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El Pasado, Presente y Futuro de la Función de la Productividad

Aunque resulte difícil de creer, la gran mayoría de los economistas convencionales de nuestro tiempo aún debate sobre la fuente causal de la riqueza y la base material de la productividad. Atrapados en su particular prisión hipernormal, teorizan sobre la centralidad del mercado y la importancia de la competencia inter-capitales. Nos hablan de la necesidad de domesticar las ambiciones del trabajo que condicionen el éxito del ciclo acumulativo y nos alertan sobre la problemática macroeconómica de la acción pública y del rescate artificial del capital zombie. Todo aquello que afecte al sostenimiento del marco competitivo de la acumulación de capital es clasificado como un caveat al desarrollo económico y social y toda represión narrativa o política que prometa contener la amenaza es automáticamente caracterizada como legítima.

Una visión ajena a la endogamia miope de la disciplina económica que disponga de una perspectiva ontológica más amplia y plural, reconocerá pronto que la esfera convencional económica es el objeto analítico perfecto del marco Gramsciano. Los economistas han recortado causalmente el marco político-productivo de mediados del siglo XIX, lo han barnizado de apoliticidad y atemporalidad y lo han convertido en el punto de partida ontológico sobre el cual resulta imperativo interpretar el mundo. En base a este, la formación de capital y la articulación de la productividad solo pueden darse si la sociedad en su conjunto acepta rendir pleitesía política al modo de producción capitalista. Si acepta, llegado el momento, sacrificarse distribucional e identitariamente ante el altar de los requisitos socio-económicos de los recurrentes ciclos de la acumulación.

Los economistas convencionales parecen incapaces de ver y reconocer que, en su intento por comprender el mundo, han transformado en ciencia el interés acumulativo de la figura del capitalista. Que han conceptualizado la prosperidad dentro de un sistema teórico en el que la función de producir está políticamente secuestrada por una determinada clase social. Que han restringido la exploración del espectro causal de la productividad a la operativa empresarial y que todo ello ha servido para legitimar una estructura de bajo la cual un grupo social ha adquirido un poder de dirección antropológico total.

La ciencia económica ha abandonado el estudio de la base material causal general de la productividad, de la naturaleza del mercado, de la lógica y límites de la ley del valor o del pobre desempeño termodinámico de la competición agencial. Si lo llegara a recuperar, la ciencia económica descubriría que sus axiomas pertenecen a una dimensión teórica absurda que se abstrae activa y deliberadamente de una realidad causal material marcada por la explotación escalar de procesos, la interdependencia y el ascenso y abandono lógico y gradual del mecanismo mercantil. Una fórmula ontológicamente ajena a la realidad política, ideológica y volitiva de la especie humana, pero que ha dependido de esta para materializarse en el tiempo.

Si atendemos a nuestra trayectoria como especie productora, podemos trazar un continuo que vincula la explotación escalar de procesos con el aumento de nuestro potencial productor máximo. La base causal de la densidad material de nuestras sociedades, de nuestro actual grado de prosperidad. Utilizando los efectos sistémicos del progreso escalar de la explotación de procesos y el grado de capitalización desplegado, podemos construir teóricamente tres fases relativamente bien diferenciadas. La primera constituye una fase pre-mercado caracterizada por la ausencia general de estructuras de capital, un bajo grado de interconectividad a todos los niveles y un uso extensivo de la proyección organizada y en masa del factor trabajo. La segunda hace referencia al despegue temprano de la división funcional.  Del ascenso de las formaciones de capital, de sus distintos grados de interconectividad mercantil y del nacimiento del mercado como vínculo social entre el trabajo y el capital y entre la demanda y el consumo. Por último nos encontramos con la sociedad post-mercado. Una estructura caracterizada por unos niveles de formación de capital, especialización y adaptabilidad productiva cuya escala ha eliminado la necesidad de institucionalizar mecanismos externos de gestión del intercambio económico. La optimización del tracto productivo por medio de la centralización y la saturación definitiva del campo de la demanda de uso.

Podemos estudiar dichas fases y sus mecanismos con un mayor detenimiento por medio de un ejemplo hipotético, el problema habitacional de la especie humana. Imaginemos, en aras de simplificar el número de variables en juego, que la necesidad de disponer de un hogar constituye la totalidad del espectro de necesidades de una sociedad. Imaginemos también que nuestra hipotética colección de comunidades emerge en un mundo en el que estas se encuentran geográficamente dispersas y carecen de conocimiento tecnológico alguno más allá del de producir rudimentarias herramientas. Por último, con el fin de no reproducir aquí el análisis histórico exhaustivo de las distintas razones que llevaron a las distintas organizaciones políticas a perseguir una mayor productividad, supongamos que estas comunidades persiguen por defecto diseñar los esquemas de producción materialmente óptimos. ¿Cómo trazará dicha sociedad la tarea de proveerse de hogares donde vivir de la manera más eficiente posible?

Inicialmente, dicha sociedad buscará la forma de movilizar funcionalmente el activo productivo más importante del que dispone, su propia población. La amasará en torno a una lógica política, la transformará en su herramienta multiuso y canalizará su trabajo de manera sistemática hacia el tracto productivo de la creación de hogares. De manera agregada, este será un sistema mucho más productivo que cualquier esquema que pase por la provisión individual de una solución habitacional propia. La explotación escalar del volumen de mano de obra disponible protagonizará todo el proceso de maduración de una casa. Este contingente recolectará los distintos recursos para construirla, los transportará hasta el lugar de la construcción y ejecutará la obra según los parámetros indicados. No existirá nivel de especialización alguno y el tracto productivo será único, todo el proceso fluirá de la mano de un mismo agente productivo. El nivel de satisfacción de las necesidades existentes será inevitablemente pobre y los hogares resultantes se caracterizarán por ser básicos, rudimentarios y de baja calidad.

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El principal problema de este sistema radica en que la masa crítica de la mano de obra de la que esta sociedad hace uso no se explota de la manera más eficiente posible. Por mucho que el ser humano sea un instrumento extremadamente flexible, resulta imposible que un mismo grupo de trabajadores sea capaz de abarcar el grado de diferenciación de las distintas funciones que pueden desempeñarse al incrementar la complejidad del proceso de fabricación de una casa. El resultado del reconocimiento de este límite será la institucionalización de un marco social que permita una gestión del tracto productivo en la que los distintos procesos puedan explotarse de una manera escalar propia. El proceso de fabricación de una casa se dividirá, inicialmente, en una serie de procesos simples a los que distintos polos de trabajo especializados podrán adherirse formando nodos separables de una misma cadena de suministro. Los inicios de la división funcional del trabajo como método para incorporar un grado de explotación escalar mayor a la función agregada de producir casas.

Llegados a este punto, dicha sociedad descubrirá que todo intento por incrementar el grado de especialización dentro de un mismo tracto productivo crea, inevitablemente, relaciones de interdependencia funcionales. La escisión de la mano de obra que se ha constituido como el segmento especializado en el proceso de construcción de las paredes depende, como poco, del flujo de madera de quienes han decidido especializarse en la explotación forestal. La solución a este problema es institucionalizar un mecanismo de gestión de la interdependencia que module todo flujo material dentro de un mismo proceso productivo. La búsqueda de un horizonte de productividad mayor habrá hecho del nacimiento del mercado un fenómeno escalar inevitable para cualquier sociedad que aspire a romper con las barreras de la baja productividad.

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En base a esta nueva realidad, la productividad tendrá ahora dos vías de expansión. Esta sociedad podrá continuar segregando y explotando especializadamente los distintos procesos de la función de fabricación de una casa. Un procedimiento que incrementará el número de nodos productivos interconectados y la complejidad agregada de la geografía económica existente. Pero se encontrará con que, a una vez alcanzado cierto grado de complejidad, tanto el nivel de especialización como el nivel de output potencial dependen en gran medida del nivel sustitución de la mano de obra por instrumentos de capital. De la ruptura productiva con los límites fisiológicos y técnicos del cuerpo humano.

Los primeros capitales serán, por su tamaño y capacidad, de gestión eminentemente particular. Una sierra de dos manos, mazas, cinceles etc. A medida que su potencial productivo crezca, estos facilitaran la producción en masa y a coste reducido de determinados componentes locales que podrán incorporarse a un flujo de comercio que pronto comenzará a operar bajo un esquema regional. A mayor capacidad de producción, mayores las posibilidades de que los procesos de fabricación se expandan espacialmente fuera de las fronteras políticas que les vieron nacer. La escala económica permitirá suplir a cada vez más segmentos del proceso de maduración de una casa “aguas abajo” y la dimensión geográfica de las cadenas de suministro se volverá cada vez más dispersa. Este fenómeno articulará a su vez un ecosistema en el que las posibilidades de dividir y explotar separadamente procesos aumentará exponencialmente gracias a una espacialidad expandida cuya potencial masa crítica en capital y mano de obra especializada excederá los límites formales de la polity. El resultado de la capitalización temprana será una geografía del tracto productivo más dispersa, especializada, productiva y compleja. Nuestra sociedad podrá construir más y mejores casas.

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El siguiente paso lógico lo comprende el salto cualitativo que catapultará a los pequeños capitales a la dimensión genuinamente industrial. El fenómeno que transformará el incipiente comercio regional en lo que nosotros hemos denominado como la globalización de la producción, la saturación escalar-espacial del planeta por medio de cadenas de suministro híper-sofisticadas. Esta transformación se deriva del reconocimiento productivo de que el capital es un instrumento cuyo potencial en términos de eficiencia escalar es superior al del ser humano, lo que llamamos el k-bias. En consecuencia, la maximización de la productividad para un determinado escenario técnico tiende a hacer crecer la masa crítica mecanizada alterando la composición orgánica de la función productiva. Las máquinas se convierten en la piedra angular del proceso productivo a todos los niveles y esto altera las relaciones sociales de producción y produce spillovers en cadena. La mecanización permite liberar los recursos y la mano de obra necesarios para transformar aquellos procesos y geografías aún por mecanizar.

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El trabajo será a partir de ahora el adjunto a una estructura mecanizada que, gracias a su potencial productivo, habrá centralizado la gestión de la fabricación de un determinado segmento de la construcción de una casa. Atrás quedará la explotación semi-mecanizada especializada por cuenta propia. Ahora la división funcional tendrá lugar dentro de la organización productiva de un determinado capital y esta ocurrirá a una escala mucho mayor. El antiguo serrador abandonará su rudimentario y poco capitalizado puesto de trabajo por un puesto aún más especializado dentro del ámbito de producción de una serrería, una organización productiva que habrá centralizado la labor de cientos de antiguos serradores. Así mismo, a medida que el nivel de explotación mecanizada de cada vez más segmentos de la maduración de una casa aumente, esta incorporará componentes de una geografía productiva cada vez más global y diversa. Será más barata y rápida de producir, dispondrá de cada vez más lujos y su acceso terminará democratizándose. Pero su proceso de producción aún podrá optimizarse más.

En aras de explotar el potencial centralizador del capital, dicha sociedad forzará a que los distintos capitales se fusionen en macro-estructuras productivas de una escalaridad sin precedentes. Las distintas serrerías, fábricas de ladrillos y empresas de construcción se verán forzadas a integrarse entre sí con el fin de expandir el grado de explotación escalar, minimizar su estructura agregada de costes y eliminar una duplicidad productiva que presenta una ineficiencia termodinámica obvia. En último término, la capacidad productiva de estas macro-estructuras será capaz de saturar la demanda agregada existente en su particular campo de suministro y se procederá a monopolizar completamente el ejercico de su satisfacción. Dependiendo de la variable de los costes de transporte, esta integración podría, en un futuro tecnológico hipotético, alcanzar un grado de centralización horizontal total.

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A medida que la capacidad de suplir al mercado crece mediante la centralización productiva de los distintos segmentos del tracto productivo, el paso siguiente consiste en crear las condiciones para que la previa integración horizontal de los distintos capitales adquiera ahora una naturaleza también vertical. La culminación de la satisfacción de la necesidad de tener un hogar por medio de la creación de un monopolio híper-productivo y automatizado que gestione todo el proceso de maduración de una casa en cualquier parte de la geografía física. La primera consecuencia de este proceso de integración productiva total es que, a medida que el espacio de organización de procesos bajo el gobierno de un mismo capital crece, la dimensión de la interconectividad productiva ajena a la dimensión gerencial se reduce. En otras palabras, la búsqueda de una mayor productividad por medio de la integración de capitales sustituye la dimensión del mercado por la de los costes internos entre las divisiones productivas de una misma organización.

En último término, esto implica la eliminación total de la necesidad de articular y gestionar la interconectividad por medio del mercado. Ya no serán órdenes de compra quienes determinen la producción dentro de los distintos segmentos del proceso de maduración de una casa, este proceso estará ahora planificado dentro de la lógica organizacional de una misma estructura productiva. Una misma fábrica gobernará la producción de casas a golpe de decisiones gerenciales que garanticen la eliminación total de los costes transaccionales y las duplicidades inherentes a la red de intercambios de un mercado. Un sistema organizacional que garantizará que se disponga de los recursos suficientes para emprender la costosa tarea de seguir segregando procesos una vez el grado de complejidad del tracto productivo haya sido en gran medida maximizado.

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En este escenario final, obviando futuras actualizaciones tecnológicas que continúen con el incremento de la complejidad del proceso de fabricación de una casa, la huella termodinámica será mínima, el grado de centralización máximo, el trabajo se habrá liberado del mayor volumen de esfuerzo posible y se dispondrá de la posición óptima para continuar con la explotación de procesos dentro de nuestro limitado contexto espacial. El lujo inmobiliario será, en términos de esfuerzo, gratuito y el problema económico habrá desaparecido para todos y cada uno de los habitantes de este planeta.

En nuestro recorrido por la lógica material de la productividad, hemos utilizado un escenario simplificado en el que no existe dimensión política alguna y en el que solo existe una necesidad. Hemos asumido que nuestra sociedad modelo opera de manera social unitaria y que su única motivación es la articulación del grado de productividad máximo. Nuestra realidad es mucho más compleja y operamos en un contexto donde el espacio de las necesidades es mucho más amplio y diverso, pero el camino a la alta capacidad productiva es común a todo escenario político-social y de uso.

La odisea económica de la especie humana se ha construido en base a la negación política de la persona, a la institucionalización de una sociedad de clases con el fin –subconsciente- de facilitar la proyección coordinada del trabajo. Comenzamos movilizando la mano de obra mediante modos de producción cuyo centro de gravedad productivo recaía en la figura de la esclavitud. Pero el colapso de las grandes estructuras políticas de la Antigüedad reveló la insostenibilidad de un sistema acumulativo caro e incapaz de articular progreso escalar. A continuación, la versátil realidad germánica de la explotación indirecta-tributaria se impuso en el continente europeo creando las bases sistémicas de una vorágine desarrollista impulsada por una dimensión geopolítica caótica. Un fenómeno en el que el desarrollo de las capacidades del Estado será fundamental.

El emergente Estado moderno creó las condiciones para promover el ascenso del mercado como la piedra angular de la sociedad, alimentando escala y gestionando una complejidad económica cada vez mayor. Derivada de esta nueva realidad social, la clase mercantil hará uso de un liberalismo decidido a romper con la inflexible realidad feudal para hacerse con el poder. Adam Smith defenderá como fórmula de la prosperidad la división del trabajo y la abolición del mercantilismo internacional. La libre especialización e interconectividad productiva.

La institucionalización de la ley del valor como paradigma socio-económico y la desposesión general campesina propulsará una era en la que la capitalización de nuestras sociedades nos permitirá romper, por primera vez, con el marco maltusiano. Llegará la industrialización, los capitales crecerán y pronto habrá quien identifique la problemática social de la propiedad privada del capital en un contexto de mercado y de una alta centralización del trabajo. Marx constatará que los incrementos de la productividad, por mucha renta que estos liberen mediante la optimización de procesos, no solo constituyen una trampa mortal para la clase trabajadora, sino también para el propio sistema. El motivo beneficio en un contexto de necesidades finitas terminará ahogando acumulativamente a la arquitectura competitiva capitalista.

En este sentido, su recetario será revolucionario en múltiples sentidos. Marx responderá abogando por abolir las estructuras de mercado y establecer una lógica sistémica por la cual la acumulación de capital sea propulsada por las necesidades en su forma de uso. Él y sus contemporáneos supieron ver que, al aumentar la densidad del capital fijo, la búsqueda de la productividad acaba por reducir la espacialidad del territorio gobernado por la lógica de mercado. “La competencia mata a la competencia” que diría Proudhon. Para poder seguir avanzando en la escalera de la productividad y evitar una catástrofe social, nos mostraron que es necesario eliminar la dimensión del dinero y convertir el acceso a los bienes y servicios en una cuestión de direccionalidad política. Una realidad productiva que concuerda totalmente con el resultado material final y gerencial de la lógica escalar de la explotación de procesos en el cual el intercambio mercantil tiende a desaparecer.

De todo esto podemos sacar un gran número de conclusiones sobre la realidad del análisis macroeconómico actual. Utilizando las variables materiales del desarrollo de la productividad, hemos comprobado que existe una tendencia lógica y natural hacia el despliegue y posterior repliegue de las estructuras de mercado. El mercado no es pues una fuente mágica de prosperidad, es el mecanismo de gestión de la escalaridad que históricamente ha operado como el vínculo provisional entre los distintos capitales en crecimiento. Una vez estos han madurado, la transaccionalidad mercantil es del todo ineficiente en comparación con la gestión gerencial. En ese sentido, la competición inter-capitales tampoco es el santo grial del desarrollo productivo. Este paradigma es, de hecho, el desesperado intento teórico de preservar un grado escalar bajo el cual el capitalismo pueda reproducir su dominio político sistémico.

Podemos concluir entonces que la eficiencia neoclásica constituye un absurdo productivo soportado por infinidad de suposiciones falsas y cuyos efectos sociales y escalares son demenciales. Un marco teórico sobre las bases materiales de la prosperidad que ha sido secuestrado por un interés de clase. Quien lastra nuestra capacidad como especie de generar un plateau de prosperidad mayor, termodinámicamente más eficiente y socialmente más justo. Quien nos impide obtener utilidad social del análisis objetivo de la realidad económica y nos condena a enfrentarnos a dilemas que son, en su gran mayoría, falsos.

 

 

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13 respuestas a «El Pasado, Presente y Futuro de la Función de la Productividad»

Explicación brillante. Cabe preguntar, ¿qué hacer? ¿Fomentar las fusiones empresariales, M&A? ¿Debería el estado «forzar» esta centralización productiva? ¿Cual sería el efecto sobre la clase asalariada? Un saludo.

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Todo gira en torno a una decisión política. ¿Es maximizar la productividad lo que se pretende? ¿Es perpetuar un modelo de organización social y su geografía del poder? La variable de la productividad es relativamente mecánica, gestionar una complejidad productiva creciente, sea bajo el sistema que sea. La cuestión sobre la clase trabajadora es una variable eminentemente distinta pero a la vez determinante. La lógica política determina la motivación de una sociedad para con la escalera de la productividad. Hoy al sistema le da igual la variable productiva, le da igual la ineficiencia, solo quiere reproducirse socialmente. Si se llegara a plantear la centralización como un mecanismo de avance socio-económico, esto será porque la clase trabajadora lo habrá forzado políticamente. Por ende, solo puedo prevér un avance sistémico de la productividad si esto repercute positivamente en el conjunto de la clase trabajadora (ya sea bajo un marco asalariado o post-asalariado).

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