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Panem et Circenses: ¿El Fin de la República Romana?

Si tuviéramos que resumir la trayectoria socio-ideológica occidental de este último medio siglo, probablemente utilizaríamos la derrota total e incondicional de la legitimidad agencial del Estado como concepto central de nuestro esfuerzo interpretativo. Hablaríamos de la subordinación del ente productor de orden social a la lógica econocrática, de la demonización de la propiedad pública y de la represión activa de toda iniciativa encaminada a imponer restricciones o condicionalidad al interés mercantil. El despertar de un modelo social donde la libertad negativa, la supremacía del territorio crematístico y el total abandono de todo vector de cambio ajeno al poder de compra han cambiado completamente la noción fordista de democracia, de ciudadanía y de libertad.

En el centro causal de todo este movimiento gravitacional sistémico se encuentra una reinterpretación general de la justicia social y de los incentivos sistémicos a la participación del trabajo en el modo de producción capitalista. La reintroducción del concepto victoriano de la responsabilidad moral del pobre y la legitimación de la represión distribucional y política de todo aquel que requiera de fuentes de renta ajenas a la esfera del mercado para poder sobrevivir. Aquí, la crítica neoliberal al statu quo fordista será doble y alcanzará su mayor grado de hostilidad y crueldad. Una crítica que no distinguirá entre las esferas tradicionalmente mercantiles o aquellas que gozan de un blindaje social frente la ley del valor. Que deslegitimará la cooperación no transaccional y que construirá una ontología social donde el sufrimiento como experiencia en el “sector privado” será entronado como el pre-requisito de toda voz sistémica legítima. Una ofensiva política que llegará a autoproclamarse como el imperativo del progreso.  La institucionalización de una permanente Krypteia cuyo fin es destruir todo aquello que no funcione a las bases mecánicas de su ecosistema distribucional. La destrucción de la realidad “asistencial”.

Bajo el universo neoliberal, la espacialidad asistencial vinculada al aparato redistributivo del Estado se relaciona causalmente con dos fenómenos que le confieren terribles propiedades sistémicas. Por un lado, un Estado que vectoriza distribucionalidad en una determinada dirección debe estar, necesariamente, utilizando su peso agencial político para expropiar acceso material de un colectivo tercero al otro extremo del tracto redistributivo. Debe estar, necesariamente, violando un espacio de libertad individual al que no le han permitido acceder por medio del acuerdo de voluntades. Un abuso de poder basado únicamente en la capacidad coercitiva del aparato estatal frente al cual este colectivo no dispone de defensa reconocida alguna.

Por otro lado, la dependencia material de los flujos redistributivos del Estado se relaciona también con la cesión –voluntaria o no- de la autonomía política del individuo. Si el Estado es quien te sostiene económico-socialmente, estás previsiblemente predispuesto a desarrollar una opinión positiva de este. El flujo distribucional, se afirma, no solo crea una condicionalidad política inescapable e irresistible, también produce una situación bajo la cual el roce interactivo puede hacer que el Leviatán colonice tu subconsciente. De esta manera, el ecosistema asistencial abre las vías funcionales por los que el Estado puede suplantar la agencialidad moral y sistémica del individuo monopolizando –ilegítimamente- el movimiento y la dirección social.

Por todo ello, la relación asistencial equivale, bajo el paradigma actual, a una solución distribucional políticamente diabólica. La manufactura de un círculo vicioso en el que el asalto distribucional violento y la anestesia política del individuo engendrarán un marco socio-económico que pronto se verá carcomido por el estancamiento acumulativo y la inmoralidad. Un resultado donde todos perderán su libertad, donde no existirán incentivos al desarrollo de las fuerzas productivas y donde el consolidamiento de relaciones clientelares impedirá cualquier reversión al equilibrio socio-político previo. El fin de la Historia –alternativo- neoliberal por el cual el “pan y circo” asistencial habrá completamente desarticulado los vectores de progreso económico y social de nuestra especie.

En lo que para muchos constituye uno de los momentos más memorables de la economía política española, Jesús Huerta de Soto llevó este planteamiento a sus mismísimos orígenes terminológicos para validar la mecánica causal de la teoría neoliberal del desastre asistencial. Para explicar, por medio de este marco, la caída de la República romana y el ascenso y colapso de la forma y la lógica política imperial. De acuerdo con la tesis del profesor Huerta de Soto, la distribución gratuita de alimento en la capital hizo que “las clases medias latinas” abandonaran la explotación de la tierra para acudir masivamente a la urbe y convertirse en “pensionistas”. Dado que “la ayuda a la pobreza genera pobreza”, la noticia de alimento gratuito provocó que la población de la metrópolis se multiplicara rápidamente, aglomeración que pronto desbordó la capacidad financiera del Estado. Ante este pico inasumible de demanda, Roma decidió devaluar su moneda reduciendo el componente áureo del denario, pero, al ser un bien de primera necesidad, lo único que consiguió fue disparar el precio de un bien de primera necesidad. Atrapada y sin salida, la capital se vio forzada entonces a responder por la vía de la intervención de los precios, lo que, con el tiempo, derivó en el colapso del mercado agrícola de la polity.

Según la tesis del profesor, los altos impuestos para financiar el “Estado del bienestar”, el intervencionismo estatal y la consiguiente inflación hicieron que el mundo antiguo y su estructura comercial continental implosionaran macroeconómicamente sembrando el caos desde Judea al Muro de Adriano. Una trágica reacción en cadena que los últimos emperadores intentaron aplacar por medio de la fórmula de la contundencia coercitiva, prohibiendo el abandono proletaride la tierras para asegurar la producción de alimento. Nacía así, según el profesor Huerta de Soto, la servidumbre feudal. Un triste final para un modelo de desarrollo republicano-liberal que, según los cálculos del profesor, podía habernos llevado a colonizar la Luna “por el año ochocientos”.

Más allá de la delirante conceptualización e interpretación de la economía política romana, de la las dinámicas socio-políticas de la Antigüedad y de la propia historia, el Profesor Huerta de Soto hizo bien en centrar el foco analítico en el instrumento del panem et circenses romano. Probablemente, el pan y circo de la polity romana es, junto con el  New Deal socio-acumulativo general de la posguerra, el sistema asistencial más paradigmático de nuestra historia. Un modelo (re)distributivo a gran escala que gestionó una flujo de demanda de una escala difícil de reproducir en cualquier otra parte de la espacialidad socio-política del mundo antiguo. La importancia teórica de este instrumento radica en que, gracias a su relativa simplicidad causal histórica, este nos ofrece una perspectiva única sobre la naturaleza política de la red asistencial y sobre la lógica sistémica detrás de su misma existencia. Una (re)interpretación funcional que dispone de una perfecta aplicación en la economía política actual y que, como no podía ser de otra manera, es significativamente distinta a la que nos ofrece el profesor.

Para entender el surgimiento del instrumento asistencial en el corazón de la polis romana, debemos retrotraernos a los orígenes de la ciudad y analizar, de manera especial, la evolución de su manera de competir con su entorno político más inmediato. El estudio de la trayectoria doctrinal militar romana nos ofrece una perspectiva única sobre la fenomenología escalar que posteriormente resultó determinante a la hora de explicar los cambios que hicieron posible el auge de la forma política imperial. Un reflejo que ilumina las bases causales del equilibrio distribucional asistencial y nos introduce a una realidad política triangular en la que el brazo armado, la res pública y la propiedad conspirarán para dinamitar las bases sociales de la arquitectura tradicional republicana.

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Roma, como toda pequeña entidad política del contexto mediterráneo de su tiempo, nació fuertemente influenciada por el mundo helénico y las bases funcionales su organización social. Como tal, la joven ciudad se articuló en torno a una comunidad de granjeros-ciudadanos que, dada su naturaleza propietaria y su vinculación productiva con su parcela, carecían de la capacidad de formarse –además- como eficientes guerreros. La poca productividad militar individual del ciudadano romano tuvo que ser compensada por medio de la utilización de tácticas de combate que negaran las vulnerabilidades derivadas de un enfrentamiento duelista agregado. La falange, como en el caso de la península helénica, resultó ser la solución operacional primitiva óptima para una fuerza miliciana-ciudadana nacida de una economía agraria de subsistencia. La forma más práctica y barata de conseguir productividad militar mediante la coordinación táctica de soldados poco especializados. El instrumento que maximizará el reducido margen funcional derivado del vínculo escalar existencial entre el sujeto político, la propiedad y la tierra que impide la formalización de un ejército permanente y profesional.

Sin embargo, el rudimentario modelo de la falange miliciana pronto devendrá obsoleto en un contexto geopolítico en el que Roma pugnará por la supremacía de la geografía latina. Aquí, la dinámica competitiva contra las insurgencias del centro y norte de la península itálica sentenciará a un rígido sistema hoplita que demostrará ser incapaz de adaptarse a las condiciones de este nuevo campo de batalla. La guerra de guerrillas en un contexto montañoso favoreció la movilidad operacional y la versatilidad funcional, una arquitectura de la productividad militar que forzó a la polity romana a desarrollar su propia genealogía doctrinal. La respuesta a este puzle estratégico fue la creación de la organización manipular –de despliegue quincunx– en torno a la secuencia del triplex acies. La plástica fórmula bélica predestinada a acompañar a la ciudad y a sus legiones a lo largo de un meteórico ascenso geopolítico regional, de las guerras samnitas a la conquista de Cartago y Macedonia.

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El manípulo romano constituyó el modelo de combate responsable de posibilitar la transición de una ciudad estado modesta a una potencia económica y militar regional mediterránea. Un esquema táctico cuya consolidación operativa reflejará una organización social de una complejidad creciente y cada vez más estratificada. Roma pasó del homogéneo y rudimentario ejército miliciano-ciudadano a una arquitectura marcial marcada por la diversificación estamental de la polis. El cuerpo de infantería pesada romana se dividirá en base la experiencia y a las posibilidades materiales de sus miembros-ciudadanos, la infantería ligera de escaramuzadores la compondrán las generaciones entrantes y el ala montada quedará reservada para la cúspide noble de la pirámide social republicana.

De la mano del manípulo, el éxito militar romano en la península ibérica, en el norte de África y en Grecia transformó por completo las dinámicas y la lógica geopolítica de la polis. Un salto espacial que impuso una tensión funcional y distribucional que resultará determinante a la hora explicar el ascenso de la forma política imperial. La supremacía mediterránea alcanzada tras el triunfo militar en la Segunda Guerra Púnica creó una realidad competitivo-escalar estructuralmente incompatible con el orden socio-político existente. Un orden institucional que será incapaz de gobernar la transición de un modelo miliciano-propietario “helénico” a una (megalo)polis capaz de operar en términos bélicos y económicos masivos sin alterar el equilibrio político tradicional. Los intereses materiales de la élite romana, la complejidad de la transición y la revolución funcional derivada de la especialización escalar serán los responsables de este punto de inflexión.

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Uno de los grandes problemas a los que tuvo que enfrentarse la polis romana surgió de la utilización cada vez más profesional de una fuerza militar de corte y lógica estamental-tradicional. Con anterioridad, las campañas militares romanas eran expediciones punitivas cuya duración y nivel de exigencia táctica eran relativamente asumibles para el ciudadano-propietario medio. Sin embargo,  a medida que Roma necesitó emprender proyecciones de fuerza más allá del inmediato mundo latino y contra rivales mucho mejor preparados, la problemática funcional creó un dilema potencialmente mortal para el orden republicano. El éxodo de los pater familias por largos periodos de tiempo (años) provocó que muchas familias tuvieran que abandonar sus modestas posesiones agrícolas por verse físicamente incapaces de operarlas. Igualmente, muchos soldados llegaban a tener una vida militar tan intensa que nunca alcanzaban el grado de formación agrícola suficiente como para poder explotar su propio terreno al volver a la dinámica civil. Poco a poco, la nueva realidad escalar de la polity romana provocó que los legionarios milicianos se vieran ante la posibilidad real de no poder atender el tándem funcional ciudadano del tradicional guerrero-granjero. Una fractura en el elemento fundacional del orden social republicano que engendró consecuencias, distribucionales, ideológico-sociales e institucionales devastadoras.

Ante esta realidad, el campo romano sufrió una importante transformación. La figura del legionario-propietario y sus familias se vieron desplazadas por una clase terrateniente que supo aprovechar esta problemática para acumular legal e ilegalmente propiedad agrícola. Irónicamente, la acumulación de tierra cultivable por parte de esta nueva aristocracia fue posible y estuvo motivada por la misma realidad escalar que impidió al legionario-miliciano defender su papel social tradicional dentro de la estructura social romana: las grandes campañas militares de la República tardía. Tras la derrota de Aníbal, Roma pudo tener acceso privilegiado a todos los activos de la costa mediterránea. La riqueza proveniente del saqueo, de los botines de guerra  y, sobretodo, del acceso a una gran masa de esclavos cambió por completo el equilibrio de poder doméstico en península itálica. Gracias al acceso asimétrico al rédito colonial, las élites romanas no solo dispusieron de los fondos necesarios para arrollar a los pequeños propietarios agrícolas, también contaron con el flujo de mano de obra necesario para operar sus cada vez mayores dominios latifundistas. Una fuerza de trabajo con la que el miliciano-propietario medio y sus familias no podían contar para reproducir su posición social.

El resultado de este fenómeno será una realidad propietaria latina en rápida transformación. Mientras que el legionario miliciano y sus familias se verán gradualmente forzados a rendir sus posesiones agrícolas, la clase dirigente senatorial podrá expandir su portfolio y dominio propietario sin mucha dificultad. La dinámica latifundista contará así con el beneplácito y la participación del Estado y de la élite republicana, un muro de contención institucional que la hizo altamente resistente a todas las iniciativas redistributivas a las que se tuvo que enfrentar. Una ruptura de statu quo inclusivo por la cual la tradicional clase propietaria-guerrera sobre la cual se construyó el equilibrio político tradicional romano comenzó a distanciarse ideológica y materialmente del Estado.

El legionario miliciano tradicional y su familia serán expulsados del campo, pasarán a  engrosar la clase de los capite censi –la plebe urbana no propietaria- y pronto descubrirán que, tras el servicio militar, el senado Romano les negará incluso un plan de jubilación basado en la redistribución agraria. Los capite censi constituirán la clase social en rápido crecimiento a la que la ciudad de Roma se verá forzada a alimentar por razones contrainsurgentes obvias. Una clase social marcada por una desposesión cuyo origen causal se encuentra en el despegue escalar de la polis romana. En la creciente tensión entre la función pública ciudadana basada en la propiedad agrícola y una función militar que, combinada con el acceso asimétrico al rédito colonial de ultramar, creó un contexto social marcado por la ruptura con el ecosistema homo-romanicus primitivo.

Irónicamente, será la dimensión escalar militar y su necesidad de ahondar en su especialización funcional bélica la que producirá el instrumento socio-político que finalmente destruirá la arquitectura de legitimidad de la forma republicana. Roma aprendió contra Cartago que un fuerte control civil preventivo sobre la estructura militar de la polity tenía efectos estratégicos desastrosos al enfrentarse a rivales escalar y operacionalmente capaces (Trebia, Lago Trasimeno, Cannas). La implementación de una comandancia político-civil dual agencialmente reprimida se diseñó como una vacuna frente a líderes excesivamente ambiciosos y esta resultó ser lo suficientemente eficaz bajo un planteamiento de batalla basado en el choque frontal y simétrico de dos masas de soldados. Sin embargo, contra potencias regionales escalar y estratégicamente capaces, esta metodología constituía la fórmula perfecta para el desastre. De la mano de figuras como Escipión el Africano y Fabio Máximo, Roma tuvo que replantearse su doctrina gerencial militar y diseñar una escalera meritocrática de la que poder extraer el genio táctico necesario para operar a la escala militar a la que la Republica se estaba viendo forzada a luchar. Esta nueva generación de generales romanos dispondrá de la habilidad y del margen de maniobra suficiente para ser operacionalmente efectivos, pero también del carisma y la capacidad para desvincularse de la legitimidad y del control político del Estado si las condiciones así lo permiten. Desafortunadamente para la República, estas condiciones no tardaron en llegar. Porque la polity latina necesitará algo más que MacArthurs para adaptare a su nuevo marco geopolítico, Roma necesitaría soldados.

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Como nueva potencia regional, Roma tendrá que desarrollar un brazo cinético profesional, permanente y cuya masa crítica sea capaz de oponerse a los grandes ejércitos del Este y al contexto insurgente galo-germánico. Necesitará crear grandes contingentes capaces de maniobrar eficientemente y de operar en un contexto de independencia logística. Para resolver este problema, la polis romana abolirá el requisito propietario que impedía a los capite censi acceder a las fuerzas armadas, desarticulará el modelo del triplex acies instituyendo la homogeneidad en torno a la figura de los principes y acabará con la micro-gestión táctica del manípulo en favor de la consolidación táctica por medio de la cohorte. Las reformas de Mario homogenizarán y democratizarán el brazo armado de la polis para responder a un contexto escalar aumentado, la misma lógica y solución que empleará Napoleón y su ejército ciudadano de organización en corps d’armée diecinueve siglos después. Un ejército masivo cuya columna vertebral ya no la constituirá una fuerza miliciano-propietaria, sino una fuerza profesional movilizada del campesinado romano. Soldados de carrera, no ciudadanos armados.

La revolución militar romana como respuesta a la necesidad de articular especialización funcional dentro de una polity en rápida expansión escalar constituyó el foco causal de la paleta de interacciones socio-militares y políticas que sentenció a la República romana. En esencia, la especialización funcional romana generará desequilibrios domésticos en respuesta a necesidades geopolíticas periféricas. El nuevo brazo armado de la polis desarticulará el papel social y la base propietaria del miliciano-ciudadano tradicional, otorgará a la élite romana una fuente de riqueza ajena a la consensuada mecánica tributaria y creará un buffer espacial entre la clase dirigente y el riesgo geopolítico inmediato que permitirá a esta dar rienda suelta al abuso distribucional. Ante esta nueva realidad, el modelo de social y de conducta que vinculaba ideológicamente al legionario romano con la figura –granjera- de Cincinatono tardó a resquebrajarse. La milicia-ciudadana que consideraba un honor y un deber cívico luchar por un Estado en el que participaba y al que le debía la defensa de sus posesiones agrícolas desapareció. Una fenomenología político-social que produjo desafección política en masa y un vacío en el campo de la legitimidad pública que actores políticos alternativos no tardaron en aprovechar. Actores que la misma especialización funcional de la polis produjo accidental y mecánicamente por sí misma.

La nueva escalaridad bélica romana habrá transformado incapaces políticos-generales en ambiciosos generales-políticos que ahora comandarán unas fuerzas armadas masivas nutridas de personas desposeídas sin ninguna vinculación material o ideológica con el Estado. Un binomio socio-político compuesto por una élite ajena a las fuentes de legitimidad y riqueza tradicionales y un contingente militar de desposeídos cuya realidad distribucional dependía enteramente de su comandante estrella y de sus conquistas. La receta perfecta para el desastre.

El resultado lógico de toda esta fenomenología social será el despertar de figuras político-militares populistas como Sila, Pompeyo y César. Figuras que serán capaces de capitalizar en el descontento político, la desposesión propietaria y la falta de vinculación material e ideológica con el Estado de los capite censi –especialmente los veteranos- para hacerse con el poder por la fuerza. Así, la dinámica política que inició Sila en el año 87 AC al  marchar por primera vez contra Roma continuará reproduciéndose hasta la consolidación de la realidad político-social imperial bajo el reinado de Augusto. La conclusión institucional a una realidad romana en la que la escala política había crecido paralelamente al grado de estratificación social de la polis. Un desequilibrio que colapsó bajo su su propio peso y que nos introduce a una mecánica causal política y distribucional diametralmente opuesta a la que nos ofrece la tesis del profesor Huerta de Soto.

En primer lugar, el colapso de la República romana nos ofrece una muestra más de la veracidad de la tesis antropológica que defiende que toda estructura política productora de orden social representa y sirve a un interés extractivo de una determinada élite. De esta manera, a mayor escala humana y espacial, mayor desigualdad potencial. Además, el desarrollo político pre-imperial romano es un ejemplo perfecto para (re)interpretar la realidad asistencial en el campo de la dimensionalidad histórica y política, especialmente en lo que respecta al ecosistema moral neoliberal. Un análisis que bien podemos aplicarla a nuestra geografía político-social y distribucional actual.

El sistema de pan y circo que la polis romana tuvo que institucionalizar para hacer frente a la creciente relevancia y peso social de los capite censi no refleja un ningún caso una medida destinada a subvencionar la inactividad ni la improductividad. El sistema de pan y circo romano refleja los efectos de la desposesión propietaria y política de una gran parte de la población por parte de una élite extractiva que llegó a monopolizar tanto la agencialidad del Estado como los activos necesarios para producir –tierras y esclavos-. El reflejo institucional de una estructura que evolucionó de una configuración política inclusiva basada en ciudadanos-milicianos de alta participación y legitimidad pública a una realidad extractiva opuesta cuyo producto fue la negación material y político-democrática de la clase no propietaria.

De esta manera, podemos definir la realidad asistencial como el esquema redistributivo cuyo fundamento caritativo esconde un marco político depredador por el cual se priva al individuo de la agencialidad ciudadana y de la legitimidad democrática para con los medios para producir. En consecuencia, la realidad asistencial carecería de fundamento funcional alguno si toda la sociedad en su conjunto fuera equitativamente partícipe en el aparato estatal y en el gobierno de la función de producción. El acceso a la realidad material constituiría entonces el ejercicio ciudadano de un derecho, no una plegaria distribucional presentada ante un ente políticamente superior. Por ende, podemos concluir que la crítica neoliberal a la redistribución asistencial es, en esencia, una crítica (in)directa a todo modo de producción que separe la esfera de la propiedad de los derechos individuales inherentes a la agencialidad ciudadana de cualquier persona. Una –paradójica- crítica a la institucionalización de una estructura de represión política sin la cual la (re)distribución no tendría sentido.

En base a esto, podemos trazar un paralelismo entre la trayectoria socio-política de la República romana y nuestra realidad neoliberal marcada por la espacialidad de la globalización. Al igual que la élite romana, la élite propietaria Occidental ha hecho uso de las posibilidades escalares de la economía global para desvincularse funcional y distribucionalmente del marco institucional del Estado nación, de su esfera democrática y del poder sistémico del trabajo. Para alcanzar una posición política fuera del alcance de la amenaza fiscal, del trabajo sindicado y de la jurisdicción judicial y política de los poderes públicos. Un espacio donde la ambición distribucional del capital ya no se enfrenta a la necesidad de manufacturar consentimiento para generar reproducción acumulativa.

A salvo de los instrumentos redistributivos del marco Wesphaliano-Fordista, el capital internacional ha roto unilateralmente con el contrato social de la posguerra. Ha monopolizado la rentabilidad escalar de la interconectividad productiva internacional y acaparado la inmensa prosperidad mecánica de la automatización. Una ruptura del equilibrio político socialdemócrata que ha condenado a las clases medias occidentales al estancamiento socio-económico, a una precariedad vital creciente y a un divorcio ideológico y moral con el marco ideológico e institucional de la democracia liberal.

El resultado de la intensificación de la desposesión que experimenta la clase capite censi occidental ha sido el ascenso lógico de líderes, conceptualizaciones y narrativas alternativas que atacan frontalmente el alto grado de corrupción distribucional del sistema. El despertar del equivalente moderno de la figura “populista” de Sila. Quien hace de la cuña redistribucional un arma política extremadamente eficaz para convertir la deliberación pública en una realidad transaccional. Quien utiliza el desencanto sistémico para propulsar sus propias ambiciones políticas y marchar sobre Roma al mando de un ejército de deplorables que no tienen absolutamente nada que perder. El colapso de una arquitectura institucional a la que tanto la élite como la geografía explotada le han terminado dando la espalda.

Al igual que en el caso romano, nuestro futuro se debate entre una realidad imperial o un supuesto republicano propietario-igualitario. Entre una realidad asistencial por la cual una élite imperial pueda comprar políticamente a un pueblo desposeído de sus derechos políticos y materiales o un mundo en el que ciudadanos-propietarios gobiernen absoluta y democráticamente la res pública. Entre la rendición del estandarte ilustrado ante la renta básica en una geografía de la desigualdad obscena o una sociedad donde el gobierno colectivo del todo social elimine de nuestra terminología política el concepto distributivo de lo “asistencial”. Al igual que en Roma, nuestro futuro se debate entre la democracia y la sociedad de clases.

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2 respuestas a «Panem et Circenses: ¿El Fin de la República Romana?»

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