El ser humano está evolutivamente predeterminado a tener una actitud positiva y proactiva frente al ahorro. El ahorro es el mecanismo distribucional por el cual nuestra especie es capaz de sobrevivir a una dimensionalidad natural caracterizada por momentos de abundancia y momentos de escasez. De ajustarse a la vida en un pedazo de roca que rota sobre sí misma mientras gravita en torno a una estrella. Al fin y al cabo, antes de la era Santa Claus, el invierno se asociaba más con la muerte que con el Scalextric y el champagne.
No es de extrañar entonces que nuestra sociedad tienda a operar en un marco cognitivo bajo el cual el ahorro es la base causal de la actividad económica y del crecimiento. Técnicamente constituye ahorro toda renta no dedicada al consumo. Una definición que nos lleva a poder afirmar que, en una economía cerrada, con un Estado monetariamente neutro, y donde toda renta derive de la producción, el volumen de ahorro equivale necesariamente al volumen total de la inversión. Una afirmación que dentro del mapa conceptual descrito nadie realmente discute. La verdadera importancia de esta equivalencia radica en determinar si nuestra conceptualización causal construida en base a nuestro historial evolutivo es empíricamente cierta. Si la inversión empresarial brota causalmente de la movilización del ahorro.
Lejos de ser un juego lógico alejado de nuestra realidad socio-material, la determinación de la causalidad entre ambos conceptos es uno de los grandes componentes del rumbo macroeconómico de nuestro tiempo. España, al igual que la Eurozona en general, ha respondido al colapso acumulativo de 2008 apoyándose en la idea de que las reformas estructurales -la liberalización de la esfera laboral y la represión de la dimensionalidad pública- crearán economías más «dinámicas» en las que el vigor de las cuentas de resultados y un ahorro despenalizado por una política de “dinero barato” revivirán la inversión empresarial. Al fin y al cabo, como los propios economistas austríacos acostrumbran a recordarnos, su paradigma ontológico es «el ahorrador-rentista propio de la sociedad victoriana», quien emplea (el) «ahorro de los ciudadanos para transformarlo en inversión productiva, esto es, en capital».
Todo aquel que haya tenido el más mínimo contacto con la realidad empresarial sabrá que la conceptualización descrita es falsa. Y lo es en varios planos, pero todos concurren en un mismo punto, la naturaleza del dinero. Al contrario que nuestro cuerpo al almacenar grasa, o la realidad productiva al movilizar y canalizar materia hacia la constitución de cosas útiles para los seres humanos, el ahorro en la forma de dinero -financiero- opera en una dimensionalidad y lógica distinta. La práctica totalidad de los proyectos empresariales dependen de la financiación exterior -bancaria- para ver la luz. Y la oferta crediticia es a su vez una variable dependiente de la rentabilidad futura prevista de los proyectos de negocio presentados. Si una empresa proyecta la viabilidad de un negocio y el banco al que acude evalúa positivamente el riesgo de la operación de crédito, el proyecto tendrá financiación. El banco creará -de la nada- la masa de dinero acordada, el empresario la usará para materializar su iniciativa empresarial y el precio de la operación vendrá determinado por el volumen de interés previsto.
De manera agregada ésto quiere decir que, simplificando, todo el dinero en circulación tiene como causa de su existencia una deuda que no ha sido ni puede ser satisfecha en su totalidad. Quiere decir que, mediante la prestación por un precio del uso de su dinero, la banca comercial extrae valor-trabajo de toda actividad económica que la sociedad ponga en práctica. Y lo hace sin contraprestación alguna. Además, significa que la inversión empresarial es la correa de transmisión entre la creación del dinero y su distribución. La empresa en cuestión utilizará ese dinero para consumir trabajo y materia prima, y con ello creará renta y ahorro para obreros, contratistas y proveedores. El acto de invertir habrá creado ahorro, y no al revés.
Las implicaciones de no comprender o de deliberadamente obviar esta causalidad son múltiples y de un gran calado socio-económico. Macroeconómicamente las recetas de inspiración austríaca son una bomba de relojería para la demanda agregada. El ahorro financiero es, en el mejor de los casos, un juego de suma-cero económico. Ahorrar dinero significa dejar de consumir, y dejar de consumir significa negar renta a un tercero. El ahorro de un actor económico destruye la capacidad de ahorrar de otro, y en consecuencia el ahorro agregado de la geografía economica no puede crecer. Al contrario, la contención del consumo fuerza a las empresas a recortar producción y personal, las perspectivas de negocio caen y la inversión se desploma. Sin inversión no hay creación de dinero ni ahorro agregado posible, y sin una masa de dinero creciente la deuda contraida con la banca comercial deriva en impagable. La cascada de impagos se sucede y la carnicería social del estancamiento se intensifica. Mediante la búsqueda activa de ahorro financiero todo lo que se habrá conseguido será crear un contexto macroeconómico marcado por una geografía social devaluada. Donde la masa total de ahorro financiero movilizable no será mayor, sino menor.
Falsificada la teoría de los loanable funds -la noción de que el ahorro es la base del crédito y por tanto de la inversión-, conviene destacar que la brutalidad distribucional que su aplicación genera deriva de la inmensa pro-ciclicalidad del dinero privado articulado a traves de la banca comercial. Si únicamente se genera dinero-crédito cuando la inversión empresarial está activa, y si la capacidad del banco de cobrar los intereses del crédito depende de la constante creación de masa monetaria, entonces la creación de dinero será contraria a la lógica economica más elemental. La economía generará dinero barato cuando esté sobrecalentada y dejará de crearlo cuando el ciclo expire y el diferencial entre las expectativas financieras y el mundo real haga que toda la arquitectura acumulativa colapse. Las perspectivas de negocio entrarán en territorio recesivo, la inversión empresarial cesará, y con ella la generación de nuevo dinero. El impulso crediticio entrará en barrena precisamente cuando más se le necesita. Sin ningún mecanismo extra-mercado de contención de la espiral depresiva surgida del proceso de auto-destrución del dinero por medio de la cancelación y el impago de la deuda agregada la recesión será inevitable. Toda la economía se devaluará.
Si el hecho de operar bajo un esquema de producción y distribución del dinero que condena a nuestra esfera acumulativa a suicidarse macroeconómicamente cada cierto tiempo -el ciclo económico- no fuera lo suficientemente grave, la doctrina austríaca todavía tiene un as en la manga para generar aún más miseria a una escala aún mayor. El Estado soberano adquirió una centralidad economica clave a la hora de tratar con los colapsos de ciclo cuando la cuestión de la gestión de la demanda entró en el tablero político de la mano del marco keynesiano y propulsada por el Crash de 1929. La capacidad monetaria soberana entraría en juego reponiendo la masa de dinero destruida y garantizando un final a la espiral depresiva derivada del marco monetario privado. Un proveedor de crédito de excepción que, en el caso de que el riesgo politico así lo exigiera, se convertiría incluso en un inversor directo de excepción. En un verdadero planificador económico. Pero el desarrollo y la aplicación de estas ideas estuvo supeditado al contexto sociopolitico de la postguerra. Un contexto social marcado por una desigualdad política decreciente derivado de un repunte masivo del capital social. En el que las élites occidentales aún temían un despertar revolucionario doméstico si la coyuntura económica se traducía en un pico de desposesión y escasez. Hoy vivimos en un mundo político completamente distinto. Un mundo en el que la falsa doctrina del ahorro es deliberadamente aplicada incluso a aquella entidad a la que se le supone potestad monetaria soberana. Un marco ideológico de control sobre todo mecanismo extra-mercado que amenace con truncar los privilegios extractivos del capital privado. La fobia irracional actual al déficit, a la deuda soberana, y al gasto público. Un normal en el que la «lógica económica» dicta que debe exigírsele a quien puede producir dinero a coste cero para sí y para proyectos de inversión de interés social «disciplina fiscal». El objetivo es no reprimir el ahorro privado, dicen. Si el Estado es privado de su potestad monetaria autónoma y la inversión pública desaparece de la paleta de políticas a implementar en caso de un colapso acumulativo, entonces un sector privado frío -sin inversión empresarial- quedará huerfano completamente de cualquier expectativa de ahorro. El Estado habrá sido desplazado de su rol como promotor de la actividad económica y el capital privado ostentará la indisputada capacidad de exigir los ajustes distribucionales necesarios para recuperar el dinamismo acumulativo. Suponga el coste social que suponga.
En ningún lugar del mundo se ha aplicado la doctrina de los loanable funds de una manera más pura, expansiva y sistemática que en la Eurozona. Y ello no responde a un particular entusiasmo de los europeos por los valores de la Sociedad Mont Pelerin, sino a la institucionalización del marco ahorro-céntrico por medio de la arquitectura monetaria del continente. La permanencia en el marco de la unión monetaria europea -EMU- garantiza que, independientemente del color político del un gobierno nacional en cuestión, el esquema monetario anteriormente descrito esté presente. Y ello es así porque el sistema monetario europeo se diseñó como el primer mecanismo socio-económico a gran escala por el cual eliminar el equilibrio político del Estado Nación moderno. La unión monetaria europea tiene como principio fundacional la transformación del orden nacional-soberano continental en una colección de entidades administrativas sujetas a las dinámicas del mercado. Un orden bajo el cual el Estado Nación europeo se desprende de su soberanía monetaria, abandona cualquier aspiración de operar como fuerza transformadora de la realidad socio-económica, y se somete de manera absoluta a los dictámenes del capital privado. El BCE emergerá como guardian de la estabilidad financiera de la Unión y la banca comercial como la correa de transmisión -onerosa- entre el salvavidas de Frankfurt y las cuentas públicas. Sin capacidad monetaria propia y sin acceso directo a las vías de financiación extra-mercado, el Estado moderno será lentamente domesticado y sometido a la lógica de mercado. Será forzado a competir en un marco de escasez artificial y por ende a interiorizar la ley del valor. La inversión de carácter social pasará a constituir «gasto» y, en caso de colapso acumulativo como el de 2008, la salida competitiva única de los Estados periféricos mediterráneos de baja escalaridad e intensidad en capital será la de la devaluación social y la de la exportación improvisada. Si bien la unión monetaria no constituye por sí sola un mecanismo distribucional entre el polo germano y la geografía económica románica – cuestión atribuible al mercado común y/o a la globalización de la produccíon-, su contribución a la divergencia socio-económica europea en un contexto recesivo es indiscutible.
Sin ningún mecanismo propio por el cual contener la contracción monetaria propiciada por el crash acumulativo de 2008, lo que pudo haber sido un simple susto bancario terminó siendo una bancarrota socio-económica nacional. Los Estados periféricos de gestión de demanda se vieron inmediatamente forzados a sanear los balances de su sector bancario haciendo suyos inmensos volúmenes de activos de nulo valor de mercado. Sin previsión de recibir asistencia macroeconómica alguna, su única esperanza pasaba por crear las condiciones de balance en la banca comercial -entidad con el monopolio de la creación del dinero en territorio nacional- bajo las cuales el crédito pudiera volver a fluir. Fué entonces cuando a la insolvencia adquirida por medio del rescate bancario y la ausencia de impulso crediticio nacional se le unió el correspondiente despegue de la deuda pública y el deterioro sostenido de la prima de riesgo. Un empeoramiento general de las condiciones bajo las cuales el Estado estaría obligado a suplicar financiación en los mercados de capitales internacionales.
La «propuesta de valor» del Estado a los acreedores internacionales pasará por dar luz verde a reformas legislativas mediante las cuales se instaure un Maastricht nacional y al diseño de un plan combinado de expropiación forzosa de la renta nacional del trabajo en el que participarán tanto el Capital como el Estado. La insolvencia sobrevenida de las cuentas públicas dará como resultado la congelación del gasto social y fuertes subidas de impuestos para hacer frente a sus compromisos acreedores internacionales. El Estado se verá forzado a alterar de manera decisiva el equilibrio Capital-trabajo nacional para fomentar una devaluación remuneratoria que dé pie a un potencial exportador renovado -importar dinero- y a la inversión -la recuperación del impulso crediticio nacional-. Una dinámica de sangrado que, aún con la escolta monetaria del BCE, no solo ha tardado una década en revivir el dinamismo acumulativo, sino que también ha dado a luz una una desigualdad sin precedentes y a una masa de trabajadores pobres insólita en el contexto de las economías avanzadas.
Si bien el Euro es un componente neutro de la polaridad económica europea, la chaqueta monetaria que institucionaliza constituye un dramático motor de divergencia socio-económica en un contexto recesivo. La contracción monetaria en las areas menos avanzadas del continente paraliza el desarrollo tecnológico, desarticula los esquemas de formación a largo plazo de los trabajadores y crea un contexto por el cual la sustitución de trabajo por capital se ralentiza. El precio del factor trabajo se desploma, su rotación se dispara, su formación incremental se detiene y todo ello hace que la vía intensiva de la mejora de la productividad -la fuente sostenida y sostenible de riqueza- colapse. La contracción monetaria combinará producción estancada / decreciente con una extensividad laboral suicida (más horas, por menos salario). Un retroceso socio-económico de décadas que contrastará con el polo competitivo-capital-intensivo germano, quien además de gozar de financiación gratis verá crecer el diferencial productivo que da forma a su hegemonía política en el continente. No es de extrañar entonces que el polo norte-europeo sea el mayor representante político del ordoliberalismo monetario. Quien ha venido defendiendo sus supuestas virtudes al tiempo que obtenía resultados distribucionales asimétricos para sí a expensas de una fractura social y productiva creciente. Un normal político europeo que solo el actual «populismo» sureño ha sido capaz de romper poniendo sobre la mesa la defensa de sus intereses por medio de la ruptura del marco de convivencia monetario.
Al igual que el Reino Unido, quien se ha lanzado a la represión monetaria de su economía a pesar de disponer de soberanía macroeconómica, la Europa continental ha contado con un marco de gobernanza basado en una teoría falsa que aboga por un Estado «limitado» y «fiscalmente responsable» que permita al sector privado «auto-regularse» monetariamente. Una teoría que deliberadamente evita analizar la naturaleza y el proceso de creación del dinero y cuyos resultados socio-económicos han sido devastadores. Si alguien se pregunta cómo es que la doctrina de los loanable funds ha acabado constituyendo el estandarte ideológico del bloque económico más grande del planeta, solo tiene que pararse a pensar en el efecto distributivo de poder sistémico de sus consecuencias. Que nuestros líderes aboguen por una doctrina que amenaza cíclicamente con ahogar monetariamente a la geografía económica no es cuestión de ignorancia o de la falta de base empirica. Un shock monetario contractivo no solo coarta la expansión de la producción de bienes y servicios y frena el desarrollo tecnológico en seco, también disciplina al factor trabajo y facilita la liberación de espacio acumulativo.
La represión monetaria fuerza acuerdos distribucionales anti-laborales por medio de una escasez artificial de dinero. Si el salario opera como la única vía para acceder a la riqueza material de una sociedad entonces una repentina espiral contractiva tiene como efecto inmediato un incremento del poder negociador del Capital sobre el trabajo. Una labor de domesticación que se lleva a cabo de una manera estructural e invisible al espectro cognoscitivo del día a día obrero. Las bancarrotas de los capitales más débiles se sucederán abriendo vías de inversión para los mejor posicionados, el empleo y la masa salarial soportarán un ajuste drámatico y todo lo que se nos dirá será que, cual fenómeno meteorológico, estamos en medio de una crisis. Mientras, la Unión Europea habrá emprendido una macro-operación a escala continental destinada a restituir la rentabilidad del capital por medio de la supresión de la esfera pública, de su influencia distributiva y reguladora de la producción y del peso político relativo del trabajo en la geografía acumulativa. Un intento por aplicar una devaluación competitiva mediante la cual hacer realidad el estúpido sueño mercantilista ordoliberal. Por el que Europa, la región más rica del planeta, pasará a competir comercialmente con Latinoamérica o el Norte de Africa. Una estrategia que desatará la furia proteccionista Norteamericana y que resultará desastrosa en un contexto internacional donde ningún bloque comercial desea afrontar un déficit comercial que les obligue a digerir una desestabilizante masa de consumo confiscado a los ciudadanos europeos.
Más allá de la función politico-material de la doctrina de los loanable funds su utilidad sistémica es eminentemente ideológica. La represión monetaria de la economía no solo es invisible para la realidad del día a día, es también un sistema por el cual la «economía» deja de ser un complejo sistema administrado y planificado exógenamente para convertirse en un agregado de luchas personales. Si el dinero simplemente existe entonces tu acceso al mismo depende de tu desempeño laboral. Si no tienes dinero es porque no te esfuerzas lo suficiente, porque no sabes gestionarlo o porque consumes por encima de tus posibilidades en vez de ahorrar. Un marco por el cual la gestión macroeconómica -antilaboral- existente desaparece de la realidad cognitiva y la moral desciende a ocupar su lugar. El sacrificio personal, la obediencia, la capacidad de «adaptación» y de «reinventarse» devienen los principios rectores de nuestra relación con el mundo económico. La ciencia económica es desterrada y la superstición más mística invade nuestra concepción de los mecanismos distribucionales. La economía política, el estudio de la gestión del orden económico, da paso a un marco en el que nociones como la libertad y el pecado económico dan forma a una cosmología en la que el individuo aparece como dueño de su propio destino. Un destino vinculado inevitablemente a la rentabilidad del Capital, a la cual toda la geografía laboral le rendirá pleitesía. Incluso si ello significa entrar en el terreno de una remuneración que no garantice un mínimo nivel de subsistencia.
Las represión monetaria derivada de las falacias de la teoría de los loanable funds tiene igualmente el efecto de desnaturalizar la relación entre el Estado y el dinero. El dinero fiduciario se diseñó fundamentalmente como una herramienta del Estado para transformar la realidad socio-económica del ámbito de su soberanía. Como fuente de dinamismo económico. La instauración de un marco como el de la unión monetaria europea fuerza a que el Estado Nación compita por la misma masa monetaria que sus propios ciudadanos. Una circunstancia que no solo secuestra la política social, sino que también hace que los límites materiales de lo posible -precisamente la razón que dió vida al dinero fiduciario- se sometan a la arquitectura crematística del capitalismo. El fin del Estado como vehículo de progreso socio-económico y la realización del -falso- marco de competencia entre el trabajo y la estructura estatal. El Estado y los trabajadores competirán en un marco de escasez creciente cuya única vía de escape es subordinarse a los designios del Capital. Un marco sociopático que destruye capital social, produce anomia en masa, y refuerza el marco psicológico del homo-economicus en los estratos más bajos de la cadena de valor. Una depresión material y psicológica en la que la moralidad rige nuestra relación con el mundo socio-económico y mediante la cual se desarticula cualquier iniciativa contra-hegemónica de raíz. Ahí radica el valor estratégico contra-insurgente de la doctrina del ahorro.
Es entonces cuando comprendemos que, lejos de regirse por los mismos principios científicos que otras ramas del conocimiento, la disciplina económica busca legitimar un orden social. Un orden donde se regulan las distintas dimensiones de dominación por medio de un ecosistema ideológico que nada tiene que ver con la realidad económico-material. Hace cincuenta años la prensa económica hablaba de la falta de ética de trabajo de alemanes y surcoreanos, de su holgazanería civilizacional y de su imposibilidad de atenerse a una cultura del esfuerzo y del ahorro como razón de su estancamiento. Una arquitectura crediticia coordinada con una estructura productiva planificada ad-extra es la estructura socio-económica que les ha llevado al éxito acumulativo actual. Sin ninguna necesidad de disponer de ahorro financiero previo. La historia se repite hoy con el subdesarrollo africano. Aquellos que sientan cátedra confundiendo ahorro material con ahorro financiero vuelven a recurrir a la cultura del sacrificio como variable explicativa sin importartes el absurdo de su argumento. En nuestras sociedades y en el contexto del Euro esta colección de falacias se utiliza como mecanismo de ajuste distribucional entre el Capital y el trabajo. Como mecanismo de modulación de la presión salarial sobre la rentabilidad en un contexto de servicio al mercado en el que, bajo la ley del valor, la vía de la explotación intensiva -la capitalización- resulta demasiado cara como para impulsar la inversión. Un ejemplo de cómo una sociedad que desconoce las nociones más básicas de la realidad económica está indefensa ante las ofensivas distribucional e ideológicas más salvajes. Una sociedad que siendo incapaz de analizar el candado anti-social del Euro se escandaliza y compara el euroescepticismo con tendencias proteccionistas y nacional-etnocentristas. Para la cual el dinero es fruto del esfuerzo y la inversión consecuencia del ahorro. Quien piensa que la economía es el reino de los cielos y no una construcción humana cuyo único límite es material. Y para la cual tanto el Estado como el prójimo no son un aliado estratégico frente a la desposesión, sino un rival distribucional.
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Una respuesta a «El Ahorro, el Pecado y la Europa Social»
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