía futbolística del Mundial como el choque entre unidades funcionales que tienen acceso a un mercado global de jugadores en el que existen muy pocas barreras comerciales. No es casualidad entonces que todas las selecciones participantes tengan un ratio de no-nativos superior al de los Estados nación a los que representan. El talento es perseguido transnacionalmente, y el factor nacionalidad se diluye cada vez más en una ontología de la identidad crecientemente multicultural. En un mercado global en el que la movilidad de los activos productivos es cuasi-absoluta, la desigualdad internacional tiende a disminuir. En consecuencia, tenemos Mundiales cada vez más competitivos en los que la diferencia de goles entre los equipos participantes disminuye. En los que las prórrogas son algo ya común. De hecho, no solo son todos los equipos participantes más competitivos, sino que también existen una creciente paridad entre los equipos más capaces. Datos: Milanovic (2005) & Istituto Cattaneo:
En la geografía económica ocurre exáctamente lo mismo. Si atendemos a los cambios en la distribución de la renta internacional de las útimas cuatro décadas, podemos ver que ésta se ha homogeneizado. Con la incorporación del polo espacial y poblacional del Este a los flujos productivos del capitalismo global, el sistema ha dispuesto de una oportunidad de colonización expansiva única de la cual se ha derivado una distribución geográfica del capital más normal. Una nueva distribución que refleja que el sistema ha abandonado la base nacional-estatal que le dió la vida para constituir un marco de producción y distribución de renta de escala planetaria.
La contrapartida a la disminución de la desigualdad de renta internacional es la homogeneidad a escala doméstica de los efectos distribucionales de un sistema que ahora opera en un marco de escalaridad global. No faltan las voces que hoy señalan e intentan construir causalidades del hecho de que la era neoliberal occidental haya coincidido con el impulso desarrollista planetario más intenso de la historia de la humanidad. Quienes lo hacen no solo demuestran ser incapaces de separar conceptualmente el desarrollo escalar de la productividad de la geografía de los distintos modos de producción, sino que tambien extrapolan la fenomenología acumulativa de carácter expansivo del los países en desarrollo a la realidad intensiva sobreacumulada de las economías avanzadas. La realidad socio-económica doméstica de aquellas unidades espaciales gobernadas por un capitalismo maduro es la de la trompa del elefante de Milanovic. Una realidad marcada por una creciente desigualdad de carácter marxista en la que la clase media es acumulativa y socialmente despiezada. En la que no existen vectores de expansividad espacial que permitan marcos económicos de suma positiva. De hecho, ya hoy en día, el gradual agotamiento de las fuentes de dinamismo económico expansivo está catapultando esta peculiaridad distribucional occidental a una posición de normal global.
El mundo del fútbol replica esta realidad. El ecosistema deportivo del Mundial nos muestra los que ocurre cuando distintas unidades funcionales tienen acceso a un enorme y liberalizado mercado global de talento, pero esta fenomenología contrasta con lo que ocurre a nivel nacional. Por su naturaleza, las federaciones de fútbol nacionales suelen tener acceso financiero y espacial -nacional- a un volumen de talento considerable, pero este nivel de acceso no se reproduce si nos desplazamos al nivel de los equipos individuales. Las ligas de fútbol nacionales han experimentado un incremento de la desigualdad inter-equipos salvaje en las últimas décadas. Algo que ha repercutido en su atractivo futbolístico medio. Tomemos el ejemplo de La Liga española. El fútbol español bebe de la desigualdad territorial española. La composición de la primera división es el calco futbolístico de los polos de desarrollo económico del país, Madrid y las zonas costeras. La segunda división comprende las areas periféricas a las mismas y la «Siberia española», el círculo mesetario que rodea Madrid, queda huérfana de toda representación. Dentro de la primera división las diferencias entre equipos son enormes. La distribución de los ingresos televisivos refleja relativamente bien lo que ocurre en el campo. A pesar del acercamiento al modelo distribucional europeo, el Barcelona, el Real Madrid y el Atlético de Madrid acaparan gran parte del total. Estos equipos no solo nacen de una base economico-poblacional mayor, sino que disfrutan de un círculo virtuoso de triunfos deportivos, altos ingresos y acceso financiero privilegiado al mercado internacional de fichajes. El sistema tiende a una concentración marcada que se reproduce por sí misma y que repercute en una asimetría financiera y deportiva que parte la liga en dos. El resultado es que gran parte de los partidos no son futbolísticamente atractivos, hay pocas sorpresas. En Italia ocurre algo parecido, los equipos del deprimido sur tienen más dificil acceder a la Serie A. De manera agregada esto ha provocado que la Champions League sea el espacio deportivo de cada vez menos equipos. Una dimensión competitiva reservada para las distintas élites futbolísticas nacionales. No es de extrañar entonces que, en aras del atractivo futbolístico, de la capitalización escalar y de la rentabilidad, una Superliga europea se encuentre actualmente de camino.
Esta realidad es también la del mundo acumulativo-empresarial extra-futbolístico. La escala es un determinante fundamental de la productividad y por ende de la rentabilidad del capital. El acceso a la digitalización y a los mercados internacionales crea diferenciales de rendimiento en la geografía de la competición entre capitales. Ya sea debido a un contexto de compeción intensa o por la falta total de ella, la desigualdad corporativa es la seña de identidad de nuestra realidad macroeconómica. El resultado agregado de décadas de centralización es actualmente demencial. De acuerdo con el Instituto Federal de Tecnología de Zúrich –pág. 6/36-, 147 corporaciones controlan el equivalente al 40% de las red corporativa global. El 80% del total lo gobiernan tan solo 737 empresas. La nueva frontera de la escalaridad está haciendo saltar por los aires el mundo socio-económico de nuestros padres. Una combinación de una geografía corporativa y regional hiperconcentrada, una epidemia de monopsonio y un poder de mercado sin control está destruyendo tanto la capacidad reproductiva del sistema, como también el marco socio-distributivo fordista. El sistema está perdiendo el equilibrio.
Marx entendió que la productividad es una variable íntimamente ligada a la dimensión escalar, por ello categorizó la concentración y centralización del capital como las dos tendencias definitorias del desarrollo productivo capitalista. El mundo del fútbol nos ofrece una visión intuitiva sobre la trayectoria distribucional de una realidad acumulativa que opera dentro de este marco escalar. Creciente paridad competitiva y acaparamiento distribucional en el extremo productivo de la distribución y una precariedad sentenciada por un estancamiento secular cada vez más marcado en las coordenadas opuestas. Un fenómeno que quiebra tanto el dinamismo acumulativo, como también el atractivo deportivo de las competiciones tradicionales. El fútbol tiene solución, todos podemos disfrutar de la alta competición a través de la televisión. La dimensión socio-económica requiere de soluciones más elaboradas. Porque si nuestro nivel de vida dependiera cada vez en mayor medida del nivel futbolístico de un partido de segunda regional, la comparativa dejaría de tener gracia. Porque, al contrario que con el fútbol, cuando te ves en el extremo perdedor de la geografía distribucional, simplemente no existe la opción de cambiar de canal.
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