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Dios, Inclusividad y Capacidad Estatal: ¿Por qué decepcionan los Ejércitos Árabes?

Una de las constantes de la historia post-colonial del mundo árabe es la relativa incapacidad de dichos Estados de proyectar fuerza geopolítica militar de manera coordinada y decisiva en su propio contexto regional. Los ejemplos de la pobre efectividad operacional del brazo cinético de las polities de la región son múltiples y tienden a reproducirse en el tiempo con independencia de la variable tecnológica, de la variable estratégica –tipo de conflicto- y de la correlación de fuerzas entre las partes enfrentadas. En los años sesenta, los regulares egipcios se mostraron espectacularmente incapaces de lidiar con la rudimentaria insurgencia Yemení. En la década posterior, Siria necesitó del empleo de una estrategia de aplastamiento numérico para imponerse sobre un modesto contingente libanés y Libia fue derrotada por el “ejército Toyota” del Chad. A Irak, por su parte, le fue imposible doblegar a una estructura militar iraní completamente destruida por las dinámicas de la revolución, nunca consiguió subyugar a una resistencia kurda, conquistó Kuwait solo en aplicación de fuerza masiva y sus regulares claudicaron recientemente contra los limitados activos iniciales del Estado Islámico.

Resulta imposible no mencionar aquí tampoco las desastrosas campañas que las distintas coaliciones de Estados Árabes han emprendido contra el Estado de Israel desde el momento de su fundación. Todas ellas han estado caracterizadas por una correlación material y humana favorable al bando árabe, la divergencia tecnológica ha sido relativamente baja y, aun así, la supremacía militar israelí se ha impuesto decisivamente en todos y cada uno de dichos enfrentamientos. Por último, la ofensiva que Arabia Saudí está llevando a cabo hoy a cabo en Yemen, a pesar de contar con unos equipos perfectamente comparables a los de un Estado occidental moderno, ha demostrado ser incapaz de producir resultados estratégicos contundentes. La campaña se ha enfangado, la vía retributiva masiva se ha impuesto y resulta poco probable que Riad obtenga finalmente un resultado político acorde con su obscena inversión.

Para poder explicar las razones detrás de la asimetría entre la capacidad contable-potencial y capacidad militar real de las polities del mundo árabe debemos abandonar la esfera tradicional de la interpretación cultural y militar-doctrinal y retrotraernos hasta el punto histórico en el que las distintas estructuras políticas del mediterráneo tomaron dos caminos evolutivos diferenciados. Dejar atrás la perspectiva neo-colonial y religiosa y explorar la complejidad causal de siglos de divergencia político-institucional incremental. Ir al verdadero origen de nuestras diferencias.

La historia del desarrollo socio-económico humano es la historia del desarrollo de la capacidad de Estado por medio de accidentes, fricciones y tendencias de naturaleza político-social. Una trayectoria darwinista en la que la presión geopolítica ha impuesto un imperativo pro-productividad que ha guiado al mundo humano a través modos de producción cada vez más capaces. En consecuencia, en lo referente al desarrollo material y social de las distintas polities, como mecanismos de transición, podemos decir que los equilibrios políticos y los distintos ecosistemas referentes a la manufactura del consentimiento social tienen una relevancia explicativa crítica.

Recientemente, analizamos como, por ejemplo, las diferencias en la composición del tejido político doméstico hizo que España y Francia emprendieran dos trayectorias desarrollistas diferenciadas cuyas consecuencias macroeconómicas y políticas son perfectamente identificables hoy en día. Vimos como la acumulación de la capacidad de Estado es un fenómeno incremental que tiene lugar a lo largo de un vector centralizador que pronto requiere de estructuras institucionales crecientemente inclusivas para legitimizar un aparato fiscal cada vez más masivo. La base identitaria, ideológica y material del Estado Nación moderno y el fundamento funcional que posteriormente dio a luz a la política social fordista-keynesiana. Es en este ecosistema interpretativo en la que compiten distintos equilibrios políticos y sistemas ideológicos críticos para la dinámica centralizadora donde el mundo árabe se separó, decisivamente y coyunturalmente, de la trayectoria desarrollista e institucional occidental europea.

Para entender dicha geografía causal y los distintos elementos funcionales que articularon esta divergencia arquitectónica mediterránea, debemos atender al proceso socio-político por el cual el monarca absoluto se vio forzado a claudicar parte de su poder sistémico agencial en la figura del parlamento. Debemos atender al nacimiento del orden constitucional moderno. En la teoría del desarrollo convencional, la transición de un modelo absoluto a un modelo oligárquico de gobernanza sistémica se explica en virtud de la necesidad del monarca de obtener financiación del polo burgués emergido de una esfera mercantil en rápida expansión. Un polo deliberadamente diseñado para hacer crecer la base imponible general de la polity. De esta manera, la esfera de la élite dirigente se amplió subjetivamente porque el Rey requería que estos nuevos gestores de hecho de la riqueza de la polity participaran cada vez más intensamente del esfuerzo geopolítico nacional. A cambio, el monarca tuvo que ofrecerles poder agencial sistémico para garantizarles las partidas redistributivas devengadas como pago por su servicio. La participación en el gobierno político y macroeconómico de la polity por medio del parlamento. Sin embargo, esta noción mecánica y financiera de la inclusividad extractiva parlamentaria y proto-burguesa tiende a obviar el campo político de la manufactura del consentimiento, la realidad ideológica que hizo dicha transición posible.

Es en este apartado donde la religión tiene un papel explicativo accidental primordial. La centralización de la extractividad y de la forma política en torno a la figura del monarca que transformó la realidad poliárquica medieval en el contexto Wesphaliano moderno tuvo lugar propulsada, principalmente, por una lógica dinástico-religiosa. De hecho, gran parte del componente ideológico de la noción absoluto-monárquica del Estado moderno se deriva de la arquitectura institucional y política de la Iglesia Católica. El modelo centralizado y vertical heredero de la forma imperial romana que resultó pionero en la descentralizada geografía medieval europea. De esta manera, la acumulación real de poder político espacial y funcional estuvo fuertemente vinculada a la idea del gobierno “por la gracia de Dios”. Una cosmología en la cual una entidad celestial totalitaria y absoluta para con la realidad cósmica no hacía difícil manufacturar una noción totalitaria y absoluta de legitimidad real terrenal. En ese sentido, la religión ha tenido un papel fundamental a la hora de crear el marco ideológico que hizo posible la agencialidad política necesaria para articular el avance sostenido de la productividad del mundo humano.

Sin embargo, esta fuente eterna e infinita de legitimidad política pronto tuvo que enfrentarse a una amenaza ideológica cuya lógica fundacional fue la crítica a la conexión entre toda forma de poder terrenal y el mundo celestial. Iniciada en siglo XVI por Lutero, la Reforma protestante constituyó la gran fuente de disrupción político-ideológica que sacudió los cimientos del sistema de gobernanza institucional europea. Una corriente de pensamiento que, propulsada por la adopción de la imprenta, protagonizó la ruptura política con un instrumento de la manufactura del consentimiento de la centralización monárquico-celestial del Estado tardo-medieval europeo. Con la legitimidad religiosa perdiendo capacidad de crear consentimiento sistémico, el soberano europeo no tuvo más remedio que encomendarse a una fuente de legitimidad alternativa en la forma parlamentaria. A un esquema consensuado de realidades distributivas inter-élites.

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Esta transición en la arquitectura ideológica de la polity no solo cambió por completo la faz y la centralidad política del terreno mercantil, también permitió –al crear una élite funcionalmente heterogénea- un modelo extractivo de un carácter indirecto-tributario más marcado. Un modelo en el que la figura del Rey carecería de un veto absoluto ante toda iniciativa que, directa o indirectamente, minara su posición y nivel de agencialidad sistémico. Si los grandes poderes facticos iban a gobernar junto con el monarca, entonces la economía tendría que ser terraformada para satisfacer a la nueva colección de intereses dirigentes reunida en la cúpula del poder. El resultado fue el despertar de una lógica institucional por la cual el despegue macroeconómico y poblacional de base indirecto-mercantil burguesa devino socialmente inevitable.

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De esta manera, el protestantismo constituyó la coyuntura ideológica que flexibilizó la legitimidad extractiva de la polity permitiendo la apertura subjetiva de la élite gobernante que articuló la transición al modelo de legitimidad constitucional-liberal. En consecuencia, podemos trazar una corriente civilizacional entre el la adopción de la imprenta, la propagación de la disrupción protestante de la legitimidad celestial, el peso sistémico del parlamento y el desarrollo macroeconómico reflejado en la capacidad fiscal. De la mano de Inglaterra y de Holanda, el centro de gravedad acumulativo Europeo se trasladó al Canal de la Mancha y pronto el sistema de desarrollo burgués se mostró geopolíticamente más eficiente que sus rivales absolutos de corte celestial y extractividad semi-directa violenta. La irrupción protestante constituyó por ende el elemento lubricante que hizo posible la “Gran Transformación”, la adquisición de la centralidad acumulativa por parte del plano mercantil y el ascenso político de sus administradores.

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El mundo árabe, cuyo peso geopolítico anterior al renacimiento era perfectamente comparable al del mundo europeo occidental, experimentó una condicionalidad institucional y un contexto ideológico eminentemente distintos. Sin un vector interpretativo que minara la legitimidad extractiva y no consensuada de la lógica celestial, el Islam y su ontología no fueron desplazados como mecanismo de justificación de la arquitectura institucional existente. Con Dios de su lado, el Sultán ni necesitaba ni pudo articular un modelo de gobernanza socio-económica basado en un sistema parlamentario en el que una élite expandida diera forma a un esquema centralizador más intenso. En el que una forma oligárquica más horizontal y transaccional permitiera manufacturar capacidad de Estado en base a una colección de intereses motores de la acción pública más amplia. Así, el poder absoluto mantendría intacta la potestad de veto frente a todo desarrollo socio-productivo que pudiera amenazar su posición. Mantendría la capacidad de anclar a la polity al nivel de desarrollo en el que poder garantizar la supervivencia de su rol funcional.

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En ausencia de los mecanismos político-interpretativos para plantearse y afrontar esta crítica transformación, el mundo árabe se desarrolló bajo una geografía institucional y macroeconómica comparativamente sub-par con respecto a sus rivales trans-mediterráneos. Una geografía en la que la legitimación religiosa del poder se retroalimentará cíclicamente sin rivales meta-narrativos capaces de generar la deconstrucción necesaria para forzar un vector de manufactura del consentimiento alternativo. En el que, bajo la supremacía de la lógica religiosa, aquellos que gobiernan sobre la geografía acumulativa del sistema de mercado no podrán imponer límites a la extractividad violenta y no reglada del monarca. En consecuencia, el resultado agregado de la falta de la disrupción interpretativo-política necesaria para afrontar la transición fue la condena del mundo árabe a un estancamiento mercantil, institucional e identitario que impidió el desarrollo de los modelos de productividad modernos. A falta de la capacidad de Estado suficiente para el desarrollo y la integración activa de un mercado avanzado, la polity árabe media ni estuvo en posición de adoptar el paradigma del Estado Nación, ni dispuso de la base productiva necesaria para afrontar el posterior giro social industrial. El sistema constitucional carecerá de la base política suficiente para ser funcionalmente relevante y la efectividad de la penetración pública estará condenada a ser extremadamente limitada.  Su modelo de gobernanza quedará estructuralmente vinculado a una vorágine extractivo-violenta concentrada incapaz de manufacturar la inclusividad oligárquica requerida para construir la estructura sociológica del modelo de desarrollo burgués. Para catapultar al modo de producción capitalista como la pieza mecánica central de la dimensión material de la polity.

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De acuerdo con lo expuesto, la causa detrás de esta creciente asimetría político-institucional entre la parlamentarización de la gobernanza occidental y la irreformabilidad de la legitimación celestial islámica no radica, como muchos autores nos quieren hacer creer, en el contenido ideológico de nuestras distintas ontologías. La divergencia entre el modelo occidental y el sistema de gobernanza árabe puede encontrar explicación en el efecto retroalimentado de reproducir socialmente pequeñas coyunturas iniciales. Así, el Imperio Otomano pudo utilizar su legitimidad religiosa para ejercer la censura que garantizó que su legitimidad religiosa no perdiera la capacidad de manufacturar eficientemente consentimiento sistémico. No tan sorprendentemente, en el momento que este tuvo conocimiento de sus capacidades, el Sultán prohibió la utilización de la imprenta para cualquier musulmán dentro del imperio. Una prohibición que solo se levantó en 1729 -y para textos de carácter no religioso- y cuyo impacto sociológico hizo que, en un país de 26 millones de habitantes, de 1729 a 1838 solo se publicaran 142 libros de muy limitada tirada[1]. En este contexto, sin perspectivas alternativas, el coste ciudadano –moral y legal- de trasgredir el orden normativo existente creció en paralelo a la efectividad propagandística del Estado. El resultado no pudo ser otro que el estancamiento retroalimentado del ecosistema ideológico absoluto de la polity, la petrificación de la legitimidad absoluta.

En Occidente, el ciclo resultó ser inverso. Un decreciente poder moral de la norma religiosa hizo que tanto el coste de la transgresión como la capacidad propagandística del poder perdieran fuerza de manera coordinada. Potencialmente, por una menor capacidad de Estado inicial. Gracias a esta tendencia, la necesidad de manufacturar un pilar legitimador alternativo sobre el cual construir justificación para el brazo extractivo pronto resultó imperativa. Ante este cambio ideológico-gravitacional, el parlamento, el mercado, el ideal nacional y el paradigma antropocéntrico ciudadano-legal pudieron germinar y ganar tracción social. Los pilares interpretativos de un ecosistema ideológico que permitiría, accidentalmente, estructuras político-sociales capaces de gestionar la realidad material con una eficiencia mucho mayor. Este es el fenómeno potencialmente responsable de que, mientras Occidente fue capaz  de seguir adelante con la manufactura de una mayor capacidad de Estado, el mundo árabe quedara atrapado dentro del monopolio interpretativo institucionalizado que blindaba el modelo de gobernanza existente.

Como no podía ser de otra manera, las diferencias político-institucionales que crearon una pauta socio-económica de desarrollo divergente a ambos lados del Mediterráneo aun disponen de una gran capacidad explicativa para entender fenomenología macroeconómica, política y social inter-regional actual. El hecho de que el mundo árabe fuera políticamente incapaz de generar el contexto interpretativo propicio para construir el paradigma oligárquico-mercantil parlamentario creó un Estado comparativamente pobre, poco capaz y difícilmente inclusivo. Una polity donde la penetración social de Estado es muy baja y cuya arquitectura funcional-política ha sido tradicionalmente hostil a la industrialización. En la que el componente religioso-feudal tiene una importante relevancia en la dinámica gubernativa e identitaria y en el que el poder sistémico se encuentra relativamente concentrado en una élite difícilmente burguesa. La organización perfecta para que una estructura exportadora de combustibles fósiles independice a la élite de su población y blinde al sistema frente a cualquier potencialidad de cambio.

El hecho de que el mundo árabe no dispusiera de la oportunidad de desarrollarse bajo un binomio de centralización e inclusividad oligárquica, lejos de ser neutro, tiene consecuencias importantes también en el campo de la dinámica militar moderna. En primer lugar, heredero de la pobre capacidad de Estado, la separación política y funcional de la rama militar de la estructura civil es comparativamente mucho más difusa. El ejército tiene un peso político –y a veces económico- sobredimensionado que, al igual que el ejecutivo, no está mediado ni supeditado por una fuerte legitimidad parlamentaria. De esta frágil relación entre la dimensión civil y la palanca militar se derivan dos escenarios potenciales que resultan igualmente disruptivos para la operativa bélica sobre el terreno.

Falto de capacidad de Estado y de potencia redistributiva manufacturera de legitimidad, es común que el poder dirigente opte por sabotear activamente toda iniciativa que tenga como objetivo aumentar la capacidad y la coordinación de la esfera castrense en aras de no fabricarse un rival interno capaz. Un rival que, en un contexto en el que gran parte de la extractividad se vectoriza desde el gobierno, sabe que la tentación golpista suele estar muy bien retribuida. Para tratar de evitar este riesgo, no resulta extraño que los líderes árabes hagan uso de la competencia artificial entre organismos y agencias de seguridad para dividir y controlar más fácilmente una esfera cinética volátil. Una estructura agregada de entidades que, por razones obvias, es privada de un protocolo sobre el tráfico institucional de la información y que no dispone de mecanismos de coordinación ni en los casos de objetivos funcionales compartidos. El objetivo es, en definitiva, negar la unidad de acción del aparato de seguridad del Estado. Faccionalizarlo para poder convivir domésticamente con él.

Alternativamente,  el poder dirigente puede optar también por negar la agencialidad del brazo violento del Estado hasta el límite obsesivo. Reglar su actuación hasta el más mínimo detalle e imponer un férreo control a la flexibilidad operacional capaz de abolir la adaptabilidad de la cadena de mando al marco estratégico objetivo. Hacer depender la escalera “meritocrática” de la lealtad política para garantizar la represión de la iniciativa autónoma y permitir a una omnipotente policía secreta sembrar el miedo a lo largo y ancho de las filas del estamento militar. La amenaza retributiva masiva  y el clientelismo político se convierten así en los pilares operacionales de una estructura de seguridad a la que resulta sistémicamente imperativo negar cualquier tipo de autonomía propia a todos los niveles de la cadena de mando. El totalitarismo procedimental y político como el método para cercenar toda tendencia al free-riding funcional.

Más allá de estos dos –comunes- escenarios, otra de los vectores que ejemplifica como la arquitectura doméstica de la polity árabe supedita la lógica política a la rentabilidad estratégica en el ámbito militar es la naturaleza multipolar de la lealtad dentro del ecosistema político interno. Bajo una capacidad de Estado limitada por el impedimento ideológico transicional, la trayectoria desarrollista de la región árabe no fue capaz de articular un modelo nacional-burocrático basado en la dinámica social impersonal apoyada por un instrumento redistributivo inclusivo y centralizado moderno. No pudo generar centralidad social de mercado, extirpar las redes distribucionales de lógicas alternativas y producir una identidad liberal ajena a los pilares de la pre-modernidad. En consecuencia, gran parte del movimiento social ocurre aquí sobre un plano social heterogéneo y complejo en el que, en muchos casos, el propio gobierno se reproduce en el poder por medio del enfrentamiento –artificial o no- de distintas identidades y credos religiosos. De esta manera, al sabotaje institucional y a la híper-rigidez operacional debemos añadirles la conflictividad del faccionalismo identitario-religioso, la moderada vinculación moral para con los fines de la polity y la masiva profusión de redes clientelares ajenas al vector redistributivo estatal.

El resultado agregado de todas estas características es una –muy- pobre cohesión dentro de la estructura militar de las polities árabes. A nivel de dirección reina la incompetencia clientelar, el criterio de la afinidad política, la imposibilidad de ejercer iniciativa, el miedo absoluto al error y una formación y coordinación deliberadamente saboteadas evitar el riesgo político. Por su parte, a nivel de tropa, nos encontramos con la heterogeneidad conflictiva entre credos e identidades, con una falta de compromiso hacia una oficialidad corrupta y e inútil, con una falta de entrenamiento continuo totalmente calculada y con una desafección general para con la élite dirigente y sus fines. El producto resultante es una moral media muy baja que deviene dolorosamente visible cada vez que dichas estructuras militares se enfrentan a la cruda realidad del combate moderno.

En los casos de las polities árabes, al hacer contacto, no es extraño presenciar que la oficialidad abandone inmediatamente el campo de batalla. No es difícil ser testigo de unidades enteras que pierden su estructura de combate ante la más leve presión desmoralizadora –como el abandono de la oficialidad-. Para estas organizaciones, la verdadera batalla termina siendo el debate posterior, la depuración política de las responsabilidades internas por la el desastre sobre el terreno. Una dinámica perfectamente identificable en el Egipto de 1967 o en el Irak posterior al arrollador éxito geopolítico del Estado Islámico.

En un campo de batalla moderno dominado por la fluidez de la maniobra y la resistencia psicológica a una amenaza instantánea y multi-vectorial, la falta de un liderazgo meritocrático con iniciativa propia y que conecte retributiva, social y empáticamente con la tropa es totalmente incompatible con el éxito militar. La guerra moderna requiere de una estructura bélica altamente coordinada y continuamente formada en la que la unidad de acción sea total y en la que el binomio entre la potencia cinética y la descentralización operacional se trabaje intensivamente. Desafortunadamente para la economía política y la arquitectura institucional de la polity árabe media, esto constituye un elemento de proyección de fuerza increíblemente difícil de producir domésticamente.

Todo lo expuesto sobre la lógica de las carencias militares de la polity árabe puede resumirse teóricamente en una fórmula muy sencilla. La alta especialización funcional, el diseño de un brazo militar eficiente a todos los niveles, solo puede ocurrir bajo un mando nominal civil cuando exista la capacidad de Estado suficiente como para controlar ideológica, distribucional e institucionalmente dicha fuerza. De no existir la capacidad de Estado suficiente para manufacturar esa capacidad, la polity estará condenada a sacrificar eficiencia funcional militar por seguridad y estabilidad política. Solo mediante la capacidad de Estado la polity estará en la posición de premiar méritos y habilidades y no lealtades, de imponer coordinación e iniciativa espontánea, de formar continuamente a sus fuerzas armadas y de crear una identidad y estructura distribucional moderna-liberal alejada de la necesidad de explotar la faccionalización política y extractiva doméstica.

En un sistema parlamentario burgués-capitalista nacional consolidado de alta pero difusa extractividad, esta inhabilitaste amenaza es funcionalmente imposible que se produzca. Un Estado moderno altamente centralizado puede especializarse funcionalmente sin miedo a poner el sistema en peligro. La toma del poder no proporciona ventajas distribucionales –tan- obvias y existen los mecanismo institucionales e ideológicos suficientes como para amortiguar la manufactura de fuerza. En consecuencia, una polity que disponga de una alta capacidad de Estado será capaz de gobernar sobre el aparato militar de una manera mucho más eficiente y, gracias a ello, podrá potenciarlo. La identidad moderna es más flexible, la relación distribucional es cuasi-absoluta, la vinculación moral para con los fines de la polity mucho más sencilla de manufacturar y la creación de un cuerpo bélico meritocrático y agencialmente capaz un fin aspiracional viable. El resultado es un instrumento de proyección de fuerza mucho más acorde a las realidades cinéticas de nuestro tiempo.

En consecuencia, el problema que se les plantea a las polities árabes es que toda reforma integral de sus brazos militares requiere, como norma general, de una clase dirigente cuyo plano subjetivo sea más inclusivo-oligárquico. Una reforma total de los aparatos de gobierno de la polity que permita crear la legitimidad expandida que sea capaz de vincular los objetivos nacionales con las acciones concretas de sus fuerzas en el campo de batalla. La fórmula definitiva de la cohesión operacional y el elemento que explicaría como, con independencia del factor tecnológico, estas formas de Estado están condenadas a poseer una fuerza militar estructuralmente sub-par.

En esta línea, Occidente nos muestra como la trayectoria del desarrollo socio-económico transcurre a lo largo de un vector en el que centralización e inclusividad fluyen paralelamente a medida que la capacidad de Estado crece. Un vector en el que la potencia macroeconómica aumenta coordinadamente con la habilidad de vincular ideológicamente intereses económicos cada vez más amplios al gobierno sistémico. En el que la desarticulación del factor religioso tuvo un papel fundamental como fondo causal de la presente divergencia socio-económica trans-mediterránea. Una divergencia de arquitecturas político-institucionales donde la fuerza militar, como vector de especialización funcional, no puede sino emanar de forma asimétrica. La razón que explica por qué, hoy en día, los ejércitos árabes decepcionan.

 

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  • Tablas y gráficos de Jared Rubin en «Rulers, Religion, and Riches: Why the West Got Rich and the Middle East Did Not«. Disponible aquí.

2 respuestas a «Dios, Inclusividad y Capacidad Estatal: ¿Por qué decepcionan los Ejércitos Árabes?»

¿Se puede decir que el Ejército Árabe Sirio ha dejado atrás los defectos aqui enumerados y se ha modernizado? ¿O el peso de la intervención rusa fue demasiado grande?

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Yo diría que el éxito ha sido una combinación de a) la coordinación estratégica y precisión cinética que ofrecía Moscú y b) el hecho de que la guerra de Siria constituía una guerra de exterminio. De haber triunfado el frente fundamentalista, ninguna estructura militar social y cultural secular previa hubiera sobrevivido. Defender tu modo de vida frente a un agresor extranjero es un impulso moral imbatible para quien combate.

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