La Trampa de la Diversidad por Daniel Bernabé nos presenta un debate necesario para entender la realidad socio-cognitiva de nuestro presente. Al igual que ha ocurrido en el resto del mundo desarrollado, España está experimientando también el sobre-calentamiento de la geografía conflictivo-cultural en un contexto político marcado por el debate post-socialista. Los derechos civiles, el reconocimiento político-cultural de vectores identitarios anteriormente marginados, la cuestión migratorio-nacional o distintas interpretaciones de la historia condenan a nuestra esfera pública a adaptarse a un marco de confrontación en el que ya no existe un terreno común sobre el que articular debate. Lo que se discute en esta nueva dimensionalidad ya no son opciones políticas, sino realidades. Realidades que emergen de una geografía socio-cognitiva distinta a la que existía a mediados de siglo. Un marco que refleja una multiplexidad social que hoy se funde con las opciones de consumo que nos ofrece un mercado regido por el modo de producción capitalista.
El autor afirma que la gestión hipermercantilizada de la sociedad que impone el neoliberalismo es la causa detrás de la pérdida de homogeneidad politico-aspiracional que ha desplazado a la cuestión de la renta económica en favor de vectores políticos alternativos. El sistema, afirma, ha diseñado y promovido la aparición de un conjunto expandido de variables politico-sociales activistas que hoy estrangulan mediática y socialmente a la cuestión de clase para blindarse ante cualquier ofensiva redistributiva. Una cascada identitaria que predica mediante la individualidad frente a lo común. Que impone el egoismo ontológico frente a las causas historico-ilustradas y el progreso humano. Que reniega de la modernidad como doctrina socio-política para adentrarse en lo más oscuro de la tribalidad más salvaje.
Lo cierto es que la posmodernidad es una variable tan macro-cognitiva que ningún vector de agencialidad es capaz de modelarla con fines estratégicos. De la misma manera que el sistema capitalista no creó, sino que emergió de una sociedad de clases, la condición posmoderna no se deriva de ningún marco de planificación humana. La posmodernidad es la consecuencia cognitiva directa del consolidamiento de las condiciones materiales de la modernidad, del progreso y del desarrollo humano. De la multiplicidad de vectores ideológicos y de consumo derivados del progresivo desarrollo de las fuerzas productivas. Fuerzas que han permitido al ser humano escapar de gran parte de los condicionamientos materiales que imponían límites estrictos -de supervivencia- a la variabilidad identitaria tolerable dentro de una misma comunidad política.
El desarrollo des las fuerzas productivas tiene como consecuencia directa la expansión de los límites de la experiencia humana. La aparición de vectores lógicos contradictorios que contribuyen a entorpecer la manufactura del consentimiento promoviendo nociones de la verdad contrapuestas. Lo absoluto dará paso al ideal antropocéntrico, en el que la expresión de la individualidad será aquello que defina la realidad política. El cuestionamiento de la autoridad, el secularismo, el hedonismo y la aceptación de modelos de gestión alternativos de la familia, la sexualidad y la etnicidad harán que aquellos valores diseñados para prevalecer en un entorno hostil retrocedan gradualmente dentro de nuestro imaginario colectivo.
La Ilustración, a pesar de disponer de un valor simbólico enorme, es únicamente el punto de partida de una ola transformativa que destruirá nuestras coordenadas cognitivas pre-modernas. Un vector insurgente dentro del normal político de la época que tendrá su centro de gravedad subjetivo en la figura del hombre europeo y burgués. Partiendo de esta base, el siglo XIX extenderá su dimensionalidad filosófica a la figura del explotado económico e imperial. De éste segundo vector se derivarán en último término las revoluciones liberal-nacionales. El siglo XX liberará el potencial de la mujer y experimentará con esquemas distributivos que moderarán al rentismo de la mano de niveles excepcionales de capital social. Actualmente, gracias a las tecnologías de la información y al potencial de la educación -quienes distribuyen defensas argumentales para defender el «yo» frente a la injerencia externa en masa-, es el espectro cultural-identitario quien ocupa la centralidad del cambio. Este se ha expandido con tal intensidad, velocidad y diversidad que hoy resulta difícil de digerir para nuestras estructuras socio-políticas. Algo parecido a lo que occurre fuera de nuestra esfera civilizacional con los vectores emancipativos del siglo pasado. De hecho, algunas de las cuestiones definitorias de la modernidad que costaron siglos de adaptación en Occidente hoy se consolidan en cuestión de pocas décadas.
La realidad posmoderno-disruptiva que cuestiona la ordenada lineralidad y lógica de la monolítica modernidad no es, como piensa el autor, una realidad contrapuesta a la Ilustración. Es su complemento lógico. Por el cual infinidad de inquietudes anteriormente reprimidas buscan un espacio -moderno- propio mediante el reconocimiento ad-extra de su agencialidad política. Y esta es una cuestión que tiende a separarse interesadamente según el contexto. Los ideales de la Ilustración son ideales eminentemente políticos que tienen una lógica traducción posterior -liberal- económica. Son esferas ontológicamente inseparables. El derecho a la emancipación de los pueblos no es contradictorio ni está supeditado a la desintegración del marco rentisto-extractivo existente. Es un derecho inherente a la condición humana como entidad agencial independiente y soberana. La misma lucha por el reconocimiento político de la agencialidad propia y soberana que articula la corriente feminista, la diversidad sexual o el liberalismo económico encarnado por figuras como Smith, Ricardo o Marx.
La cuestión identitaria es pues un complemento emancipativo al rentismo de clase. Un complemento que, si bien ha perdido espacialidad heurística debido a la naturaleza impersonalidad del Capital, tradicionalmente ha operado como la piedra angular del vector extractivo-económico. La esclavitud se ejercía sobre el conquistado, el diferente. El Tercer Reich no centró su ira extractiva en judíos, homosexuales, eslavos y gitanos por casualidad. Quien actualmente aporta el equivalente a un tercio del actual PIB en trabajo doméstico no remunerado es la mujer. El inmigrante, por su condición de inmigrante, funciona como mecanismo regulador de los flujos del trabajo. Moneda de cambio de la dimensionalidad acumulativa. La arquitectura del Euro tiene también una fuerte causalidad identitaria y África no es exportadora neta de capital por seguir el modelo asiático precisamente. La agencialidad política es crítica a la hora de determinar la dirección y naturaleza del flujo económico-extractivo. Y ello es así porque la explotación es el ejercicio de un poder. Un poder que necesita de una autoridad que solo puede conseguirse por medio de un juego de identidades. Esta es una realidad muy lejana al concepto del «egoísmo de la identidad» que se nos presenta en el libro.
Si el ridículo concepto de la «cultura del posmodernismo» -una supuesta ideología posmoderna- es ontológicamente falso y la política de la identidad no es más que la lógica continuación del paradigma ilustrado penetrando estratos identitarios periféricos a la figura del hombre europeo y burgués, entonces el plano estratégico que dibuja esta obra carece de base real alguna. Una élite omnipotente no creó el neoliberalismo y lo utilizó para dividir a la clase trabajadora generando caleidoscopios políticos artificiales. El neoliberalismo no destruyó a los sindicatos ni a los grandes partidos de masas, no acabó con toda la arquitectura meso-organizacional del Estado Fordista. Lo hizo la heterogeneidad creciente de la geografía social. Un fenómeno que vino lógicamente acompañado por la caída general del capital social por motivos tanto de naturaleza acumulativa como extra-acumulativa. El neoliberalismo es, en términos de estructura social de acumulación, la consecuencia de esta realidad, no la causa. Que el Capital pudiera y supiera utilizar este escenario para disparar la esfera de la mercantilización de la vida humana no lo convierte necesariamente en su autor material. Hay vida causal más allá de la naturaleza del modo de producción.
En realidad, la columna vertebral lógica de la La Trampa de la Diversidad deriva de una concepción bastante común de la vectorialidad revolucionaria. Una vectorialidad para la cual no existe nada más allá del concepto de la explotación descrito en el volumen primero de El Capital. Para la cual el mundo gira en torno a la figura del capitalista y del trabajador como categorias absolutas. De esta manera, la realidad social acaba reducida a una derivada de la relación de producción. Así, la clase capitalista acaba siendo responsable de las cuestiones más inverosímiles, la política de la identidad y la autodeterminación de los pueblos se convierten en cuestiones rivales de la emancipación y la asunción de la gestión de la explotación por parte del Estado termina siendo definida como revolucionaria. En otras palabras, acaba desvinculando la obra de Marx de la corriente liberal ilustrada de la que emana para convertirse en una caricatura de sí misma. Capaz de cuestionar la emancipación y la diversidad politico-cultural, capaz de pasar por alto esquemas de explotación ajenos a la propiedad privada del capital y capaz de analizar una realidad estructural extra-acumulativa bajo un prisma exclusivamente cultural.
El resultado es la idealización de una realidad pasada compuesta por una geografía cognitiva, social y política imposible de reproducir en la actualidad. Una realidad gobernada por posiciones politico-identitarias fijas en las que el único vector de movimiento político posible es el de la conflictividad económica pre-keynesiana. En la que existe una verticalidad social moderna articulada mediante un organigrama meso-organizacional de masas y donde se consolida una jerarquía pura entre el obrero industrial romantizado y una figura rentista fácilmente identificable. Una base ontológica imaginaria basada en premisas falsas que no tendría mayor relevancia si no fuera por la gravedad política de sus consecuencias. Al fin y al cabo, esta visión constituye la fórmula perfecta para hacer descarrilar definitivamente a la cuestión de clase de nuestra geografía política actual.
La Trampa de la Diversidad -independientemente de si lo busca o no- tiene un enorme potencial para convertirse en una profecía autocumplida. Afirmar que la diversidad equivale a legitimar la desigualdad es el proyectil perfecto para alienar a toda la vectorialidad identitaria de la cuestión rentisto-económica. Capaz de convertir al análisis de la explotación en motivo de definición cultural-identitario y por ende convertir su estudio en algo potencialmente incompatible con toda la vectorialidad cultural emergente. Una batalla de Ilustraciones mal entendidas en la que ambos polos se distanciarán cada vez más al tiempo que pecan de obviar el componente emancipador de su contraparte. Un festival de capital social excluyente en el que un fundamentalismo identitario renegará del análisis material y un polo rentismo-céntrico se definirá en términos del conservadurismo socio-cultural.
Si ello llegara a ocurrir y el análisis material se cerrara en banda a interpretar la posmodernidad como la democratización de la esfera pública, entonces las posibilidades insurgentes del liberalismo económico caerían en picado. Si por el contrario la masa crítica insurgente anti-rentista se reencontrara con los principios fundacionales del liberalismo, entonces dispondría de la plasticidad estratégica necesaria para condicionar a su favor la consolidación del espacio posmoderno del que hoy somos testigos. Una vía de tender puentes tácticos entre formaciones identitario-culturales que, se quiera o no, van a alcanzar grados de independencia ontológica totales. El sistema, quien suele emplear a personas con una gran visión estratégica, ya ha utilizado esto a su favor. Gracias a ello, la estructura capitalista ha sido capaz de mantener su masa crítica de hipernormalidad relativamente intacta. Si la izquierda no es capaz de entender la realidad sociológica que le rodea, regalará al capital la capacidad de coordinar conglomerados horizontales en un contexto en el que la coordinación de distintos vectores ontológicos lo es todo. Se quedará excluida, a la deriva en un archipiélago de identidades a las que no podrá convencer. Y lo que es peor, si la izquierda es incapaz de ver esta cuestión como un deber moral ilustrado más allá de la estrategia socio-política para ganar masa crítica, ésta habrá perdido definitivamente su condición de fuerza emancipadora. De izquierda.
Por todo ello, el debate que introduce La Trampa de la Diversidad es un debate necesario. Un debate que nos obliga a definir de cara al siglo XXI el tipo de relación que queremos darle a la cuestión rentisto-económica con respecto a su complemento emancipador socio-político. Pero la obra parte de una ontología que no existe. Parte de una perspectiva causal que, en aras de crear una vinculación falsa entre el neoliberalismo y la política de la identidad, derriba las verdades más básicas del análisis de la dimensionalidad cognitiva de los últimos 300 años. Una miopía obsesiva con respecto al conflicto distribucional inherente al modo de producción capitalista que llega hasta el punto de justificar la ruptura con las bases liberales que caracterizan -también- la lucha contra la represión de la expresividad política individual. Al partir de esta base, la linea argumental se convierte, irónicamente, en aquello que pretende combatir. En un polo que obvia sistemáticamente cuestiones que por razones ideológicas debería defender y que utiliza la excusa material para atrincherar una posición identitaria propia. La cuestión catalana ejemplificó las consecuencias de renegar de las coordenadas políticas liberales para bunkerizarse en un eje identitario pobremente camuflado. Repetir este procedimiento a escala masiva no solo será el suicidio del universalismo ilustrado, sino el triunfo de un sistema que es capaz de adaptarse a su entorno. Si su rival pretende seguir en su miopía-fantasía ontológica vertical que le desvincula de la realidad y le conduce a enfrentarse a una geografía socio-política para la que no está preparado, entonces la gimnasia argumental para vincularse con la Ilustración será el menor de sus problemas.
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