Una de las ideas más peligrosas de nuestro tiempo consiste en separar conceptualmente la dimensionalidad y lógica económica de la geografía del poder. En negar que existe una realidad política que da forma a la antropología y cosmología de nuestro tiempo. Creer que existe un marco místico regulado por un conjunto estricto de verdades independientes de la voluntad humana cuyos resultados distribucionales el común de los mortales no está legitimado a cuestionar. La vinculación total y absoluta a una ontología que hoy nos exige sacrificios financieros y personales cada vez mayores a cambio de no descender al abismo macroeconómico y liberar el caos civilizacional.
Gracias a nuestra vinculación con dicho foco interpretativo nuestra sociedad vive una realidad política marcada por un candado material e ideológico que le impide emprender cualquier reflexión socio-económica de calado. Un contexto en el que los límites de lo socialmente posible viene delineados por la arquitectura capitalista y su correa de transmisión monetaria. Un muro lógico que dice proteger la libertad pero que está diseñado para anular toda ambición distribucional del factor trabajo, toda inspiración humanista de nuestra moralidad y toda aspiración de nuestra especie de tomar las riendas productivas de su realidad. Una hipernormalidad articulada entorno a un paradigma del progreso que descarta completamente la posibilidad de que podamos ser los dueños materiales de nuestro propio destino. Que define como utopía todo aquello que escapa a su ámbito de control.
La materialización de esta geografía de inescapable escasez se manifiesta de muchas formas. Nuestra actualidad política gira entorno a la devaluación social, a la crisis migratoria, a la insostenibilidad de nuestro sistema de pensiones y a la falta de -buen- empleo. Debatimos largo y tendido sobre las proyecciones financieras de nuestro modelo asistencial público. No hay dinero para la sanidad, para la educación, ni tampoco para acoger a quien más lo necesita. Se nos dice que tenemos un Estado insaciable que exprime tributariamente a la economía, que sabotea deliberadamente la creación de riqueza al coartar la dimensionalidad de la negociación privada, y que incurre en deudas en nuestro nombre que le son imposibles de pagar. Una extractividad y una obsesión por el control por los cuales la creación de -buen- empleo nunca toma fuerza, los salarios no crecen y nuestro modelo productivo no experimenta progreso alguno. Una esquema lógico que se despliega ante el mundo del trabajo con una metodología similar. Si no contribuyes con tu esfuerzo y tus bajas expectativas salariales a que tu empresa obtenga beneficios, no esperes que los mecanismos socio-económicos que han hecho que vivamos en «el mejor momento de la historia humana» vayan a perdurar. Es tu compromiso con la Ilustración y con el progreso. Con tu Dios.
Lejos de demostrar que nuestras sociedades han dado con la fórmula definitiva de la prosperidad y que ésta nos exige una serie de sacrificios para concedernos sus virtudes materiales, el escenario descrito solo nos revela la existencia de una prisión cognitiva consolidada. Vivimos en un contexto político en el que las élites de nuestro tiempo han dejado de sentirse amenazadas. En el que el tempo histórico se ha detenido en la casilla del modo de producción y explotación capitalista y no existe factor geopolítico alguno capaz de forzar un modelo social de un horizonte de productividad superior. Donde nada se interpone entre la ambición extractiva de nuestros señores feudales y nuestra vulnerabilidad distribucional derivada de la ley del valor y nuestro nulo control sobre los medios de producción.
Para cumplir con la imperatividad de romper con el esquema ideológico que secuestra el bienestar y la potencialidad productiva de nuestras sociedades en aras de perpetuar un férreo control de clase, es preciso exponer los límites lógicos del marco teórico actual. Para ello basta con realizar un simple ejercicio de imaginacíon. Si la estructura económica de nuestro tiempo es el accidente distribucional de un complejo juego de relaciones de poder inter-élite en el que un estancamiento geopolítico ha propiciado una barra libre de extractividad y un estancamiento económico general, entonces un cambio en el equilibrio de poder existente reactivará la historia. Gran parte de las causas de este momento histórico derivan de la comformación de de un verdadero modelo de gobernanza e interdependencia global y de la imposibilidad hoy de diseñar teorías de la victoria comercializables ante la opinión pública. Por ello, es necesario recrear un escenario donde la escalaridad del conflicto siga operando como motor de cambio, como asimetría geopolítica que pueda forzar desarrollo productivo con una finalidad militar. Ningún supuesto cumple mejor con estas condiciones que una amenaza proveniente del espacio exterior. Una invasión alienígena.
Por su naturaleza, una invasión alienígena es capaz de generar la suficiente distorsión geopolítica como para hacer saltar por los aires a la Pax Capitalista. Una amenaza tras la cual se esconde una escalaridad productiva desconocida, una capacidad militar imposible de interpretar y una teoría de la victoria con la que, probablemente, resulte imposible negociar. Suponiendo que por alguna razón tuviéramos el tiempo necesario para hacer los preparativos, entonces nuestra realidad productiva e ideológica cambiarían por completo. Actualmente las economías del planeta soportan una deuda del 225% del producto interior bruto global, los Estados operan vinculados a una «disciplina fiscal», producimos en base a la acumulación monetaria y nos empleamos de acuerdo con la existencia o no de marcos de explotación del trabajo rentables. Todo ello, toda nuestra cosmología socio-económica, desaparecería completamente en cuestión de semanas.
La necesidad de movilizar personas y material a una escala sin precedentes hará que el Estado recupere su papel histórico como director económico en masa. Nadie en su sano juicio abogará por arrebatarle la potestad monetaria soberana o restringir su ámbito de operaciones material. Con la soberanía monetaria y la desarticulación del dinero privado, conceptos como el déficit, la deuda pública, o la prima de riesgo dejarán de existir. El único límite a lo posible será la dimensionalidad material de nuestro planeta. Con ello en mente y en aras de incrementar nuestra eficiencia productiva se forzará la formación y concentración del capital sin atender al concepto -artificial- de rentabilidad. El valor de uso -nuestra supervivencia como especie- derrocará al valor de cambio monetario como motor de la producción mediante una lógica aplastante. Produciremos de manera planificada, sin necesidad de emitir deuda para financiarlo, sin esperar a que la demanda de misiles balísticos cristalice y comience a emplear a una reducida masa de ingenieros hiper-cualificados. Ningún ser humano será redundante, todos entrarán en programas gratuitos y masivos de formación técnica y militar. Todos serán asignados a la tarea de defender la Tierra de una u otra manera. No existirá el desempleo. El gobierno mundial que se forme intervendrá los grandes capitales de manera inmediata. No esperará a que Elon Musk decida colaborar con la causa y comience a desarrollar proyección militar espacial. No esperará a que Space X encuentre a los trabajadores cualificados que necesita por medio de su departamento de recursos humanos. No esperará a que dicha empresa alcance el tamaño suficiente como para comenzar a producir de manera eficiente y en masa vehículos de combate. Lo hará el Estado, a una escala mucho mayor y sin atender a la ley del valor. Todo ello por la simple razón de que perder no es una opción.
Este ejercicio nos revela que el marco lógico-económico actual no es más que el justificante ideológico de una relación de poder. Una relación de poder que depende de crear un marco de escasez para reproducirse y gobernar. Para ello necesita crear un contexto socio-económico muy alejado de la potencialidad material de nuestra especie en nuestro planeta. Una farsa que hoy nos cuesta nada menos que continuar nuestro avance por la escalera del desarrollo. Productividad estancada, formación de capital nula, inseguridad financiera, servicios socieales en quiebra y ausencia de -buen- empleo son solo algunas de sus consecuencias. Históricamente, la escalaridad de la violencia en un marco de competición inter-élite ha constituido la palanca del progreso humano. Del desarrollo, de la formación de capital social y de la reducción de la desigualdad política y económica. Romper con el marco ideológico actual por el que se nos niega la agencialidad social no solo significa la liberación política, significa también reactivar la historia socio-económica. Una historia a la que podamos añadir un capítulo en el que se narre cómo conseguimos ganar la guerra a la escasez, a la enfermedad, al trabajo manual, al cambio climático y a la mentira.
– Puedes apoyar a Anthropologikarl vía Paypal –