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Esparta y los Límites Funcionales de la Teoría Monetaria Moderna

Hace unos meses exploramos cómo las estrategias de los bandos enfrentados en la Guerra del Peloponeso derivaban de dos economías políticas contrapuestas en las que la centralidad de la esclavitud condicionaba toda la estructura socio-económica de la polis griega. Vimos cómo el Imperio Ateniense pudo instituir un modelo acumulativo de naturaleza comercial basado en un esquema ciudadano inclusivo cuyo centro de gravedad cultural, militar y redistributivo era la marina. Cómo el modelo acumulativo espartano imponía la autarquía nacionalista y el culto a la violencia en su reproducción y cómo ello le permitió a Laconia dominar la dimensión terrestre del espacio geopolítico heleno. En este artículo trataremos, de manera especial, la fenomenología asociada a la dimensionalidad monetaria del modelo espartano de reproducción socio-económica. Las implicaciones de la gestión sistémica del dinero a la luz de la teoría material de la productividad y de su importante relación con la vectorialidad distribucional y el campo de la soberanía política. Una perspectiva cuya importancia y atractivo causal se deriva del papel de la transnacionalidad del dinero en el colapso de la socialdemocracia fordista y del despertar, frente a la ortodoxia fiscal, de la teoría monetaria moderna (MMT). Disciplina a la que este análisis puede complementar y guiar de manera importante.

Para poder entender el modelo acumulativo espartano, es necesario visualizar la centralidad lógica de la explotación ilota dentro de su sistema económico-social. La dominación violenta del trabajo esclavo subyugado mediante la guerra constituía la base material e ideológica del ciudadano de Esparta. El trabajo esclavo permitía al hoplita dedicar su vida al entrenamiento militar, entrenamiento que luego empleaba tanto para garantizar la sumisión del trabajo esclavo existente –véase la Krypteia-, como para ampliar la base subjetiva del dominio espartano sobre los pueblos del Peloponeso. En ese sentido, al igual que en el caso posterior romano, la especialización funcional que la expansión escalar introdujo de la mano del ratio creciente de ilotas por homoioi -ciudadano espartano- tuvo un impacto sistémico determinante en el ecosistema ideológico de la polity. La cultura espartana reflejará un abandono gradual del paradigma social multiuso del granjero-miliciano ciudadano que tendrá lugar en paralelo al consolidamiento de un sistema de gobernanza civilizacional basado en una elite guerrera política y culturalmente eugenésica. Una élite cuya eficiencia en el campo de la defensa violenta de la estructura del sistema no solo la hará ontológicamente hostil y autónoma para con todo elemento exterior a su propia subjetividad, sino también totalmente incapaz de gestionar con éxito y a la larga su misma reproductibilidad.

Para visualizar los efectos sistémicos de la particularidad social espartana, resulta imprescindible entender que Esparta llevo el paradigma socio-político prusiano a su grado funcional y personal más extremo. El ejército – homoioi – espartano no solo poseía un Estado propio -y no viceversa-, sino que el mismo estrato homoioi era equiparable al Estado en su sentido subjetivo más puro. Ejemplo de esto es la distribución comunal de la de la tierra y de la fuerza laboral ilota entre la élite ciudadana espartiata, la distinción entre la propiedad pública y los activos de los homoioi -“los iguales”- era simplemente inexistente. De esta manera, aquel que resultara genéticamente ajeno a esta estirpe privilegiada era, para con la polis espartana, un agente político tercero. Un sujeto con derechos limitados cuya participación en la vida pública estaba estrictamente regulada. Estos eran los denominados perioikoi, literalmente, “los habitantes de la periferia”.

El hecho de que en el caso espartano la especialización funcional de la polis se fundiera con el plano ciudadano-identitario marcó por completo el desarrollo macroeconómico de una sociedad históricamente única. Que la esfera público-militar homoioi fuera cultural e ideológicamente autónoma y políticamente competidora con respecto al polo artesano perioikoi y al componente ilota sobre el cual se reproducía materialmente provocó dos consecuencias sistémicas importantes para el futuro de la polis. Por un lado, el concepto de ciudadano espartiata acabó contraponiéndose ontológica y culturalmente tanto con la realidad del trabajo productivo -ilota- como con la operativa de la esfera mercantil – perioikoi -. Esto, en el contexto de un modelo de sociedad donde el componente ciudadano-militar monopolizaba el movimiento sistémico social, hizo que Esparta nunca experimentara con un modelo de gestión de la explotación de la productividad indirecto-comercial de la manera que, por ejemplo, si hizo Atenas. Por el contrario, el hecho de que el control de la res pública y la gestión del trabajo ilota estuvieran en manos de personas identitariamente opuestas a la realidad mercantil garantizó que la vectorialidad esclava del modo de producción espartano ganara un peso sistémico creciente.

La segunda consecuencia sistémica de este modelo fue la relativa inmunidad política de la cima de la pirámide trófica de la sociedad espartana. Blindada por un eficiente sistema castrense soportado ideológica y materialmente por la extractividad violenta, la autarquía cultural, comercial y material bajo la cual se desarrollaba el sistema político de la polis espartana era virtualmente eterna. Un esquema retroalimentado que a lo largo de la trayectoria histórica de la polis imposibilitó que ningún vector político de cambio introdujera las medidas adaptativas que aseguraran la sostenibilidad reproductiva del sistema. Ejemplo del fracaso reproductivo de este modelo será, irónicamente, la composición su falange hoplita en el tiempo. Tras décadas de conflictos armados, salvajes ritos de iniciación y marcos socio-políticos endogámicos, ya en Platea (479 AC.) el componente homoioi de la fuerza espartana representaba solo el 11% de la fuerza hoplita desplegada. A la llegada de la Guerra del Peloponeso (431-401 AC.), se calcula que Esparta no contaba con más de 1.000 espartiatas entre sus filas. Sus fuerzas armadas dependían llegados a este punto del reclutamiento masivo de ilotas y perioikoi para simplemente poder presentar batalla. Este fenómeno, junto con otras derivadas macroeconómicas conocidas, reflejó que Esparta ya no podía garantizar el sostenimiento de su peso geopolítico en el tiempo. Definitivamente el sistema había fracasado.

A pesar de su limitado recorrido histórico y de la total extinción de todo modelo de organización social que adoptara dicho camino evolutivo, la estructura de acumulación espartana experimentó con una economía política de la dimensión monetaria que bien merece ser recordada en aras de la construcción contemporánea de perspectiva. El hecho de que la clase dirigente homoioi y su esfera pública –el Estado- identificase la realidad comercial como un campo social alienígeno al paradigma de la moralidad y la cultura del guerrero espartiata condenó a la esfera mercantil a la marginalidad social y acumulativa. Por razones de reproductibilidad sistémica obvias, Esparta entendió que la manufactura de una realidad social alternativa a la gestión violenta del trabajo y a su –bajo- rango de productividad constituía una amenaza política de primer nivel al orden socio-económico de la polis. En consecuencia, la esfera artesanal-manufacturera perioikoi no solo no contó con el activo apoyo del instrumento público para brotar y desarrollarse –como ocurriría con los modelos de gestión indirecto-tributarios de la productividad-, sino que fue funcionalmente reprimida por medio de innumerables marcos e instrumentos institucionales.

Para la polis espartana, el acto de comercio era una actividad mundana impropia de una estirpe cuyo único propósito era consolidar su supremacía guerrera por medio de la violencia, del culto al sacrificio y de la total entrega a la subjetividad política homoioi. Un código moral y ontológico anclado en el estoicismo y la austeridad que resultaba completamente ajeno y contrario a la naturaleza –política- misma del poder de compra. La consecuencia institucional más paradigmática de su nulo interés por facilitar el despegue de la ley del valor fue el activo diseño de un instrumento de intercambio comercialmente ineficiente. En el año 600 AC. Licurgo introdujo en la constitución espartana la prohibición de poseer y hacer circular mercantilmente cualquier instrumento transaccional cuya base fuera el oro, la plata o cualquier otro metal precioso. En su lugar, Esparta impondría las barras –o discos- de hierro como moneda oficial de la polis en un intento por extirpar los vicios derivados de la operativa crematística social. Una política cuyas consecuencias macroeconómicas no se hicieron esperar.

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La estructura represora anti-mercantil sistémica espartana impuso un impedimento de primer nivel a la manufactura de escala económica y por ende a la articulación sostenida de productividad. Sin un mecanismo de vinculación acumulativa entre distintas unidades productivas, la especialización carecía del espacio económico necesario para distribuirse a lo largo y ancho de la jurisdicción espartana del Peloponeso. Sin posibilidad de construir interdependencia, el espectro productivo de la polis quedaba relegado a la esfera agraria, a la explotación ilota y al gobierno gerencial homoioi. La incapacidad para crear redes productivo-comerciales implicaba también que, en el campo inter-polity, Esparta no disponía de los medios para implementar tipos de cambio que facilitaran el intercambio transfronterizo. Nadie en el Mediterráneo iba aceptar pesadas barras de hierro deliberadamente avinagradas para no poderse trabajar como medio de pago. El resultado, lógicamente, fue la escasez y el racionamiento. La imposibilidad de construir desarrollo productivo doméstico y la represión del comercio regional hicieron que Esparta operara con un nivel de densidad material comparativamente sub-par al de sus rivales. La productividad espartana quedaba condenada al microfundismo.

Si bien con el paso del tiempo la incapacidad del sistema espartano de articular escala económica acabó por estrangular la viabilidad geopolítica de la polity espartana, estos efectos macroeconómicos no supusieron -en un principio- problema alguno para el sistema de gobernanza homoioi. Esto es, precisamente, lo que el Laconia buscaba cuando Licurgo se dispuso a minar la interconectividad monetaria. El control de clase sobre la escalara de la productividad. El sostenimiento del orden tradicional agrario ajeno al difícilmente fiscalizable dinamismo crematístico. Un espacio macroeconómico aislado de cualquier injerencia cultural, ideológica o política extranjera que pudiera desestabilizar el híper-asimétrico equilibrio de poder espartano. Prueba de la eficacia de la garantía escalar impuesta por la clase homoioi es que la polity espartana se mantuvo socio-económicamente petrificada hasta prácticamente el momento de su disolución.

Aunque nos resulte sorprendente por sus características, el caso espartano resulta instrumental para entender la base ontológica de la teoría monetaria moderna y trazar sus límites funcionales en el contexto macroeconómico contemporáneo. En esencia, la teoría monetaria moderna desmitifica el dinero como una variable religiosa ajena a la realidad social humana y coloca al contexto monetario dentro del conjunto de herramientas macroeconómicas de las que dispone una polity para gestionar su propio entorno material. La MMT identifica, correctamente, que, en una economía de mercado, el dinero constituye la correa de transmisión entre el trabajo y los objetivos políticos y reproductivos de la entidad subjetiva que controla tanto la potestad emisora como la ejecutividad recaudatoria de la moneda. De esta manera, en un supuesto político en el que solo existiera una única polity, el Estado podría institucionalizar un sistema transaccional propio –la moneda de curso legal-  mediante el cual vectorizar el trabajo ciudadano en la dirección política de su elección y sin atender a criterios como la rentabilidad, el déficit o la deuda. Para conseguirlo, le bastaría con exigir tributos en la misma moneda que él emite para que, por medio del gasto público, el trabajo ciudadano fuera aplicado en proyectos de su elección. El pleno empleo y el movimiento macroeconómico es siempre, en consecuencia, una decisión política que puede gestionarse mediante el factor monetario, tanto la dirección represora como en la potenciadora de la productividad.

Ante esta capacidad y en este caso, el único límite a lo macroeconómicamente posible mediante la aplicación de la ontología de la MMT se encuentra en la realidad material y en la inflación. El único límite a la soberanía de la polity mercantil para con la gestión de su jurisdicción personal y espacial por medio del control de todas las válvulas del circuito: la emisión, la proyección y la recaudación-eliminación de la masa monetaria dentro del sistema. Sin embargo, el supuesto de hecho que hemos aquí descrito constituye un caso relativamente ajeno a la realidad macroeconómica de nuestro mundo actual. Nuestro mundo, heredero de la escala económica de la era industrial, es una red productiva altamente interconectada e interdependiente donde las unidades productivas trabajan con un grado de especialización sin precedentes. A consecuencia de estas nuevas posibilidades espaciales, el plano monetario en el que dichas estructuras productivas se desarrollan rara vez están contenidas dentro de una misma jurisdicción nacional. El plano que rubrica dicha interdependencia, el dinero, no solo no se caracteriza por operar en una moneda uniforme, sino que la libertad de movimiento de capitales condiciona completamente la capacidad del Estado de gestionar las palancas monetarias del desarrollo escalar avanzado.

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El hecho de que las estructuras productivas y los flujos monetarios contemporáneos tengan una naturaleza transnacional es el elemento responsable de que, hoy en día, la relación entre la potestad monetaria y la soberanía política esté más debilitada que nunca. La base material que explica el poder sistémico que los “mercados internacionales” poseen actualmente sobre las estructuras democráticas del Estado nación Wesphaliano. Si un Estado moderno actual decidiera hacer uso de la re-nacionalización absoluta de la potestad monetaria propia para proyectarla nacionalmente e impulsar su economía se encontraría con infinidad de problemas. La alta interconectividad contemporánea implica que la práctica totalidad de las economías desarrolladas dependen fuertemente de la importación de componentes producidos fuera de la jurisdicción del Estado en cuestión. Ello implica que toda economía nacional debe al menos crear el suficiente valor internacional –exportaciones- como para poder pagar el consumo nacional bienes de cuya importación depende para operar macroeconómicamente. Necesita, por ende, “trabajar” para el exterior en aras de no experimentar un bloqueo comercial en el que entidades terceras no acepten su representación de valor como medio de pago de sus importaciones: su moneda.

Bajo una alta interdependencia en la que las estructuras productivas dependen de elementos ajenos a la jurisdicción nacional para articular productividad, la soberanía nacional ya no es absoluta. Existe una tensión constante entre la adecuación nacional a la escala moderna de la productividad –y a su capacidad para generar riqueza- y la soberanía política de la polity para con todo aquello que se desarrolla acumulativamente bajo su jurisdicción. Entre la eficiencia productiva y la maximización de la densidad material potencial y la autonomía política de la polis. En el caso espartano, la autonomía política resultaba primordial para que el sistema homoioi resultara estable, la elección no contaba con mayor debate dentro de las estructuras de poder en Laconia. Esparta optaba por blindarse políticamente ante el mundo exterior, pero a cambio creaba una incompatibilidad escalar bajo la cual la imposibilidad del despegue comercial cercenaba su máximo potencial productivo. El resultado era la escasez.

Si Esparta hubiera querido mantener su no-moneda doméstica y a la vez necesitado importar bienes de consumo interno producidos, por ejemplo, en la jurisdicción ateniense, sus ciudadanos hubieran tenido que ceder horas de trabajo a Atenas bajo unas condiciones previamente acordadas. Ya que Atenas nunca hubiera aceptado el medio de pago espartano, la polis del Peloponeso hubiera tenido que hacer uso de la cesión laboral del valor equivalente a sus necesidades de importación, exactamente aquello que le ocurre hoy en día a Corea del Norte con el consumo interno de bienes extranjeros. De aquí también se deriva que la utilización de una u otra moneda no es más que el reflejo de una relación geopolítica donde dos o más polities compiten por forzar a actores terceros a aceptar sus medios de pago. A mayor penetración monetaria en el exterior, mayor poder soberano que se ejerce fuera de la jurisdicción política de iure de la polity en cuestión. Por ello, dentro del espectro de monedas que cohabitan el espacio macroeconómico contemporáneo, el dólar Estadounidense es el medio de cambio más extendido. El poder geopolítico estadounidense es la base cinética que permite a Washington financiar sus importaciones a un coste mucho menor que el que experimentan sus rivales macroeconómicos. El equivalente actual a si Esparta hubiera podido forzar a sus rivales a emplear –comprar con trabajo- barras de hierro espartanas para realizar sus operaciones transaccionales. El llamado «privilegio exorbitante» por el cual una polity puede consumir por encima de sus propias posibilidades laborales. Un escenario geopolítico en el que la necesidad de comprar moneda extrajera -dólares hoy- para operar mercantilmente en el contexto internacional hace que, de hecho, todo el mundo deba ceder trabajo propio –gratuitamente- a la polity productora de liquidez –moneda-. Todos compartimos, al menos en parte, el status tributario de Corea del Norte.

Además de los límites que la escalaridad e interdependencia productiva y las capacidades geopolíticas de la polity imponen sobre el ideal de soberanía absoluto, el libre movimiento de capitales constituye la tercera fractura funcional del potencial macroeconómico del instrumento monetario de la polity. Con la globalización de la producción, de los mercados de capitales, del consumo y del empleo, tanto la efectividad como la viabilidad funcional de los instrumentos macroeconómicos del Estado del Bienestar Keynesiano se han visto decisivamente afectados. El Estado ya no es ni puede ser una entidad paternalista para con su economía nacional. No puede hacer valer derechos laborales, prerrogativas distribucionales o la presión fiscal necesaria para articular formación de capital e igualdad en un marco macroeconómico global marcado por la competición internacional y los agentes económicos transnacionales. El Estado se ha convertido en un vendedor de “propuestas nacionales de valor” mediante las cuales pretende atraer inversión directa extranjera. La víctima de un chantaje estructural continuo por el cual la privatizada escalaridad global puede imponer la condicionalidad distributiva y fiscal que mejor convenga a sus intereses. En el momento histórico presente el Estado ha sido sobrepasado escalarmente por una macroeconomía neoliberal sobre la cual reposa la llave de la alta productividad.

En consecuencia, todo intento doméstico por moldear el tejido productivo y distribucional nacional por medio del instrumento fiscal y del gasto público se enfrenta a una espacialidad privada transnacional que utilizará todos los medios a su alcance para defender su espacio de plusvalor. Que saboteará productiva y financieramente la legitimidad y la prosperidad de la polity y que no dudará en utilizar su dominio sobre la interdependencia para ganar el pulso negociador. En ese sentido, cualquier uso de la soberanía monetaria para terraformar la esfera macroeconómica nacional terminará diluyéndose en torno a la evasión fiscal, a la necesidad competitiva internacional para financiar el consumo importador y a los poderes económicos facticos del ecosistema acumulativo globalizado. Suecia nos ofrece un buen ejemplo sobre como la dicotomía última es entre la rendición de la soberanía nacional total –libre movimiento de capitales y ruptura con el Estado del Bienestar a cambio de compatibilidad escalar con el capitalismo global- o la nacionalización total de la economía –anulación interna de la ley del valor y desconexión escalar con el capitalismo global a cambio de soberanía nacional-. Esparta –en su cualitativamente distinto contexto macroeconómico- optó por la segunda opción, al contrario que Suecia. Para poder haberse beneficiado tanto de la escala económica como de la soberanía política mediante la cual servir el interés de sus ciudadanos Laconia –o Suecia- hubiera tenido que dominar geopolíticamente todo el espacio político de la espacialidad macroeconómica. Un imperio global.  Por ende, al constituir un problema de naturaleza político-escalar, la MMT no puede ofrecer una economía política monetaria capaz de resolver esta dicotomía. Es funcionalmente imposible.

Quienes conocen los mecanismos operacionales de la MMT y defienden su aplicación no niegan que su alcance y efectividad en un mundo globalizado, sin orden público compartido y el en el que el capitalismo gobierna la escala internacional sea –muy- limitado. La MMT es una propuesta macroeconómica cuyo grado de viabilidad depende de infinidad de condicionantes de naturaleza geopolítica, distribucional y de clase. Es por esta razón por la cual EE.UU. –como imperio monetario global- y no el resto del mundo constituiría el sujeto político ideal para explotar su funcionalidad. Sin embargo, incluso si nuestro mundo se asemejara al paradigma de una única polity liderada por nobles deseos, la MMT no dejaría de tener también problemas. Y es aquí donde el ejemplo espartano tiene, una vez más, una capacidad explicativa esencial.

En el caso de un único Estado que decidiera hacer uso de la potestad monetaria y fiscal para dar forma a su realidad distribucional y productiva, que no se enfrentara al dilema de la movilidad del capital y que controlara todo el rango escalar macroeconómico disponible –cero importaciones ajenas-, la problemática social no desaparecería. Ello se deriva de que, al contrario de lo que muchos autores piensan, el dinero no es un instrumento político ni distribucionalmente neutro. Bajo un sistema de mercado en el que el dinero gestione la interdependencia productiva, más allá del poder estructural del sujeto emisor de la moneda, quien posee una determinante agencialidad sistémica es aquel que puede, bajo las condiciones existentes, reproducir masa monetaria. Si se impone la necesidad de obtener dinero para desarrollarte socio-económicamente –el motor de la MMT-, entonces quien posea la capacidad de reproducir dinero tendrá una prerrogativa sistémica absolutamente desproporcionada.

Bajo un marco de propiedad privada de los medios de producción, esa capacidad la posee la figura del capitalista. El capitalista hace uso del secuestro de la función de producir para, por medio del servicio privatizado de las necesidades humanas, extraer renta tanto de los trabajadores como del consumidor con el fin de articular dinamismo acumulativo. Además, por medio del interés, el dinero es capaz de engendrar más dinero sin necesidad de proceso inversor alguno. La propiedad sobre el dinero o sobre los medios para satisfacer necesidades –medios de producción- son por ende dos vectores anti-liberales por los que un individuo puede acumular riqueza a través del trabajo ajeno. Riqueza que luego puede utilizar para subvertir políticamente un determinado orden social de acuerdo con sus intereses.

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Esta noción disruptiva e injusta del dinero que hoy nos resulta tan radical no era ningún secreto para los espartanos. La reforma del año 600 AC. no solo pretendía blindar el orden social homoioi aislándolo de toda potencial injerencia externa, también quería reformar completamente el contexto político doméstico de la polis espartana. Por medio de la institucionalización de pesadas e inútiles barras de hierro como instrumento transaccional, Licurgo intentó hacer de la corrupción crematística de la política algo materialmente imposible, intentó salvaguardar al orden social espartano de las devastadoras consecuencias políticas de la desigualdad económica y de la acumulación de riqueza, intentó impedir que las regiones interiores no se vieran política y distribucionalmente desplazadas por los polos costeros e intentó que la lógica monetaria no corrompiera y llenara de abuso la moralidad homoioi. Esparta, por encima de su clara intencionalidad contrainsurgente, entendió que el dinero no es un elemento socio-económico ni distribucional neutro. Entendió que la gestión de la distribucionalidad macroeconómica es siempre política y que la opción monetaria es necesariamente injusta y antidemocrática. Su opción fue el consolidamiento de la gestión comunal y ajena a la ley del valor de la propiedad de la tierra y del factor ilota.  Una opción que, combinada con el control democrático de la vectorialidad de la producción, deja obsoleta a las tesis emancipadoras de la MMT.

Esparta nos ofrece así una perspectiva sistémica única sobre la naturaleza política, pública y (re)distributiva del dinero. Nos introduce a su funcionalidad macroeconómica potencial para con el cultivo doméstico de la interdependencia y de la productividad. Nos explica cómo la soberanía monetaria tiene una relación problemática con el campo de la geopolítica y como la realidad globalizada de la escala económica impone fuertes condicionantes al ideal soberano. Esparta nos enseña también que la dimensión monetaria en un contexto de libre circulación del capital transfiere un poder sistémico enorme a agentes económicos ajenos a la legitimidad democrática nacional. Cómo ello se relaciona con la conexión escalar transnacional y cómo la proyección y eliminación de moneda soberana carece del alcance político suficiente para tratarlo. Laconia resulta clave para entender que la espacialidad del poder político doméstica y transnacionalmente es el verdadero inductor de movimiento macroeconómico, que el dinero y el poder de compra no es más que el reflejo de un marco de ajenidad propietaria para con el trabajo y las cosas. Ya sean estas la cerámica ateniense, el secuestro crematístico de la función pública por parte del interés privado o tus compras de navidad. Y esto constituye una problemática política que el instrumento monetario nunca podrá solucionar.

 

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2 respuestas a «Esparta y los Límites Funcionales de la Teoría Monetaria Moderna»

Se lo comento sin acritud alguna: por la lectura que de lo que ha escrito, me da la sensación de que no tiene una idea muy clara de lo que es la MMT.

Uno puede aprender cómo funciona el sistema monetario moderno, o se puede quedar ensimismado con el sistema de reserva fraccionaria que dejó de tener vigencia hace décadas, cuando las economías rompieron con el patrón oro. La MMT no hace sino dar a conocer cómo funciona este sistema hoy en día, independientemente de las políticas que se apliquen o de las realidades de la globalización.

La MMT tampoco dice nada acerca de las decisiones de inversión en un país. Claro que, una vez que se entiende cómo funciona el sistema monetario, es de una estupidez supina que las decisiones de creación del 90% del dinero y cómo invertirlo quede en manos de la banca, que ya ha dado más que suficientes ejemplos de su más absoluta negligencia en las últimas décadas.

El argumento de que los países soberanos han perdido poder frente a la globalización se da de narices con las políticas de los países asiáticos, que no han parado de invertir en sus propias industrias y compañías (estatales o no; a fondo perdido o no), en lugar de quedarse mirando al cielo a esperar a que llueva inversión extranjera para que empiecen a aparecer los primero brotes verdes. Solo hay que comparar lo que ha conseguido Corea del Sur, Taiwán, Malasia o China en los últimos 40 años con una inversión dirigida por el Estado, con lo que ha hecho España en el mismo tiempo: socavar su poquita industria incipiente.

Las propuestas de trabajo garantizado de algunos economistas de la MMT también son algo aparte de la MMT. Son propuestas que no tienen por qué poner al Estado en competición con el sector privado. Más bien al contrario, el sector privado podría beneficiarse de mejoras en infraestructuras, I+D, proyectos energéticos a largo plazo, comunicaciones, escuelas, hospitales, etc., tan solo con que el Estado pusiera a trabajar a todos lo que buscan trabajo o trabajan a tiempo parcial de manera involuntaria. Además, tienen un efecto de estabilización automática a nivel macroeconómico del que adolece la renta básica, por ejemplo.

En cuanto a los tipos de cambio y a la dependencia del exterior, ¿cómo, si no es invirtiendo en una industria local, puede un país mitigar su dependencia con el exterior y los vaivenes del tipo de cambio? Son precisamente aquellos países con menos industria, los que sufren esto de manera más desproporcionada. Aparte, existe algo llamado «control de capitales», que aunque hoy en día parece tabú, ha sido una herramienta muy utilizada hasta una época reciente por la mayoría de los países para defenderse de los ataques especulativos. Es impresionante que haya que mencionar algo tan obvio. Una vez más, el efecto en algunos países asiáticos (p. ej., Tailandia vs China), debería hacernos replantear nuestros dogmas.

Desde luego, la MMT no es una panacea, pero a mi lo que más me sorprende es que esté siendo tan malamente criticada, no por tarados mentales como Juan Ramón Rallo et al., sino también por personas con visiones más progresistas o mejor fundadas (o eso pensaría uno).

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Hola!

En primer lugar, este no es un artículo sobre la ontología de la MMT. Comparto y hago mía toda la conceptualización que la MMT hace sobre el dinero moderno, sobre su eterna endogeneidad y sobre su naturaleza pública macroeconómica. Este es un artículo que pretende tratar la idea de que la potencialidad de la MMT, como corriente que discute sobre la maximización de vectores macroeconómicos de interés público (empleo etc.) dado un problema de inflación, no es tan transformadora como generalmente se afirma. De ahí lo de “los límites funcionales de”. En base a esto, punto por punto:

– La MMT no dice nada sobre las decisiones de inversión de un país y el factor bancario: La banca es el Gosplan capitalista contemporáneo que produce masa monetaria en virtud de la ley del valor, cierto. Pero no tiene sentido mencionar esto aquí, asumo una renacionalización de esa potestad –el supuesto más favorable- y opero en base a este escenario. En consecuencia, la problemática aquí es cuán transformadora en términos de inversión y diseño macroeconómico puede la proyección y succión ilimitada de moneda nacional tener en una polity en el siglo 21.

– Sobre soberanía: Podemos ir directamente al supuesto chino, el polo cuyas características neorrealistas son más marcadas. China ha sido tan soberana que ha tenido que desarticular toda su economía política aspiracional socialista para convertirse en una inmensa plataforma del plusvalor sobre la cual construir compatibilidad sistémica con las redes escalares internacionales. Más de la mitad de las exportaciones Chinas tienen como base capital extranjero de una forma u otra y, a medida que su base exportadora se hace más compleja, el país necesidad manufacturar una compatibilidad globalizada mercantil mayor. Y conviene separar aquí la dimensión monetaria de la que no lo es, aquí hablamos primordialmente de sistemas de relaciones industriales y corporativismo estatal, no de un Estado que riega en dinero a industrias y espera a verlas crecer.

Y volvemos al límite transformador de la MMT. Estas economías han despegado porque han conseguido mediante esquemas ajenos a la ley del valor vincularse al mercado internacional, quien las soporta y a la vez limita. Esta es una realidad bastante ajena a la dimensión del dinero nacional y además no puede replicarse infinitamente en un mercado espacialmente acotado. Tampoco hay que olvidar todo lo que rodea a la problemática del ejemplo argentino o la misma crisis asiática del 97 con la inevitable intervención del FMI. Existen caveats por todos lados y son perfectamente visibles.

Por ejemplo: puede Cuba desarrollarse en todos los sentidos por medio de la soberanía monetaria cubana proyectada ante sus propios recursos personales y materiales? La respuesta, obviamente, es que no. La escalaridad y los flujos de capital internacionales controlan completamente dicha vectorialidad.

– Estado versus sector privado: Toda iniciativa que afecte a la masa de plusvalor en el sistema afecta al “sector privado”. Toda necesidad humana que cubra el Estado y no un capitalista es plusvalor potencial negado al mercado, la ofensiva frente anti-pública neoliberal sirve por ende a un propósito acumulativo obvio y es difícilmente reversible. Además, el empleo garantizado que puede ofrecer la MMT es aquel que, como salario mínimo, no resulte inasumible para el sector privado. Es decir, trabajo puede crear, pero no es una varita mágica de bienestar. Ambos factores son así esclavos de no hacer colapsar al componente privado, lo que lastra enormemente su potencial. No poder interferir en lo privado es, de hecho, el límite funcional primordial del potencial transformador de la MMT. Dinero siempre equivale a ajenidad política frente a las cosas, a no poder realmente cambiarlas.

– (Inter) dependencia exterior: Podemos ir directamente al ejemplo de la Unión Soviética. No, el horizonte de la productividad actual dado un mercado limitado no permite autosuficiencias a su grado de eficiencia máximo. Puedes estar con autosuficiencia soberana tipo Corea del Norte u optar por la soberanía limitada de la integración en los flujos híper-productivos globales. Dicho de otra manera, incluso un caza de 5ª Generación –como garante de soberanía- tiene componentes cuya producción depende de redes transnacionales extensísimas, la ilusión de poder crear competitividad en casa a la escala actual es macroeconómicamente ineficiente y físicamente imposible. Lo que hay que eliminar es la compartimentalización distribucional de la realización que impone la propiedad, no realizar arreglos parciales sub-óptimos en base a una agencialidad estatal rejuvenecida.

– Control de capitales: Derivado de lo anterior, salvo imperio global, dependes de ofrecer al capital internacional opciones atractivas de acumulación bajo tu jurisdicción para poder articular impulso híper-productivo doméstico. Si no gobiernas políticamente sobre las cosas y sobre su grado de interdependencia, no importa lo que tú o tu dinero jurisdiccional quiera conseguir. El paradigma de la competencia internacional y las necesidades acumulativas se llevan todo por delante – ver ejemplo del Folkhemmet-. Como dice Blanchard, dadas las condiciones actuales, el dilema está hoy entre el capitalismo y el control de capitales. La MMT aquí no ofrece solución óptima alguna, solo la gestión dirigida de la producción y de lo producido puede combinar diseño activo de la productividad máxima y un marco socio-económico de suma positiva. Todo lo demás equivale a una ineficiente bunkerización suicida Wesphaliana.

Teniendo todo esto en cuenta, la finalidad del artículo es precisamente la que se presenta en su título: exponer las limitaciones funcionales de lo que la MMT en su óptima expresión puede ofrecer como paradigma transformador de la estructura social de acumulación neoliberal. La ontología de la MMT es cierta, cambia determinadas cosas, pero su efecto no es el de un concepto con un potencial transformador sistémico más allá de un margen de maniobra fiscal expandido. Lo cual no significa, ni mucho menos, una crítica en el plano de la verdad.

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